'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
Repita conmigo: la asexualidad no es una enfermedad
En el círculo de Bellas Artes en Madrid, en junio del año pasado, tuvo lugar la Conferencia Internacional de Asexualidad. Asistí con gran felicidad y entusiasmo, y a la par dimensioné la necesidad enorme de visibilizar el tema. Pero también una vez más un torrente de emociones me motivaron a seguir escribiendo sobre el tema en clave íntima y testimonial porque es la forma más honesta y potente en la que siento que puedo posicionarme políticamente.
Entre varias escenas de ese día, tengo una especialmente clavada en mi memoria: un vídeo en el que un “médico experto” y un presentador de televisión arremetían contra un chico asexual con toda clase de preguntas intrusivas y prejuicios. El “experto” afirmaba con aplomo y arrogancia que la asexualidad no existía, mientras el amable chico, con una paciencia infinita, rebatía los “argumentos” del presentador y del experto. A diferencia de la amabilidad y la paciencia del chico mencionado, a mí solo se me ocurrían una serie de improperios, producto de la ira.
A breves rasgos, he de mencionar, que se considera asexual a aquella persona que no siente atracción sexual. No es lo mismo que el celibato o la abstinencia sexual, pues en estos últimos hay una represión del deseo sexual, mientras que la asexualidad denota ausencia del mismo. He decidido por varios motivos, y en hilo con lo mencionado en la primera parte de este artículo, plasmar en este texto mi testimonio como asexual arromántica, partiendo de la premisa de que aún siendo asexual, me estoy familiarizando de a poco con la serie de matices y subidentidades tras la asexualidad.
Cuando escribí mi primer artículo sobre asexualidad, y lo titulé “Soy asexual, no estoy enferma”, hace cinco años aproximadamente, lo viví como una experiencia catártica y refrescante en la que pude socializar por primera vez años de rabia, mi salida del closet, y mi forma de vivir el placer. Caí en la cuenta de que la lucha por el reconocimiento de la diferencia es la lucha por la inclusión en el paradigma de lo humano. A partir de ese momento, viendo en retrospectiva mi propia experiencia, descubrí que si bien no es la identidad más abyecta, sí subsiste en la lucha política y en el deseo de visibilización el deseo de integrarnos.
Cuando decidí escribir este artículo, elaboré una lluvia de ideas acerca de lo que ha implicado ser y visibilizarme asexual en estos últimos años. Descubrí de pronto que también he asumido el fastidio de la patologización al tiempo que se ha ido ese miedo al rechazo. Esto último producto de haber encontrado contención, y de dar con algunas tribus urbanas asexuales en donde, entre algunas otras cosas, compartimos la frustración por la representación de la asexualidad como una consecuencia de un hecho traumático, como también celebramos las representaciones y abordajes del tema desde una perspectiva inclusiva y sesuda.
Si algo aporta la asexualidad en la crítica del sistema sexual y afectivo es que el deseo y el afecto son dimensiones infinitas como para tratar de medirlas con un rasero estrecho y cuadrado. Así, por ejemplo, podemos encontrar personas asexuales que experimentan atracción romántica hetero, bi, gay o lésbica. Les asexuales arrománticos nos sumamos también a ese gran espectro.
He notado últimamente en mí cada vez más hartazgo al tratar de explicar que la asexualidad no es una enfermedad, aunque lamentablemente el 90% de las ocasiones en que menciono que soy asexual, casi siempre sugieran que es un estado pasajero, que cómo voy a saber que no me gusta el sexo si no lo he probado, que si soy/estoy reprimida, y algunas perlas más que me provocan un revuelto de vísceras.
Hasta hace poco caí en la cuenta de que lo único que tengo reprimida es la ira, producto de enojos disfrazados de buenas maneras, y explicaciones amables y pausadas. Pues hoy he decidido decir no más, y exigir que les expertes en sexualidad, empiecen a considerar dentro de su bagaje científico las consideraciones sociológicas de la sexualidad, observando su parte normativa e histórica. Exijo también que tras esos sesudos análisis, se exijan así mismes una ética del respeto hacia cómo vive cada persona su deseo y su placer, y que estos dos conceptos se revisiten constantemente a fin de redescubrir que son dimensiones humanas más allá del acto sexual.
Dejo estas pocas líneas y este texto que más que un tratado pretende ser un llamado de atención hacia la inclusión y el respeto; un alto en la arrogancia y en la patologización de todo lo que no se logra entender dentro de lo heteronormativo. Y desde luego, busca llamar la atención para que escenas como la que describí en el primer párrafo no se vuelvan a repetir.
En el círculo de Bellas Artes en Madrid, en junio del año pasado, tuvo lugar la Conferencia Internacional de Asexualidad. Asistí con gran felicidad y entusiasmo, y a la par dimensioné la necesidad enorme de visibilizar el tema. Pero también una vez más un torrente de emociones me motivaron a seguir escribiendo sobre el tema en clave íntima y testimonial porque es la forma más honesta y potente en la que siento que puedo posicionarme políticamente.