'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
No odias los lunes, odias tu trabajo (buscar trabajo, también es un trabajo)
Con este slogan podría empezar el libro de 'Sedados' de James Davies (Capitan Swing) sobre cómo las exigencias del capitalismo moderno crearon la crisis de la salud mental. Como este es un tema candente en la sindemia que seguimos padeciendo, veo necesario aclarar que no es tanto una crítica o posicionamiento contra la utilización de psicofármacos, sino un cuestionamiento crítico sobre su uso.
Decía Deleuze, que los poderes nos quieren tristes, que “los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos” porque “la tristeza y los afectos tristes disminuyen nuestra potencia de obrar”. Seguía: “No es fácil (…) organizar los encuentros, aumentar la capacidad de actuación, afectarse de alegría, multiplicar los afectos que expresan o desarrollan un máximo de afirmación. Convertir el cuerpo en una fuerza que no se reduzca al organismo, convertir el pensamiento en una fuerza que no se reduzca a la conciencia” (Claire Parnet & Gilles Deleuze, 1980, Sobre Spinoza, Ed.Flammarion).
Los poderes nos quieren tristes pero funcionales, ya que de nosotros depende que la rueda siga girando, y desde ese punto se desarrolla la idea del uso abusivo que hacemos de los psicofármacos como sociedad. Muchas veces estos se recetan para que la persona pueda seguir siendo productiva y competitiva en un sistema laboral o educacional.
Es un gran peligro vincular la salud mental solamente a la biomédica dejando de lado las condiciones de vida de las personas, además recientes estudios demuestran que, en parámetros de salud afecta más el código postal que el código genético. Sin embargo seguimos sin cuestionar porque se pone el foco en la persona y no en su entorno.
Davies nos habla de este tema, a través de datos cualitativos y cuantitativos. Explica cómo las tasas de discapacidad e incapacidad laboral por salud mental aumentaron en los años 80 con los recortes de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y como esto vino acompañado del consumo de un gran número de psicofármacos. Lo que produjo un suculento aumento de las ganancias de la industria farmacéutica.
Esta tesis no es nueva. Fue denunciada por Whitaker en Anatomía de una Epidemia 2015 (editado también por Capitán Swing) que descubrió que la mayoría de estos psicofármacos son probados en periodos cortos y a la larga pueden empeorar la salud mental y física produciendo daños hepáticos, colesterol o diabetes. Las criticas fueron demoledoras, algunos le llamaron negacionista del VIH, otros achacaron la subida de diagnósticos a la “evolución de la ciencia” y otros sencillamente dijeron que la gente fingía incapacidades o discapacidades para cobrar las prestaciones sociales. Esta última critica muestra un gran desconocimiento tanto de la salud mental, como del sistema de ayudas sociales y su relación con las personas con discapacidad. Si queréis ahondar en el tema os recomiendo Tullidos, Austeridad y Demonización de las personas con discapacidad de Frances Ryan.
De 'Sedados' me parece especialmente interesante los capítulos sobre causas de desempleo y las nuevas terapias psicológicas de reintegración laboral. En ellos, el autor describe como el Ministerio de Trabajo y Pensiones del Reino Unido afrontó el problema del paro de una forma totalmente basada en el individuo, ignorando las causas estructurales. La administración basaba su orientación laboral en la psicología positiva, en pequeñas acciones conductistas y en la idea de “cambio de actitud” para promover la entrada al mundo laboral.
Acompañaban los emails de pequeños mensajes positivos -rollo Envialia- que, según un estudio de Friedli y Stearn, conseguían todo lo contrario. Las personas destinatarias sentían enfado, confusión, ansiedad y depresión al tomar su condición de desempleado/a como algo puramente individual basado en un “falso empoderamiento” al que no podían llegar por sus propios medios.
Estas dinámicas de soledad, competición y expulsión del sistema empiezan desde la infancia. Es alarmante es que entre el 2005 y el 2012 hubo un aumento del 56 por ciento de prescripciones psiquiátricas (que no psicológicas) a niños y niñas, aumentando también la etiqueta de “necesidades especiales en las escuelas” y la segregación educativa. Para dejarlo claro: los programas de intervención precoz son muy necesarios pero su problemática es que, como en el caso del tratamiento en adultos/as, favorecen la atención biomédica a la psicosocial. Lo que en casos de infancia es muy arriesgado.
En palabras de un manifestante de Occupy Wall Street al que entrevista el autor, “nos están enseñando a considerar nuestras emociones como algo que prácticamente podemos fabricar mediante actos deliberados de consumo. Cuando estamos angustiados, no se nos anima a indagar en la causa y encararnos a nuestra realidad; no se nos dice lo que falla en nuestras vidas o en nuestra sociedad. No se nos enseña a leer, a estudiar, a pensar, a luchar, a actuar. Al contrario, hacemos lo que nuestra economía quiere que hagamos: echamos mano a infinidad de productos de consumo con su falsa promesa de una vida mejor si pagamos un precio (…) las actividades de ocio, las pastillas, la ropa, los objetos… No respondemos a nuestro malestar actuando sino consumiendo” (pág 203).
Si a esto le sumamos, como diría Peter Berger, el ajetreo y la complejidad misma de la vida moderna (cuyos motores pocas veces se comprenden) encontramos lo que hace que las soluciones simples y creíbles, que prometen algún tipo de autocomprensión, autocontrol y alivio, nos parezcan atractivas.
Como decía Deleuze, no es fácil, pero creo que tenemos la capacidad de actuar frente a ello y generar no solo afectos tristes sino también alegres.
Hacer que valga la alegría, y no la pena.
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