“Adictos al caos” (Sloper) es la nueva novela de Carlos Meneses Nebot, una trama criminal que arranca cuando un drogadicto se lanza a robar al clan de narcotraficantes de los Chungos. Desde ahí se despliega una historia donde lo policiaco se mezcla con lo esperpéntico. Meneses nos lleva desde el poblado de La Lebrija (reflejo ficticio de Son Banya, en Mallorca) hasta los despachos policiales, en una turbulento relato hardboiled construido sobre hechos reales. Humilde y apasionado del oficio de escribir, nos desvela algunos secretos sobre su libro.
“Adictos al caos” parte de un suceso real, pero libremente interpretado.
Es algo que llevaba años maquinando. Se trata de una historia que sucedió en 2006 en Mallorca y que sonó mucho, la prensa le dio mucho bombo. Lo que me llamó la atención del asunto es que todo en él resultaba tan rocambolesco que no parecía cierto. No te podías creer que los implicados fueran tan patosos. Además, se juntaban todos los ingredientes de una trama policiaca como si fuesen fruto de la imaginación de alguien. Por supuesto, al convertir los hechos en novela tuve que meter mis manos, mis personajes… Hay muchas licencias que se alejan de lo que fue la realidad. He trasladado la trama a nuestra época actual, por ejemplo.
Todo comienza cuando un toxicómano decide robar a un peligroso clan gitano -los Chungos, en tu novela- los beneficios del tráfico de droga.
Nadie hubiera esperado una iniciativa tan osada de este personaje. Ahí empieza una historia donde cada uno que sale es más cabrón que el anterior y todos juegan a engañarse. Sobre el éxito del robo de este toxicómano en la vida real, unos dicen que fue azar y otros que el palo estuvo perfectamente planeado. Para la novela opté por lo segundo. No pretendía escribir un estudio, sino mezclar ficción y realidad.
Habrás tenido que recurrir a mucha documentación.
Lo hice, aunque me fue difícil encontrarla porque los hechos quedaban atrás. Tiré mucho de Internet, conseguí también la sentencia del caso. Al leer la prensa de la época, me encontré con que los periódicos te daban pinceladas sueltas, con lo que no encontrabas nexos entre las informaciones. Ahí tuve que valerme de imaginación para crear vínculos entre personajes, escenas… Me llevó tiempo este proceso de suplir con ficción los huecos de la realidad porque nunca lo había hecho así. Era un novato.
Tu escritura es directa y desnuda, como corresponde al género, pero hay una gran elaboración en la estructura.
La primera parte de la novela fue la más sencilla de escribir, porque se ciñe al robo puro y duro. La segunda, parecido. La tercera sí fue complicada: Ahí es donde entra en juego la parte policial: denuncias, informes, interrogatorios… Tuve momentos en que no sabía muy bien por dónde salir. Me costó encajar las piezas. En cuanto al desenlace, decidí darle un final más redondo que el de la propia realidad.
Dicen de ti que eres un escritor de bar.
En el proceso de escribir esta novela, iba siempre con mi libreta y un bolígrafo a determinadas cafeterías y bosquejaba diálogos, escenas. Intentaba entender, a partir de los recortes de prensa, qué había sucedido en realidad. Escribir a boli me ayuda a aclarar las ideas.
Algunos nombres que se asocian a tu estilo son Chandler, Ellroy o Jim Thompson.
En esta novela me viene mucho el nombre de Chester Himes, un autor afroamericano de novela negra que retrató muy bien el mundo de los garrulos de Harlem. Mientras escribía, me parecía que yo hacía algo parecido con los toxicómanos y el clan gitano. Himes era neoyorkino, llegó a vivir unos meses en Mallorca, y en Alicante sus ultimos años de vida. Estuvo siete años en la cárcel por un atraco frustrado y luego pasó su vida escribiendo sobre el ambiente que había conocido.
El lenguaje de tu novela es eminentemente quinqui.
Me gustaría tener una prosa más fluida, delicada, pero no puedo, así que me voy a la jerga más quinqui y con eso me conformo.
El poblado de la Lebrija de “Adictos al caos”, aunque trasunto de Son Banya, en Mallorca, podría estar en cualquier otra parte de España. Nos muestras el lado oscuro de nuestras ciudades.
Se dice que la novela policiaca es la novela histórica del día de hoy. Estoy bastante de acuerdo con eso porque en ella cabe desde el político corrupto al narcotraficante… Todo lo que sucede a nuestro alrededor. A lo mejor en el futuro la gente recurrirá a las novelas policiacas para entender el mundo actual.
¿Te definirías como escritor de género?
Me han vinculado mucho al género negro y no me importa. Hubo incluso una época en que quería tener mi propio detective clásico. Pero creo que no. Creo que, principalmente, hago literatura urbana. Y eso suele llevarte a la novela policiaca. He escrito de todo, excepto tal vez novela rosa.
Volviendo al poblado, es interesante su funcionamiento: una sociedad paralela, con sus propias reglas y jerarquía.
Los poblados gitanos, aunque parecen tan anárquicos -que lo son-, tienen sus reglas. Hay un jefe, en el caso de “Adictos al caos” una matriarca, a la cual hay que rendir respeto. Si no, te la juegas. Eso lo hemos constatado: Aquí en Son Banya había hace muchos años un tal Tío Quico, un gitano vejete, de aspecto afable, pero que imponía sus reglas. Su presencia imprimía carácter.
En el prólogo de tu libro, dice Nadal Suau que tú, como escritor, no necesitas ganarte el respeto de nadie, sino tan sólo escribir.
Uno puede pensar en publicar un libro para obtener reconocimiento o por algún otro tipo de ambición. Vale, estoy de acuerdo en eso. Me parece loable. Pero en mi caso ya tan sólo encontrar tiempo para escribir me hace feliz, porque me cuesta. Así que, si me saco un rato, aunque sea sólo media hora, estoy bien. Y publicar, que no todo el mundo lo busca, es para mí la culminación. Lo que suceda después, está más allá de mí.