“El ser humano convive con lo fantástico desde siempre”
Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, Ecuador, 1976) es una veterana en el cultivo del cuento fantástico, tradición de profundo arraigo en la literatura latinoamericana a la que se manifiesta orgullosa de pertenecer. Su nuevo libro, “La primera vez que vi un fantasma” (Candaya, 2018) ahonda en la figura del espectro, pero no desde lo terrorífico, sino como metáfora de la pérdida, la nostalgia. Otros relatos se adentran en mundos extraños, a menudo íntimos. Solange ha participado recientemente en la antolgía “Insólitas”, que reúne a autoras latinoamericanas y españolas en torno al género extraño. La escritora de Guayaquil presenta su nuevo libro el 13 de marzo a las 19.30 en la librería Colette de Murcia, donde estará acompañada por Vicente Cervera.
¿Cómo surgen estos cuentos?
Algunos son recientes, otros vienen de hace diez años. Los más actuales son los más largos también, los de más aliento, como el que da título al libro. Porque he ido mutando a medida que desarrollaba ideas y certezas con respecto a mi proceso creativo. Los cuentos de mis libros anteriores tenían un aliento mucho más corto. Ahora en cambio siento que hay cosas más largas que decir. Textos como “Paladar” apuntan para allá.
¿El siguiente paso es la novela?
Sí, seguro, ¿por qué no? Los escritores somos nuestro propio laboratorio. Vamos experimentando en el camino. Una no sabe por dónde va a transitar. Nada es premeditado en la escritura. No sabes con qué te vas a sentir cómoda… o con qué quieres incomodar. Al final los géneros son etiquetas editoriales. La escritura, en cambio, es otra cosa: Hay novelas profundamente experimentales y otras muy estructuradas, escritas dentro del canon. A mí me interesa lo limítrofe. Creo que haría una novela donde se jugara con muchos elementos, aunque tampoco me interesa esa novela total de los años 60 y 70 del siglo XX, con personajes de todo tipo, esa búsqueda de la gran novela latinoamericana… No, eso no me interesa. Me interesan más las pequeñas cosas.
Algunos de tus relatos son verdaderamente chocantes. ¿Cómo se te ocurrió “Pequeñas mujercitas”?
Hace mucho tiempo experimentamos en casa una invasión de grillos. Guayaquil es una ciudad muy caliente. Allí los grillos se meten por la ventana y lo toman todo. Entonces se me ocurrió pensar cómo sería si en realidad quienes habitaran la casa fueran insectos y los humanos fueran los invasores. Y cómo sería si, en lugar de insectos, se tratase de mujeres… Estas pequeñas mujercitas del cuento. También quería convertir a la mujer objeto en mujer sujeto, que, aunque pequeña, es capaz de hacer cosas muy valientes.
En tu libro están muy presentes los fantasmas. Sin embargo, contrariamente a lo que se podría suponer, no se trata de cuentos de terror.
No, no lo son. El libro se puede leer en diferentes claves: Hay fantasmas, pero no son fantasmas literales, sino metáforas. Lo que me interesaba trabajar era el concepto de nostalgia, de pérdida. Cómo sería que los seres amados, las cosas que nos han importado, no se vayan del todo, sino que permanezcan con nosotros. Ese es un viejo sueño humano: el no perder lo que amamos. Creo que por eso existe la memoria en el tema de los muertos: los panteones, las conmemoraciones, el Día de los Difuntos… En realidad, toda esa cultura gira en torno a lo que hemos perdido.
Es la idea central en “Un paseo de domingo”, relato tan bello como triste.
Es un cuento muy triste, sí: Esta hija que cumple un ritual un poco absurdo y solitario que es ir por el centro comercial con su madre, o con la idea de su madre… Si es real o no, no sabemos y finalmente no importa. Lo que importa es que la hija cumple un ritual de memoria.
En el cuento “La primera vez que vi un fantasma”, más que el fantasma, lo que importa es el drama de la protagonista, que ve cruelmente roto su sueño. Además en Las Vegas, lugar donde, se supone, los sueños se cumplen…
Esta mujer está siendo abandonada por el hombre al que ama, mucho más joven que ella. Quería que él la acompañara hasta el final de su sueño, que consiste en llegar a un lugar llamado Liberty. Ella ve el fantasma justo cuando se queda sola, pero ¿qué le espanta más? ¿El fantasma o la soledad? Yo creo que finalmente teme más la soledad.
Luego tienes relatos como “Un hombre en mi cama”, donde los elementos van sumándose, descolocando cada vez más al lector: gente que se casa con una acacia, o aficionada a ver dormir a otros por Internet…
Es un cruce un poco raro, sí (ríe). Ese cuento empieza porque, buscando en Internet -una hace búquedas extrañas-, descubrí la existencia de grupos de personas que quedan para mirarse dormir por webcam. Son comunidades japonesas y tienen sus rituales: beben leche antes de acostarse, abrazan un osito, conversan y duermen… para hacerse compañía.
Como cultivadora del cuento fantástico, te pregunto: ¿Por qué buscamos en la ficción traspasar lo real, inventar mundos imposibles, desconcertantes?
Porque los seres humanos tendemos al pensamiento mágico tanto como al racional: La gente ora para pedir cambios en sus vidas. Y creemos que Dios es capaz de obrar ese milagro. El milagro es parte de lo fantástico. Los seres humanos, aunque muchos hagan como que no existe, conviven con lo fantástico: la propia esperanza lo tiene como base. No creo, por tanto, que ficción y realidad sean oposiciones, sino más bien dos maneras de estar en el mundo: no podríamos vivir sin el pensamiento mágico. Es algo que existe en nosotros desde siempre.
El cuento fantástico goza en América Latina de una larga y variopinta tradición, muy al contrario que en España. ¿Por qué este arraigo de lo fantástico en la literatura latinoamericana?
Hay muchas explicaciones, la más extendida dice que cuando vinieron a América, los españoles encontraron una tierra indómita, con lógicas muy diferentes a las de su país, con ese cristianismo castigador e hipermoral. En América descubrieron otro tipo de libertad. Muchos pensaron que habían llegado al paraíso terrenal. En las primeras crónicas de Indias se habla de sirenas, de hombres de dos cabezas o con cuerpo de perro, caníbales… Cosas que no se vieron nunca pero que aparecen en esos textos. Y luego Alejo Carpentier dice en un famoso prólogo que en América todo lo extraño se ha naturalizado, que se convive con lo improbable.
¿Compartes esta idea?
No creo que lo fantástico sea para nada privativo de América. Hay toda una serie de tradiciones, como la anglosajona o la germánica, que tienen que ver con otro tipo de fantástico: las hadas, los duendes… Hoy se dan muchas coincidencias positivas, entre ellas que hay muchas mujeres trabajando el cuento fantástico, y que se suman a quienes venimos haciéndolo desde hace tiempo (su primer libro, “Tinta sangre”, es de 2000). El cuento fantástica goza de muy buena salud y con obras de calidad, no solamente obras de moda. Es algo que tiene un linaje muy antiguo y noble en la literatura latinoamericana. Pensar que estoy formando parte de una raíz comunal con narradores como Bioy Casares, Borges, Cortázar, Amparo Dávila o, en mi país, Pablo Palacio me hace sentir profundamente honrada y me llena de compromiso. Quiero escribir la mejor calidad posible. Voy a seguir experimentando con lo fantástico, puede que con el tema del sueño, que me importa mucho.
Sospecho que dices esto porque lo fantástico ha estado tradicionalmente desacreditado en la literatura.
Completamente. Muchos, cuando hablas de fantástico, piensan en dragoncitos y hombrecitos verdes… que también son muy respetables. Pero además me estoy refiriendo a otras cosas, que tienen que ver con la condición humana: la soledad, todo aquello que no puede decirse de modo explícito…
¿Cómo descubriste en ti la necesidad de contar historias?
Mi abuelo era escritor, aunque nunca publicó. Creo que mi inquietud viene de ahí: lo recuerdo siempre escribiendo. Se dice que una intenta en sus primeros libros saldar deudas con la familia. Tal vez mi primer libro es un guiño a mi abuelo. Y luego en mi familia siempre hemos tendido mucho a imaginar.
Tu abuelo no publicó. Del proceso de escribir, ¿qué importancia tiene la publicación?
Depende de lo que quieras como escritor. A mí me interesa comunicar, y que la gente que me lea encuentre conexión. Si sólo llevase un diario personal no lograría esto.