Toda una institución en la ciudad portuaria (y más allá), donde ejerce el papel del librero sabio que toma el pulso de la vida cultural de Cartagena tras el estrecho mostrador de su librería, Vicente Velasco se prodiga poco por Murcia. La presentación de su último libro de poemas, Conspiraciones desde la entropía (InLimbo, 2020) lo trae este fin de semana a la capital del Segura. Hablamos con él de esperanzas, cultura, civilización y, sobre todo, de libros, que contienen todo lo demás, aunque lo mejor será acercarse a escucharle en persona el sábado a las 19h. en el HuertoLab de Santa Eulalia.
Poeta, librero, editor, crítico, agitador cultural… ¿Hay algún papel en el mundo de la literatura que no puedas desempeñar?
Particularmente creo que el sector cultural actual debe desempeñarse de manera multidisciplinar y con eje vocacionalmente horizontal. Eso no quiere decir que todos los que estamos involucrados en el mundo del libro debamos hacer lo mismo o, siquiera, que yo mismo esté realizando de manera óptima cada una de esas facetas.
Para empezar debería definirme como librero independiente, aunque cronológicamente no fuese el primer barco en el que me embarcara. Antes de abrir La Montaña Mágica siempre estuve vinculado al mundo cultural de diferentes maneras, como la poesía, etc. Pero el hecho vertebrador fue la decisión de convertir en realidad un frágil sueño que siempre rondó mi espíritu: el de crear una librería. A partir de ahí todo fue cayendo por su propio peso. La nueva figura del librero (que no es ni más ni menos que recuperar la vieja y romántica figura del amante de libros) requiere mucha dedicación, tiempo, energía y mantener la cabeza y sus ideas lo más nítidas posibles. Uno de los retos más importantes es crear en la librería un ambiente cultural digno y también acogedor; crear un circuito de autores y lectores que se retroalimente. Y no es sencillo porque, no debe olvidarse nunca, las librería independientes no somos como los programas de cultura de los ayuntamientos. Tenemos que autogestionar nuestros recursos monetarios y es un esfuerzo extra que siempre deseas que salga bien, que la gente salga contenta, aunque en este último punto siempre te encuentras a personajes que no saben lo que es arriesgar por traer un autor. Arriesgar si vas a comer macarrones todo un mes porque no salga bien. No quiero que se vea esto como una crítica a nadie (y menos en Cartagena, donde tenemos a personas como Patricio Hernández y Alberto Soler que hacen maravillas con sus gestiones culturales oficiales y con los que he colaborado y colaboraré siempre), si no más bien como un recordatorio al público cercano y que se le supone un amor por el mundo del libro.
Respecto al papel de editor solo decirte que sigue siendo un sueño por conseguir. La Estética del Fracaso Ediciones fue un sueño surgido una noche a orillas del Mar Mediterráneo. Me ha servido para ver el otro lado del espejo, saber cómo funciona (y “disfunciona”) el mundo editorial. Como podéis leer entre líneas, y asumiendo el espíritu milenarista con la que se fundó, este mismo mes daré fin a esta aventura, pero con miras a que en el futuro nazca una editorial en condiciones de ser competitiva. La vida es aprendizaje, y mi filosofía es sustituir la inteligencia por la sabiduría y los beneficios por la sostenibilidad. Todo tiene sus límites, y yo no voy a ser menos.
Sin embargo, tu formación es la de historiador. ¿Qué te llevó a rodear tu vida de literatura y qué esperas de ella? ¿Sin miedo ni esperanza?
Pues mira, desde pequeño me atrajo el formato libro, su olor, su tacto, el propio objeto en sí tenía (y sigue teniendo) un halo de misticismo difícil de explicar. La verdad que no lo tuve difícil ya que en mi casa, tanto mi padre como mi hermano mayor eran lectores, por lo que tenía acceso a títulos variados. Aún así no puedo dejar de señalar un momento que marcó un antes y un después en mi relación con la literatura: estando con una gripe monumental con 19 años me leí “La Ilíada” y “Poeta en Nueva York”. A partir de ahí todo es ya historia. Mi amor por el libro no dejó de crecer. Y sí, finalmente me decanté por la Historia (y hasta el día de hoy así sigue siendo). No puedo negar que desde pequeño sentía una atávica atracción por los mapas históricos. Los miraba y los miraba en los atlas de la época y me pregunta: ¿por qué? Ese es el secreto de la Historia y de toda persona que quiera hacer ejercicio de su sentido crítico. Sin éste no puedo explicarme a mí mismo. Ni se puede entender mi poesía. Cuestionármelo todo es el eje vertebrador de mi existencia. Y no es algo que recomiende a la ligera, la verdad. Por ello, quizás, viva rodeado de literatura, de ensayos, de otras vidas y otros pensamientos. Porque ya no albergo ninguna esperanza por encontrar respuestas a viejas preguntas. Y tampoco miedos. El único miedo que no consigo superar es a mi futura no existencia; que el mundo siga girando sin mí como si nada. Porque como si nada nacimos. Y esta es la mayor tiranía del universo.
La montaña mágica es, en la novela de Thomas Mann, el símbolo de una Europa que se derrumba y también un último refugio para la cultura occidental. Como nombre para una librería, ¿es una declaración de intenciones?
Me gustaría que no lo fuese, pero así es. Todos aquellos que nos hemos sumergido en el Thomas Mann, Zweig, Benjamin o Adorno heredamos una gran imagen histriónica y esquizoide de Europa. Y, por desgracia, es la que más se acerca a la realidad. Pero sí que es verdad que ya no podemos pensar solo con patrones regionales, sino más globales. Y esto es realmente abrumador. Las culturas mutan, se mezclan, convergen, generan estrés socio-temporal, desaparecen sin dejar testamento. Por ello no creo en los últimos refugios de nada porque no deja de ser un acto de cobardía, un acto que puede derivar en un estúpido mesianismo o una locura peor. Me preocupan los problemas reales, tanto como especie como individuales. Y nunca, nunca como en los tiempos que vivimos, especie e individuo se han visto tan abocados a ir de la mano. De la mano al abismo.
Cuando pienso en mi padre, hombre que cumplió felizmente 76 años hace poco, y observo a mi hijo Dante que tiene 4, recapacito y me cuestiono su futuro. En el momento que llegue a la edad de su abuelo paterno, la temperatura global (en los términos más optimistas) 4 grados. Hay que recordar que en los últimos 10.000 años no se ha modificado nuestro clima, abstamente nada. Pensar en ese futuro es aterrador; crea angustia a cualquier persona con dos dedos de frente. ¿Y qué se está haciendo? Pues se han bajado los brazos (de momento) ante los poderes fácticos. ¿Cuánto tiempo tardarán en aparecer elementos que serán llamados “ecoterroristas”? Pues yo creo que poco. ¿Y qué puedo hacer yo desde mi posición de librero? Gran pregunta para grandes retos, ¿verdad?
En definitiva, la Librería La Montaña Mágica es una declaración de guerra contra la estulticia.
En Conspiraciones desde la entropía ahondas en uno de tus temas preferidos, que recorre toda tu obra: el desencanto. ¿Es ese espacio entre la derrota y el silencio el lugar de la literatura?
En el momento que escribí estos versos, hace ya unos tres o cuatro años, sí. Sin duda era el espacio. Todo ha cambiado y hay otro libro por ahí danzando que abre otro ciclo. Pero eso ya es otra historia. Lo que tengo claro que la única manera de enfrentarse a los retos y a los sueños es ponerse siempre en lo peor. Si no lo consigues es mejor que te dediques a otra cosa, a fabricar una vida de ripios y contradicciones consumistas.
De todas formas hay una cosa que odio por encima de todas las cosas, que es hablar de mi poesía como tal. Y de la de los demás también. Consagrados, clásicos o no, Da igual. Para mí la poesía es un acto de recogimiento, singular, mínimo. No hay más. El que quiera leerme, bienvenido. Punto.
También por Conspiraciones desfilan, amortiguados, elementos para la redención. ¿A ti, qué te levanta por la mañana?
Solo tenemos una vida. Mejor dicho: solo tenemos la vida. El qué hacer con ella es lo que me hace levantarme, a pesar de los pesares. Y el concepto del “legado” es algo que me preocupa y me atrae, como no puede ser de otra manera. Y no hablo del material, si no del cultural, emocional. Para resumir, hablo de la memoria. La memoria, la mía, la de mis seres queridos, la de los que nunca volverán, es la que me da aliento. Y en estos poemas ya florece esta idea.
¿Merece la pena luchar por estos artefactos tan viejos, los libros? ¿Cuáles son sus enemigos? ¿Con qué armas contamos?
El libro impreso lleva más de 500 años con nosotros. Y si nos remontamos a los manuscritos, qué te voy a contar. Va en nuestro ADN. Eso sí, hay países y países. Y el nuestro es terrible en este aspecto. Es dantesco escuchar esa frase tan bonita que dice así: “Yo nunca he leído un libro”, mientras los ojos del personaje que las pronuncia se llenan de orgullo. Claro, yo me pregunto cómo es posible que ese ser no caiga muerto instantáneamente. Es que no lo entiendo. De los culpables no pienso hablar, porque cualquiera sabe quiénes son, en qué cuarteles duermen y en qué capillas rezan. El problema es que no se mueren tampoco. Peor aún, se reproducen, los cabrones.
¡Ah! La mejor arma es tirarle libros a la cabeza. Pero de los gordos y pesados. Con tapa dura. Y que les caiga toda la gravedad del mundo encima de sus vacías cabezas.