'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
Un cuento de navidad
“¡Qué fechas más malas para escribir nada!” Eso es lo que me he estado repitiendo estos días. Llego tarde y no sé si mal. Para les lectores de esta sección habrá sido extraño no recibir la píldora de “disidencias” el miércoles pasado con el sol y las nubes bañando de luz o neblinas nuestros aparatos de leer, es decir, nuestras ganas de diálogo. Que mira, no se lee con los ojos ni la cabeza, se lee con las ganas, o con la curiosidad, o con el tiempo que se hace libre, o con el deseo de conocer a otres, de escuchar sus voces que son las nuestras pues son impersonales, como sabía Virginia Woolf.
Pero las fechas eran malas y no por las fiestas navideñas previsibles, y el previsible tedio y jaleo de reuniones familiares, compromisos empresariales y de trabajo en general, o por el casi forzado trasiego de bar en bar y de casa en casa para comer, beber, reír y aburrirse. Que conste que servidora no tiene nada en contra del aburrimiento, pero éste me parece interesante en la medida en la que aparece en solitario. El aburrimiento social es una cosa triste, y aunque puede ser el motor de desvíos interesantes en la vida, aburrirse en sociedad siempre es un síntoma profundo de lo mal que nos va en la sociedad. Eso lo sabía gente burguesa como Proust o Austen, pero nosotres no somos burguesas ni de lejos. No nos engañemos, por muy moderno que sea el teléfono de una, la burguesía no sólo poseía mercancías a la última moda, la burguesía se inventó ese tiempo libre dentro del capitalismo rodeado de arte y otras exquisitices. O tal vez lo que se inventó fue el deseo de ese tiempo rodeado de cosas bellas, y por lo tanto, se inventó también el aburrimiento que rodea todo ese tiempo que no es libre.
Hay que recordar que las personas burguesas explotadas no estaban, pero aburridas, un rato. La burguesía, no el vendedor de telas de Madame Bovary, sino los sueños de Bovary, esa mujer que no lo consigue. Que tiene tiempo, pero no consigue que sea libre. Puede que Flaubert, que también era un burgués, quisiera precisamente criticar los defectos de esa pequeña burguesía de provincias que creía que se iba a comer el mundo a base de creerse las fantasías sobre el mundo. No lo sé. Pero lo que está claro es que no le hace ningún canto a la burguesía. Como tampoco lo hace Jane Austen. La que menos tiempo y dinero tiene de todes. Austen, si se la lee sin esa crema pastelera envenenada “para mujeres” que le ha puesto cierto cine, trata de mostrar ejemplos, literales, de cómo pensar por una misma bajo una gran presión social y económica. Eso sí, en unos límites muy estrechos: matrimonio por conveniencia o matrimonio moral, ése es tu destino, mujer aristócrata-burguesa. Lo sorprendente es que aun así consigue convertir una asfixiante y aburrida sala victoriana en un lugar de reflexión sobre una misma y el mundo. Con la boca abierta te quedas. Habrá libertad, haciendo con poco, y con mucho, nuestra inteligencia.
Quien sí le canta a la burguesía, con algo de ironía, es Proust, que mezcla la vida aristocrática, sus finuras, aburrimientos y entresijos sociales con una burguesía un poco dislocada y de baja moral. Pero Proust nos lía porque es literatura pura, es decir, análisis e invenciones de belleza sensible que envuelven por igual lo aristocrático y lo burgués. Lo que pretendía decir es que la imagen que tenemos del esplendor de la vida es una mezcla un poco vieja del tiempo aristocrático con la opulencia burguesa e igual nos hemos hecho un lío porque nos ha faltado la imaginación para traer todo eso del lado de la igualdad. No somos les descendientes de esa burguesía de fondo aristócrata. Dónde están nuestras rentas y nuestras noches en la ópera. No tenemos esa herencia. Nuestra única herencia sería la literatura. No digo que la culpa sea de Proust, ni que haya culpables, pero tenemos que comenzar de nuevo. La literatura nos confunde, pero para bien.
Está claro que todavía anhelamos tener tiempo. Aunque a veces parece que se nos olvida. No voy a hacer la letanía -más que descripción- de cómo son y de dónde vienen los obstáculos al tener tiempo, tiempo libre, desde las diferentes posiciones sociales en las que nos vemos atrapadas, ni voy a hacer la clásica crítica a la pérdida de la conciencia de clase. Yo lo que quiero es hablaros de estos últimos días que estoy pasando en España, “de vacaciones” del trabajo, del tiempo libre y de George Eliot y la televisión. En resumen, lo que pretendo es dejar algunas puntadas de hilo para que podamos continuar avanzando en un provechoso odio y destrucción de la sociedad, o lo que es lo mismo, la sociedad patriarcal, capitalista y racista. Y todo esto teniendo como ambiente el aburrimiento, por si vale la pena tratar de encontrar un aburrimiento interesante -qué oxímoron-, ya que creo que por mucho que vivamos en condiciones de explotación, todes nos aburrimos, es decir, experimentamos el paso del tiempo cotidiano en su vacío, en su desorden, en sus riesgos.
No he tenido tiempo para escribir antes. No por la navidad y todos los jaleos descritos más arriba, sino porque cuando estoy en España me dedico a cuidar de mi madre. La señora Carmen Porris está enferma y normalmente vive agasajada modesta y bellamente por dos mujeres que la cuidan de noche y de día. Pero como somos gente proletaria y el estado abandona a su suerte a las personas dependientes, el mes que estoy pasando en España la tengo que cuidar yo para poder continuar pagando el sueldo de una de las cuidadoras que está de baja laboral por enfermedad. Andamos muy mal de dinero, vaya.
Por lo tanto, estoy con mi madre día y noche, y aunque es una persona alegre e interesante, no me deja tiempo para nada. Así que estos días me decía “qué fechas más malas para escribir” al mismo tiempo que me decía “qué ganas de escribir”. Porque escribir es un trabajo que te hace estar de vacaciones de las desgracias sociales, incluso cuando se trata de pensarlas. Sólo quien no ha escrito o no ha podido escribir nunca puede decir que la escritura no interviene en el mundo. Ni una novela ni un ensayo, ni siquiera el manifiesto político más fuerte y justo van a salir a la calle luchar por la justicia y la igualdad. Los libros no tienen cuerpos, ni manos, ni piernas. Pero en ellos están re-organizados los cuerpos, las manos y las piernas de multitud de personas que han escrito solas, soles y solus. Son todo potencia.
Como lo puede ser el aburrimiento. El problema es que normalmente lo vivimos como lo contrario, la más absoluta impotencia. Me sitúo: cuando paso temporadas largas cuidando de mi madre, atendiendo sus necesidades constantes, tratando de decidir por ella y con ella en la medida de lo posible, cuando nuestros días juntes discurren cargados de tareas de primera necesidad, de pocos medios y muchos problemas, cuando ocurre esto y estoy sola con ella, estamos soles, me pongo triste y ansiosa, pero sobre todo me aburro porque me siento impotente. La otra persona que podría ayudarme no me ayuda, el estado no me ayuda, la sociedad me da consejos de mierda y condescendencia, pero no me ayuda. ¿Quién me ayuda? Pues me ayudan les amigues que vienen a visitarnos. Que pasan con nosotres días enteros paseando por la huerta. Que encuentran interesante tratar de resolver problemas inmediatos y a largo plazo discutiéndolos entre todes. Que cocinan y conversan con placer con mi madre incluso cuando no sabe dónde está, y tiene que comenzar desde el principio recordando los primeros años que pasó en una casa que le resulta ajena. Que sienten y comparten el gusto de estar juntes, de pasar tiempo juntes, de hacer juntes por minúsculas o rutinarias que parezcan las actividades. Así encontramos juntes una potencia, no porque tratemos de pasar el tiempo más entretenidas sino porque, de repente, estamos viviendo juntes. Mañana tendremos problemas de nuevo, pero estaremos juntes.
De esto, que quería compartir por gratitud y porque me parece lo más importante del mundo estos días, me parece que podemos extraer una gran lección anti-social. Frente a la sociedad familiar de obligado cumplimiento de rutinas y celebraciones y mucha inautenticidad por momentos, el ocuparse juntes de la madre de otra persona. Frente al asistencialismo social condescendiente y de recursos insuficientes, el interés y la curiosidad por las vidas que se presentan como desahuciadas, como vidas que sólo existen para ser mantenidas con vida. Frente al machismo y al racismo que dominan en la sociedad abandonando a las mujeres más pobres y explotando a las mujeres migrantes para proveer de cuidados, la aventura de la vida en común, del hacerse cargo de las personas dependientes porque las vidas importan. Y nos interesan y nos llenan de alegría y no sólo de tristeza.
En estas, estábamos viendo la tele con otra de les amigues que ha venido a pasar unos días con nosotres desde muy lejos. Una película mediocre basada en Silas Marner de George Eliot. Que si no conocéis a George Eliot os digo que es una escritora británica del siglo XIX que escribía con pseudónimo. Que la conocí por Virginia Woolf. Y que es una de las escritoras con las que yo me he formado y que me han hecho adorar la literatura decimonónica: su aburrimiento, su inventiva sensible y su capacidad de reflexión. En la literatura del siglo XIX, por diversa que sea, hay mucho de reflexión moral, es decir, de pensar cómo es una vida buena -como rescata Judith Butler la moral, sacándola del pozo de la normatividad represora-, de organizaciones sensibles e intelectuales para poder pensar cómo vivir. En la peli en cuestión, aunque era muy mala, había algo de eso. Sólo les interesaba copiar “la historia” de la novela de Eliot pero no conseguían barnizarla de hollywood sin llevarse algo del espíritu literario de la obra. Es increíble que ocurran estas cosas, que incluso a partir de una película mala consigamos recuperar y acompañar algo de la inteligencia que tenemos en común. La peli trataba de un hombre amargado y miserable que cambia de vida por azar al adoptar a una niña. Muy aburrido, ya lo sabemos. Nada nuevo. Pero en ésas aparece nuestro tema de los beneficios de ser antisocial, de tener mala leche si hace falta, de estar amargade porque la vida a veces nos va mal y no pretender ni forzarse a agradar a nadie. De estar un poco fuera de la sociedad, pero volver al mundo. Porque en cuanto hay interés por le otra, por algo que no sea une misme, aparece de nuevo el mundo. Todas las potencias y peligros. Y eso es impresionante, que podemos percibir, en medio del aburrimiento y la rutina, que siempre podemos re-comenzar, que siempre estamos a tiempo de pensar cómo vivir, y cómo cambiar, si es preciso, de vida. Y, sobre todo, cómo la sociedad, como entramado normativo, legal y de costumbre, es una estructura que nos empuja a vivir sin conocer lo que es la vida, cómo son las vidas, a que pasemos por alto cuánta potencia podemos desplegar para vivir si abrimos los ojos, agudizamos los oídos y continuamos curiosas a pesar de las dificultades y, cómo no, del aburrimiento.
El capitalismo es el principal responsable de que el aburrimiento, la legítima experiencia del vacío del tiempo, angustioso y lleno de posibilidades, lo experimentemos como miseria económica, como abandono y falta de estímulos. El capitalismo hay que combatirlo todos los días porque nos condena a la pobreza económica, al aislamiento, y al aburrimiento. Nos quiere quitar no sólo las riquezas económicas que podemos producir a base de desigualdad, sino sobre todo las ganas de vivir, a unas más que a otres, pero a todes. No estoy llamando a resignarse a vivir en la pobreza y el abandono, claro, estoy pensando en cuánto necesitamos continuar tratando de desapropiar a la sociedad capitalista de ese robo de nuestras posibilidades de vida. Que no se limita a la explotación de nuestros cuerpos y de nuestro tiempo. O mejor, que explota nuestros cuerpos y nuestro tiempo hasta el final, hasta en los momentos de aburrimiento: en los que no sirven para nada, los de la literatura, la imaginación y la inteligencia libre. Ya ves, cuento de navidad, pero de navidad de amigues con quienes he recuperado un poco de esa experiencia del tiempo en mitad de las tareas de cuidado. Muchas gracias a todes, ya sabéis quiénes sois.
Y de esto más o menos va la novela de George Eliot. Y éste ha sido mi rato de tiempo libre. Algo disperso por falta de práctica, pero con mucho gusto de haberlo pasado así. Ahora me voy a preparar la cena.
“¡Qué fechas más malas para escribir nada!” Eso es lo que me he estado repitiendo estos días. Llego tarde y no sé si mal. Para les lectores de esta sección habrá sido extraño no recibir la píldora de “disidencias” el miércoles pasado con el sol y las nubes bañando de luz o neblinas nuestros aparatos de leer, es decir, nuestras ganas de diálogo. Que mira, no se lee con los ojos ni la cabeza, se lee con las ganas, o con la curiosidad, o con el tiempo que se hace libre, o con el deseo de conocer a otres, de escuchar sus voces que son las nuestras pues son impersonales, como sabía Virginia Woolf.
Pero las fechas eran malas y no por las fiestas navideñas previsibles, y el previsible tedio y jaleo de reuniones familiares, compromisos empresariales y de trabajo en general, o por el casi forzado trasiego de bar en bar y de casa en casa para comer, beber, reír y aburrirse. Que conste que servidora no tiene nada en contra del aburrimiento, pero éste me parece interesante en la medida en la que aparece en solitario. El aburrimiento social es una cosa triste, y aunque puede ser el motor de desvíos interesantes en la vida, aburrirse en sociedad siempre es un síntoma profundo de lo mal que nos va en la sociedad. Eso lo sabía gente burguesa como Proust o Austen, pero nosotres no somos burguesas ni de lejos. No nos engañemos, por muy moderno que sea el teléfono de una, la burguesía no sólo poseía mercancías a la última moda, la burguesía se inventó ese tiempo libre dentro del capitalismo rodeado de arte y otras exquisitices. O tal vez lo que se inventó fue el deseo de ese tiempo rodeado de cosas bellas, y por lo tanto, se inventó también el aburrimiento que rodea todo ese tiempo que no es libre.