La voz y la delicadeza de Pedro Guerra inauguran la XI edición de los Conciertos del Fuerte de Cartagena: “Es un poeta”

“Es algo único, el tener la oportunidad de disfrutar de este trayecto en barco. Apreciar, desde aquí, toda la historia de Cartagena, de su bahía, de las fortalezas y castillos, e ir aproximándote poco a poco al Fuerte de Navidad. Habrá muy pocos conciertos en que haya que atravesar el mar para llegar al escenario”. Apenas ha puesto un pie en la cubierta del barco turístico de Cartagena Puerto de Culturas que lo llevará, junto con el resto de asistentes -unos doscientos, según la organización- al primer Concierto del Fuerte de este año, que estará protagonizado por el cantautor canario Pedro Guerra, y Miguel Ángel, que va a asistir al evento, mira el horizonte del mar y el Fuerte que va iluminándose parcialmente con una luz rojiza, como una promesa.

Antes de que el barco comience a moverse, este cartagenero y fan acérrimo de Pedro Guerra que acude a la actuación junto a su mujer ya se encuentra atrapado por el imán de la anticipación, de esa manera tan profunda en que alguien que vive las cosas por vez primera se sumerge en las experiencias y en la sensaciones que le provocan. Nunca ha visto al canario en directo sobre el escenario, cuenta, pero lleva décadas siguiendo su música. Tampoco ha ido nunca a un festival que tenga lugar en un emplazamiento tan especial. El barco ya surca las olas breves del puerto de Cartagena, y Miguel Ángel va imaginando lo que tendrá oportunidad de ver en apenas unos minutos: el alcázar como surgido de la tierra de las colinas que abrazan la ciudad portuaria; él, su mujer y el resto de la gente subiendo por sus escalerones de piedra; las vistas que se expanden sin previo aviso, una vez arriba, la Cartagena infinita y colorida y bañada por un mar que no acaba nunca.

Es la undécima edición de los Conciertos del Fuerte desde que Cartagena Puerto de Culturas tuvo la idea de convertir un monumento del siglo XVII concebido entonces para la defensa militar de la ciudad en un paraíso de la cultura donde, paradójicamente, pese a su amplitud, los pormenores música cobran una precisión sobrecogedora, como de auditorio. De ese efecto mágico son muy conscientes Lola y Juan, que llevan varios años sacando entradas para el festival. “Es como si una estuviera en el salón de su casa. Como si te estuvieran cantando a ti sola”, dice Lola.

“No sé si somos conscientes de la suerte que tenemos de poder disfrutar de una maravilla como esta”, explica, y entonces, como propiciado por esas palabras, lo que antes era imán y anticipación ahora se transmuta en descubrimiento repentino, en asombro, en movimiento: el atardecer que cae limpio en el primer viernes de julio en Cartagena, las luces de la ciudad que se encienden a medida que oscurece, los faros de los coches que surcan las calles, las olas del mar, que chocan abajo contra las rocas de los acantilados.

El público va llegando al Fuerte. El barco turístico los va trayendo a todos en tres viajes diferentes. Al otro lado de una serie de barras dispuestas para la ocasión, un grupo de camareros solícitos sirven una tapa concebida por el restaurante Casa Tomás y el chef Cayetano Gómez. El cocinero pretende que música y gastronomía se entremezclen para rendir homenaje a Cartagena. Su sabor transmite sensaciones grabadas a fuego en el imaginario colectivo de la ciudad. Se trata de una pieza, cuenta el chef, en la que el ingrediente principal es un paté de corazón de atún del Mediterráneo envuelto en una especie de esfera crujiente.

La gente la prueba, la saborea, y se sienta en sus localidades, ordenadas en varias filas, junto al escenario, que está pegado a los muros de la fortaleza. Sentarse allí es como suspenderse en el aire, sobre el mar. Todo el mundo aguarda impaciente a que llegue la hora y Pedro Guerra se acomode, al fin, delante del micrófono. Hay en el ambiente una expectación tensa, una sensación de que van a recibir a un maestro de la música tradicional española. El cantautor canario, mientras, descansa en su camerino. Allí recibe a elDiario.es de la Región, apenas diez minutos antes de que agarre su guitarra y remonte los peldaños, avanzando entre la multitud, hasta alcanzar el taburete que hay sobre la tarima.

La noche va cayendo afuera, y él ya se hace una idea de lo que está a punto de vivir, porque ha hecho la prueba de sonido durante la tarde y ha pisado la ciudad portuaria varias veces a lo largo de su extensa trayectoria. “Va a ser un concierto muy cercano al público. Se va a ver la ciudad detrás como si fuera un decorado. Creo que se va a crear una atmósfera muy especial”, dice, y cierra acto seguido la puerta del camerino para concentrarse por última vez y, ya con la guitarra colgada sobre el hombro, recibir el aplauso unánime al salir.

Pedro Guerra sube al escenario con un paso lento, pausado, mirando a su alrededor, con un disfrute muy personal. Lo acompaña Encarna Zamora, responsable de comunicación de Cartagena Puerto de Culturas. Antes de que el cantautor se haga con la totalidad del escenario, ella lo presenta. “Hemos llegado, otro año, a uno de los escenarios más bonitos del Mediterráneo. El artista que nos acompaña hoy nos ha regalado versos que quedan para siempre”, dice. Entonces se hace a un lado.

Sin que nadie lo advierta, Pedro Guerra comienza a deslizar las manos sobre la guitarra. Solo cuando el sonido de las olas del mar se borra por completo es posible advertir los primeros acordes. Insinúa las notas de una canción. Es un solo gesto con los dedos, tan breve como la luz de un relámpago. Acerca los labios al micrófono, con los ojos entornados. “Gracias por invitarme a este lugar tan hermoso”, dice, con las inflexiones exóticas de su acento. El canario explica que va a cantar las canciones “fundamentales” de su carrera, como “Contamíname”, y también las que forman parte de su “último proyecto”, Parceiros, que recoge colaboraciones con artistas de la talla de Enrique Bunbury, Alice Wonder, Conchita, El Kanka o Rita Payés.

El cantautor, varias veces, entre canción y canción, apela a la escritura, al proceso de creación de las canciones, a las horas encerrado en su estudio, delante del papel. “Raíz que debo a mis viejos, a mis hijos y a los besos que me guardo y no di”, canta. “Raíz que busco y no encuentro, que vive oculta en los versos que no escribo y que perdí”, sigue, como recitando un poema acompañado de delicadas notas de guitarra. El espacio abierto y suspendido en el mar le dan a la música una cualidad despojada, sencilla, como la de un dibujo resuelto solo con el lápiz. El tiempo se pierde en el vacío: las luces de la ciudad parecen detenerse; las olas del mar dejan de avanzar en la dirección del viento.

El público va comprendiéndolo a medida que avanza el concierto: Pedro Guerra, solo, en un escenario que da la espalda a toda una ciudad nocturna, impone durante más de una hora un mundo completo, un ambiente cerrado, acogedor. Para ello únicamente le hacen falta su voz y sus manos. Así lo perciben José Antonio y Paqui, que han venido desde Motril, en Granada, para ver a uno de los artistas que ha compuesto la banda sonora de sus vidas. Están sentados muy cerca de la primera fila. Aprecian cada detalle de los movimientos de Guerra. Lo fotografían con el teléfono y revisan las fotos, incrédulos. “No necesita ni guitarra. Con la voz le es suficiente”, explica José Antonio, casi susurrando. “La música la lleva en la voz, en las letras, que son impresionantes. Es un poeta”, concluye, y mira de nuevo al frente, a Guerra, que inicia otra canción. José Antonio agarra de la mano a su mujer. Guerra canta: “Cuando tú no estás se achican los abrazos, se seca el manantial” (…) “pero, por suerte para el mundo y para mí, tú siempre estás”.

Estos momentos tan especiales ya los han vivido muchos otros artistas que han pasado por el Fuerte todos estos años para difundir en el aire de Cartagena su talento y su música. El madrileño Depedro actuó el año pasado. “La imaginación, esa palabra tan bonita, hace que los organizadores posibiliten que en un lugar como este, tan histórico, en el que te sientes como una mota de polvo, se pueda hacer música”, explica a este periódico. En 2023 fue también el turno de los cartageneros ‘Nunatak’. Su guitarrista y vocalista, Gonzalo Ruíz, recuerda la actuación con un cariño que tardará mucho tiempo en desvanecerse de su memoria. “Parece que tocábamos en un barco en medio del mar. Para mí, fue un reencuentro con la ciudad. Fue simplemente espectacular”, rememora.

De manera inesperada, igual que cuando el primer acorde de la guitarra de Guerra ha convertido en estático el tiempo incesante de Cartagena, suena la última de todas las notas entonadas por el canario, y éste, otra vez muy lentamente, se descuelga la guitarra del hombro, como oficiando un ritual. Se hace el silencio y de nuevo se escucha el mar. Las luces de la ciudad parecen otra vez cobrar vida. Pedro Guerra se acerca al micrófono por última vez, y da las gracias, tímido, mirando hacia el suelo. Se levanta, hace una reverencia y baja del escenario, aliviado, igual que si hubiese terminado un trabajo prolongado y liviano. Enfila el camino de vuelta entre el público, que rompe el silencio en un estruendo de aplausos. Entre las palmas finales alguien exclama, respondiéndole con un reconocimiento íntimo que en realidad embarga a todos y cada uno de los asistentes a este primer Concierto del Fuerte: “Gracias”.