La portada de mañana
Acceder
Gobierno y PP reducen a un acuerdo mínimo en vivienda la Conferencia de Presidentes
Incertidumbre en los Altos del Golán mientras las tropas israelíes se adentran en Siria
Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

Vicente Ruiz expone en El Almudí interpretaciones propias sobre el arte neolítico realizadas durante décadas

El pintor Vicente Ruiz expone en El Almudí una retrospectiva de trabajos dedicados al arte neolítico, en la que muestra interpretaciones pictóricas y calcos propios de escenas tribales que ha ido encontrando en abrigos y cuevas durante décadas en el levante español, a la búsqueda de la expresión plástica de aquellos humanos primitivos. La exhibición, que permanecerá hasta el 22 de marzo, está comisariada por Coral Marín y Enrique de Andrés (Arquitectura de Barrio).

Los trabajos son retazos del propio ritual del artista (Lorca, 1941) para acercarse y acercarnos a los enigmas con los que posiblemente se confrontaron los primeros humanos; que no a descifrarlos. En ellos, mimetiza expresiones esenciales buscando las intuiciones que verosímilmente guiaban a aquellos primeros humanos cuando plasmaban sus arcanos sobre las laderas oscuras y húmedas de la montaña.

Desde que el artista abandonó su temprano impresionismo para adentrarse en la abstracción, ha explorado un universo sustentado más por el color que por la forma. En la actualidad, vemos en su obra un dominio de las vibraciones cromáticas y lumínicas, pero mientras que hoy esa autoridad es humilde y amable, los inicios fueron feroces y tumultuosos.

Paradigmáticamente, este proceso lo podemos advertir en la imagen de los primeros homínidos, sorprendidos por la capacidad del color para crear perspectivas, su inmediato éxtasis por la objetividad de las representaciones y el sosiego de vislumbrar un camino fuera del caos de su incertidumbre.

Vicente Ruiz ensaya la sorpresa de aquellos humanos ante la magia de la representación de lo inmediato mediante el bosquejo de sencillas formas monocromáticas y valiéndose de una multiplicad de pigmentos y formas encajados como un puzle. Iniciado zen, es consciente de los vacíos y de los silencios, y los refleja en su obra.

En las escenas representadas emula aquellos ocres ferrosos y floras carbonizadas, ritualizadas por los primeros hombres sobre las neutras paredes de los abrigos, sustituyéndolas por su propio universo cromático: acuosos azules, pétreos amarillos, metálicos violetas, ardientes rojos y arbóreos cremas, salpicados de refulgentes blancos sobre planos sin apenas perspectiva.

El artista, pues, incita en cada obra a que el espectador llegue al límite de lo comprensible, cuando la percepción del espacio/tiempo de lo expuesto se confunde con la de la acción pictórica de referencia: Es el momento en que lo visible se hace superfluo, las figuras se esfuman, los colores se desvanecen y la trama argumental se disipa. El misterio, sí, permanece.