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Cambiar de literatura

Quería escribir sobre literatura, pero no parece posible. Me he pasado la noche en vela invocando literatura, tratando de leer literatura, encogida en un sofá haciendo daño a mi cuerpo para ser literatura, no vaciando el cenicero para oler literatura. Y nada. Como a tantas personas que crecimos en este mundillo de hombres, leyendo a hombres, contemplando obras de hombres, escuchando quejarse melódicamente a hombres, a veces me pasa que para hacer algo cuando estoy atascada, me pongo a imitar a esas maneras. Siempre de un modo paródico y, por supuesto, sin ningún resultado más que un dolor de cabeza, pasar un día medio ausente, como una muerta en vida, haciendo todas las tareas del día mal y atropelladamente. Parodiando ese desvalimiento masculino mundial, esas crisis existenciales quejicas, ese desprecio por la vida que pone a quien está escribiendo, componiendo, filmando en el centro de nada. Sí, uno solo y nada alrededor. Probablemente una de las personas más importantes para mí sea Franz Kafka, y era un hombre, y también escribiendo, en algunos trazos. Pero cuando imitamos las maneras mundiales de los hombres, no imitamos precisamente el salto al vacío que es el modo de escribir y sentir de Kakfa. No lo hacemos para nada bueno, imitamos la mediocridad en la que se sustentan, la sopa boba de la que se alimentan, el desánimo de occidente del que nunca se desapegan lo suficiente, porque es su imperio.

Y eso mismo le pasa a Aixa de la Cruz, a quien he estado leyendo esta noche y con quien me identifico ahora completamente. De hecho, estoy escribiendo en este momento como lo hace ella. Sin hacer literatura. Pensando solo con palabras, creyéndome superior a mí misma y mi vida, con algún Bukowski o Bernhard de la vida refritos tarareándome en la nuca, rememorando violencias sin conseguir elaborarlas, destilarlas, ofrecerlas más que con palabras.

Aixa de la Cruz escribió un libro que se llama Cambiar de idea, un libro malísimo. Y creo que ella lo sabe. Y no solo lo sabe sino que por el final escribe: “En todo caso, me gustan los libros que se escriben para retractarse”. No sé si ha valido la pena leer ciento cincuenta páginas para encontrar esta frase, pero esta frase vale la pena. No estoy segura de qué se retracta escribiendo esa frase, pero esa frase vale la pena. Mucha pena. Esta breve novela pasa por relatos sin vida de la vida de la autora, sordideces de por aquí, que si drogas y accidentes, que si muertes, que si mucha lectura y nombre de autorxs sin gracia, que si crisis porque sí. Y la manada de Pamplona, y las violencias sexuales, y el narcisismo y el ser consciente de ello, y que si publicar tan joven y exponer la vida de una, y que si tejer es empoderante si es una especie de ejercicio de autonomía. Fíjate, las noticias de este último mes. Igualitas. Y las movilizaciones. Y mientras en Sudamérica protestas y violencia estatal y golpes de estado. Y en España las personas migrantes continúan organizándose para ser ciudadanas, para ser vistas y escuchadas. Para decidir.

Y Aixa de la Cruz se retracta. No pide perdón, pero se retracta. El libro se llama Cambiar de idea. Me lo regaló mi amiga Reme porque ella lo había leído y de vez en cuando la interrogaba sobre cómo era. El título me daba mucha envidia. Qué titulo más bonito, le decía, no será tan bueno, ¿a que no? Ella se encogía de hombros y me decía que no, que no era tan bueno, pero que en él se producía un cambio respecto del feminismo, un cambio de la autora y que tal vez merecía la pena. Reme me lo regaló. Y se lo agradezco ahora, no solo el título me sigue pareciendo precioso, sino que creo que merece la pena. Merece la pena proponerse retractarse, proponerse dejar de imitar ese modus operandi masculino que ha invadido el ambiente durante siglos y que habría acabado con la literatura de no ser por gente como Kafka o Woolf. Merece la pena, sí, abandonar una idea, una, amorfa y que no da nada que pensar, el cóctel de nombres de autores y citas sin contexto que es casi lo contrario a pensar -y una lo sabe porque se siente aturdida y no cambia de lugar-, y proponerse abrazar la pluralidad de lo que no se sabe: de la literatura, de los modos de ser y pensar, que como tantas cosas -la vida en común, la igualdad, la justicia, la belleza-, apenas conocemos pero son aquello por lo que merece la pena vivir, y escribir. Suerte y ánimos, Aixa, espero que lo consigamos. Yo estoy segura de que Kafka tuvo una vida buena, una que no conocemos y que a mí siempre me da esperanza. Cuando lo leo es lo que siento, que está muy fuera de este mundo y al mismo tiempo completamente inmerso en él. Siempre recuerdo aquella anécdota histérica y dulce, que creo que me contó un novio, en la que Kafka se habría pasado una noche entera llorando tras haber leído una noticia en el periódico sobre la muerte de una mujer con su hijx. Luego me lo imagino sentado frente a una ventana tratando de escribir, como en aquel relato del que no recuerdo el título, creándose una templanza suya, y me sale sonreír, porque se lo agradezco mucho.

Quería escribir sobre literatura, pero no parece posible. Me he pasado la noche en vela invocando literatura, tratando de leer literatura, encogida en un sofá haciendo daño a mi cuerpo para ser literatura, no vaciando el cenicero para oler literatura. Y nada. Como a tantas personas que crecimos en este mundillo de hombres, leyendo a hombres, contemplando obras de hombres, escuchando quejarse melódicamente a hombres, a veces me pasa que para hacer algo cuando estoy atascada, me pongo a imitar a esas maneras. Siempre de un modo paródico y, por supuesto, sin ningún resultado más que un dolor de cabeza, pasar un día medio ausente, como una muerta en vida, haciendo todas las tareas del día mal y atropelladamente. Parodiando ese desvalimiento masculino mundial, esas crisis existenciales quejicas, ese desprecio por la vida que pone a quien está escribiendo, componiendo, filmando en el centro de nada. Sí, uno solo y nada alrededor. Probablemente una de las personas más importantes para mí sea Franz Kafka, y era un hombre, y también escribiendo, en algunos trazos. Pero cuando imitamos las maneras mundiales de los hombres, no imitamos precisamente el salto al vacío que es el modo de escribir y sentir de Kakfa. No lo hacemos para nada bueno, imitamos la mediocridad en la que se sustentan, la sopa boba de la que se alimentan, el desánimo de occidente del que nunca se desapegan lo suficiente, porque es su imperio.

Y eso mismo le pasa a Aixa de la Cruz, a quien he estado leyendo esta noche y con quien me identifico ahora completamente. De hecho, estoy escribiendo en este momento como lo hace ella. Sin hacer literatura. Pensando solo con palabras, creyéndome superior a mí misma y mi vida, con algún Bukowski o Bernhard de la vida refritos tarareándome en la nuca, rememorando violencias sin conseguir elaborarlas, destilarlas, ofrecerlas más que con palabras.