'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
Hermana mayora
Año 2000. Madrugada previa a rendir un examen de Derecho Constitucional. El cansancio y la frustración por seguir una carrera que no llenaba empezaban a hacer mella en mi ánimo. “¿Dónde carajo están las juristas mujeres? Odio este mundo de ellos para ellos.” Esta idea recurrente y esa desazón por lo que ahora puedo llamar heteropatriarcado acompañaron el resto de mi carrera.
Las aulas y los pasillos estaban llenos de jovencitas brillantes y estudiosas, cuyos hilos de voz eran ecos de viejas estructuras. Pocas cosas disruptivas ocurrían en ese espacio que perfilaba la formación de piezas de un sistema para seguir beneficiando al hombre blanco hetero y cis género. Las mujeres representábamos más del cincuenta por ciento del alumnado de Derecho y la planta docente de la Facultad tenía un componente importante de abogadas y juristas. Pero ahí estábamos, día a día, leyendo a los Luises, Rafaeles, Norbertos, Jorges y Juanes, diciéndonos cuáles deberían ser las reglas del juego, en qué consistía la democracia y qué debíamos entender por derechos.
Una llamarada de vida me impulsó a huir de Derecho por algunos años. Mi encuentro posterior con las teorías feministas y las ciencias sociales me llevó a realizar una búsqueda de lo que hacían y producían las abogadas. Para mi sorpresa descubrí que todo el tiempo que permanecí en la Facultad estuvo presente una que peleaba por incluir el tema de género en la malla curricular. Rocío, mente brillante, especialista en mediación, con quien coincidí en una tarea titánica de transversalizar género en una institución pública. Poco a poco me di cuenta que la invisibilización de las mujeres es una constante tan arraigada que, incluso en la búsqueda y en la queja, la ceguera persiste.
Como buena mediadora fue capaz de acercar la reflexión teórica de género a los duros corazones burocráticos. Con mucho amor me hizo entender que previo a cualquier cambio legal y /o institucional, el género nos configura desde lo vital y personal que puede sacudirse el sistema. Esa habilidad para tocar la médula emocional, de manera táctica e imperceptible, y transformar la realidad era su arma de batalla, a diferencia de la mía que siempre ha sido la confrontación. “No te sulfures, todas las personas estamos desaprendiendo el machismo” me dijo alguna vez con amor infinito, luego de presenciar una discusión. Sorora convencida, nos sacudía con sus reflexiones acerca de la misoginia cotidiana interiorizada. Con insistencia nos llamaba a apoyarnos entre nosotras, pues consideraba que el cuidado y cariño entre mujeres es un arma poderosa.
Hace muchos años que dejé el país que me vio nacer. Desde entonces dejé de tener noticias de ella, pero de manera extraña siempre estuvo en mi mente. La cadencia de sus palabras, suaves y firmes a la vez, me acompañó en cada reto vital. Hace un par de días nos dejó. Ese agujero negro sórdido que dejan los vuelos definitivos me está sacudiendo. También me movieron a escribirle estas palabras. Quiero visibilizarla en la distancia y en la ausencia física. Nombrarla para siempre en un acto sororo de agradecimiento infinito. Rocío, gracias. Te abrazo hermana mayora.
Año 2000. Madrugada previa a rendir un examen de Derecho Constitucional. El cansancio y la frustración por seguir una carrera que no llenaba empezaban a hacer mella en mi ánimo. “¿Dónde carajo están las juristas mujeres? Odio este mundo de ellos para ellos.” Esta idea recurrente y esa desazón por lo que ahora puedo llamar heteropatriarcado acompañaron el resto de mi carrera.