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El mejor cine europeo del panorama actual destaca en el FICC 47

Empezó esta 47 edición del FICC al día siguiente de conocer la triste noticia de la muerte del mítico director de cine Nicolas Roeg, autor de obras tan icónicas como Walkabout, Amenaza en la sombra, Performance o esa maravilla infantilmente inconcebible hoy en día titulada La maldición de las brujas. Pero no fue suficiente el mazazo y para confirmar una vez más aquello tan tópico del “nunca se van solos”, al día siguiente de la inauguración murió el director italiano Bernardo Bertolucci. Ha sido por tanto una semana de luto, pero de esos lutos tan protestantes en los que uno se atiborra con un abundante menú compuesto por unas interesantes selecciones de los mejores festivales de Europa

A la interesante selección procedente de Cannes, San Sebastián o Seminci se suma el añadido de una imagen para el FICC, que para esta edición traslada su sede habitual a la Sala B del Auditorio El Batel, lo que es estupendo, aunque suponga el abandono del Nuevo Teatro Circo. Pero, por otra parte, se mantiene la segunda sede en El Luzzy, que aunque habitual sede del FICC aún se encuentra a una distancia algo incómoda y que obliga a un paladar exigente como el mío a tener que elegir entre, o ver los importantes estrenos de lo último de Claire Dénis y Lars Von Trier u obviar a estas estrellas del cine europeo, sacrificar su visionado y disfrutar de documentales tan prometedores como “Searching for Ingmar Bergman” o los cortometrajes a concurso.

Mujeres, empoderamiento e identidad

De la encargada de inaugurar el festival, La mujer de la montaña (Islandia, 2017), puedo apuntar que ha sido nominada al gran premio del jurado del festival de Cannes, que ha sido premio de cine Lux 2018 del Parlamento Europeo y premio del público en el Festival de Sevilla de 2018 este mismo noviembre. Y también que se trata de la segunda película del director Benedikt Erlingsson, donde narra la aventura de Halla, mujer llena de idealismo y algo (mucho) de fantasía que declara la guerra a la industria local del aluminio. Narrada con cierto pulso y un humor inteligente y feminista, hizo disfrutar al público por sus toques absurdos, como la presencia, a veces reiterativa, de ese coro griego formado por los músicos que acompañan a la protagonista del mismo modo que Jonathan Richman hacía en Algo pasa con Mary (EEUU, 1998), y que sirve de acompañamiento, pero también de accionador de la acción en el devenir de la protagonista. Esto da a la película cierto tono paródico que puede resultar algo forzado pero que gustará al público general.

Quizá lo más flojo proyectado fue la película estadounidense de la directora de origen iraní Desiree Akhavan, The miseducation of Cameron Post (EEUU, 2018), drama ambientado a principios de los noventa sobre una adolescente (Chloe Grace-Moretz) obligada a acudir a un centro de terapia para curar su homosexualidad. Realizada de forma bastante convencional, plana y simple, no consiguió empatizar con el público excesivamente a pesar de llegar con el gran premio del jurado de Sundance. Sin embargo, el estudio de esa sociedad WASP, aunque realizado con mucho respeto, resulta un poco aburrido de distante y hace añorar. No así la otra película sobre temática transgénero que fue Girl (Bélgica, 2018), la ópera prima del director Lukas Dohnt, donde desarrolla una obra dramática con las maneras del documental sobre los intentos de una joven, nacida como niño, de enfrentarse a su proceso de cambio de género mientras trata de iniciar una dura carrera en la danza clásica. El tono del documental y el acertado ritmo fruto de una excelente labor de montaje mantienen el interés hasta un precipitado final que dejó boquiabierto, por lo inesperado, al público, pero que no estropea una notable obra que evidencia las grietas de las sociedades más avanzadas.

Lo último del director colombiano Ciro Guerra se titula Pájaros de verano (Colombia, 2018), rodando de un modo apabullante y como si de una tragedia clásica se tratara, un retrato del tráfico de droga en Colombia en la década de los setenta. Lo más llamativo de todo es que ese tráfico estaba dominado por una tribu, los Wayúu, donde impera el matriarcado y es la madre del protagonista Rapayet la auténtica encargada de conservar las tradiciones y de tomar las decisiones más difíciles cuando la situación lo requiere. Esta actualización del Macbeth de Shakespeare se aleja de los tópicos hollywoodienses del género y al de las historias sobre ascenso y caída que llegaron a su paroxismo con la Ciudad de Dios de Meirelles para de un modo frío y distante y con una violencia magistralmente apartada al fuera de campo nos pone como testigos directos del dolor y la consecuencia de las decisiones de sus protagonistas.

Europa, Europa

Otra que me apetecía mucho ver era la película italiana de Paolo Virzi, director no tan conocido, pero dentro de la reciente y más rompedora corriente del cine italiano formada por autores como Paolo Sorrentino o Mateo Garrone. Con Notti Magiche (Italia, 2018), Virzi construye un ejercicio metacinematográfico con un profundo humor negro que, con la excusa del asesinato de un conocido productor cinematográfico interpretado por Giancarlo Giannini, narra los hechos previos centrándose en las vicisitudes de tres jóvenes guionistas de cine sospechosos del crimen durante el verano romano de 1990. El filme resulta ciertamente brillante durante la primera hora, o al menos casi, con un guion que no da respiro al espectador, pero es a partir de esa primera hora cuando parece que de repente se apaga, las ideas se acaban y los actores enmudecen, lo que junto la excesiva duración de la película lastran la paciencia del espectador y acaban por alejarla de aquel espíritu más irónico y combativo que en los setentas fue la seña del cine italiano dirigido por Fellini, Scola, Germi, Risi o Wertmüller por nombrar unos pocos. En mi memoria quedan esas alucinantes granjas de guionistas donde decenas de “negros” aporrean incansablemente olivettis de todas las gamas creando el interminable circo del entretenimiento de la Mediaset transalpina.

Olivier Assayas con su Non-Fiction (Francia, 2018), una de las dos películas proyectadas con Juliette Binoche en su reparto, presenta una comedia ágil, moderna, casi un vodevil y a la vez un ensayo sobre el influjo de las nuevas tecnologías en nuestras vidas y en el mercado editorial, por lo que no alcanza la pretenciosidad de aquel thriller tecnológico titulado Demonlover que el propio Assayas dirigió en 2002, optando por aprovechar a unos actores en gracia, sobre todo Vincent Macaigne y Nora Hamzawi. Aunque la película funciona y divierte, sospecho que el sesudo citar de términos como “tuits”, “likes” y demás jerga hoy de actualidad, pasará a ser en un futuro algo desfasado, como hacer chistes con políticos actuales, y sustituidos por otras constantes para nada eternas. Aún así queda reflejada la preocupación de Assayas por estas nuevas tecnologías como constante en su filmografía.

Desde Rusia llegó Leto (Kirill Serebrennikov, 2018), interesante filme sobre los movimientos culturales que a partir de principios de los ochenta surgieron en la antigua URSS alrededor de la música rock. A pesar del pulcro blanco y negro y las evidentes posibilidades de la historia, la película se convierte en un algo aburrido triángulo amoroso donde la banda sonora con grupos como T-Rex o Talking Heads, las escenas de conciertos, así como los números musicales inspirados de temas conocidos, son de lo poco que anima el cotarro. Excesivamente larga, aunque con indudable valor documental.

Cafarnaúm (Francia-Líbano,2018), coproducción franco-libanesa de Nadine Labaki, resultó la ganadora del premio del jurado joven del FICC. Acusar de hacer pornografía sentimental una película donde se muestra pobreza, miseria y la lucha por sobrevivir de un niño no sé si está justificado cuando aún perdura en nuestra mente la imagen del pobre Aylán muerto en la playa. ¿Es pornografía sentimental cuando en Ladrón de Bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) el pequeño Bruno acompaña a su padre Antonio a buscar la bicicleta que le ha sido robada y que le desprende de la dignidad que necesita como ser humano, ¿como hombre y como padre? No sé si realmente era la mejor de las proyectadas, pero sí es una película realmente apreciable

Inclasificables, por clasificar de algún modo

En este apartado he de escribir primero sobre una de las películas más esperadas, High Life (Claire Denis, 2018). La acogida del público resultó muy fría, cuando habitualmente suele aplaudir las proyecciones, y tras la proyección me permití escuchar del público sentencias del tipo “me ha parecido una paja mental” o “con un LSD mejoraría” e incluso un “ha faltado que al final sea un sueño de Resines”. Y es que el experimento de la directora francesa Claire Denis es extremadamente arriesgado y aun a pesar de contar con actores de la talla de Juliette Binoche o Robert Pattinson, aspectos como el descuidado diseño de producción que aparentan una producción de la mejor época de Roger Corman, o la escabrosa historia, no son suficientes para construir un supuesto mensaje transgresor y no parecen concordar con las maneras de su directora, aunque sí me hace ansiar para mi casa un folladero como el mostrado que colocaría indudablemente junto a mi desgastado orgasmatrón.

Border (Suecia-Dinamarca, 2018), de lo mejor visto en el FICC, mezcla las leyendas escandinavas con el cine negro sueco tan de moda gracias a las adaptaciones de Stieg Larsson. Esta arriesgada propuesta sale exitosa al decantarse por cierto onirismo tan de mi gusto como en esa gran película que es “Under the skin” (Jonathan Glazer, 2014) y nunca perder el tono de un siniestro cuento de hadas ni dejar de lado un excelente sentido del suspense. Y es que su guion está basado en un cuento del autor John Ajvide Linqvist, autor del cuento original de “Déjame entrar”, por lo que los momentos perturbadores abundan.

Y para el final la película más esperada, Lars Von Trier y su The house that Jack Built (Dinamarca, 2018), la película que todo el mundo quería ver y casi con toda seguridad no volveremos a tener oportunidad hasta que nuestra Filmoteca la vuelva a proyectar. No es una película fácil, y ya van varias que no están siendo fáciles desde que estrenó Anticristo en el 2009. De una violencia explícita y de un sentido del humor agudo que hasta consigue que el espectador empatice con el psicópata que interpreta Matt Dillon, no es esto sino una treta de Trier para a continuación golpear al poco avispado espectador y no pocas veces durante el visionado. Es este psicópata ahora más que nunca el alter ego del propio Lars Von Trier, quien en esta su obra más personal, busca desnudarse e intentar reflexionar sobre su propia personalidad, su propia obra y que casi, parece ser su canto de cisne en esto del cine, llegando a autorreferenciarse incluyendo imágenes de toda su filmografía.