Dos arquitectos y diez artistas han elegido La Pinilla, en el municipio de Fuente Álamo, para airear uno de tantos espacios del olvidado medio rural murciano, enfocando su mirada en construcciones, aperos y costumbres mediante el estudio antropológico y la impronta artística. Sus trabajos y conclusiones se exponen en el Centro Párraga hasta el 28 de diciembre.
En la actuación, dirigida por los arquitectos Coral Marín y Enrique de Andrés (Arquitectura de Barrio) han participado los artistas plásticos Vicente Martínez Gadea, Chelete Monereo, Manolo Barnuevo, Ana Martínez, Marcos Salvador Romera, Katarzyna Rogowicz, Ángel Haro y Esteban Campuzano, así como los fotógrafos Carlota Kristensen y Joaquín Clares, autor éste de un audivisual sobre este proyecto, titulado 'Noches de Candanga'.
Así se llamaba a las vigilias nocturnas durante las cuales las mujeres se reunían en alguna casa de la pedanía para trenzar con cuerda de esparto determinados pertrechos utilizados en labores propias del mundo rural. 'Noches de Candanga' es el proyecto seleccionado en una convocatoria para la recuperación del medio rural del Instituto de Industrias Culturales y las Artes de Murcia, financiado por la Unión Europea y otras instituciones.
Para sus organizadores, el trabajo se ha enfocado abogando por la mejora de la calidad de vida y la cultura rural en un medio paradigmático como es la pedanía de La Pinilla, un asentamiento de apenas 400 habitantes, “ligado durante siglos a una determinada forma de vida y a una cultura propia, surgida de los recursos que aportaba el lugar y en el que la realidad actual ha provocado un cambio en el tejido social de sus pobladores”
Su mirada se ha detenido en los cultivos de secano, infraestructuras hidráulicas, molinos de viento, almazaras y en su arquitectura tradicional, que definieron su paisaje hasta principios del siglo XX. El trabajo rememora la floreciente economía de los años 50 y su decadencia una década después debido a la emigración. También subraya la carencia actual de servicios y equipamientos de la pedanía para cubrir las necesidades básicas de sus habitantes y la desprotección de los sectores más vulnerables.
Los organizadores destacan la colaboración de los vecinos de La Pinilla, quienes han participado en talleres enfocados para poner en valor el patrimonio cultural de este núcleo rural “compartiendo sus vivencias y opiniones para fortalecer la continuidad de las tradiciones, con la mirada puesta en el arte contemporáneo”.
Los propios vecinos han relatado a través de entrevistas sus recuerdos de una época pasada vivida en la pedanía con la nostalgia por la pérdida de sus tradiciones y parte de su patrimonio. De relieve queda el concienzudo aprovechamiento que se hacía del agua en el secano mediante básicas artes hidráulicas y las peculiaridades del laboreo de las tierras. También la añoranza de sus desaparecidas barbería, peluquería, fragua, cerrajería, zapatero, bar, escuela de niñas y comercios, y la animada vida desarrollada en esos entornos.
La interpretación artística de la vida en La Pinilla fue evocada mediante el dibujo de Martínez Gadea de trozos de madera quemados que encontró por los bancales; la ornamentación de mabrales de esparto y horcas por parte de Salvador Romera; la transformación estética efectuada por Ana Martínez de objetos aportados por los vecinos; la creación por Chelete Monereo de imágenes simbólicas referentes a aconteceres en la pedanía; las acciones pictóricas en directo de Ángel Haro sobre orografías secas; dibujos de Katarcyna Rogowicz de la topografía emocional de la pedanía; la interpretación de los colores de las tierras y sus gentes dibujadas por Manuel Barnuevo; y la visión plástica de Esteban Campuzano argumentando escenarios del pueblo
También el audiovisual de Joaquín Clares sobre 'Noches de Candanga' sirve para sumergir al espectador en un viaje visual y sonoro a través de la historia de La Pinilla, las cartografías del núcleo rural y el proceso participativo realizados de los vecinos en La Romería, los haces de luz en el cielo nocturno referenciando sus molinos. Y su banda sonora, que ha tenido como base el sonido secuencial que produce la maquinaria de un viejo molino, toma la música de Crudo Pimento (Raúl Frutos e Inma Gómez) y del clavicémbalo de Silvia Márquez, partiendo del 'Bolero de Fuente Álamo'.