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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Qué sientes por mí? (Cuéntamelo con un emoji)

Últimamente estoy asistiendo a una verdad terrorífica. Recabo testimonios sin parar con la esperanza de errar en mi percepción, pero no hago más que ahondar en la profundidad de este iceberg con el que me he topado. Es esta; la verdad es esta: nos estamos convirtiendo, los jóvenes de esta generación, en putos icebergs.

Fríos. Gélidos.

Pero no somos conscientes. Y cuanto más fuertes, más débiles. Cuanto mayor es la parte bajo la superficie, más crece la de arriba.

¿Cuándo nos hemos vuelto tan sensibles a nuestras propias emociones? ¿Al eventual rechazo, a la sinceridad plena? ¿Tanto que resulte necesario insensibilizarse?

En la jungla de la oferta y la demanda, ningún hijo de vecino se pone en juego. Aceptamos y rechazamos, consumimos y tiramos porque nos toca. Nada importa demasiado. Vamos con nuestra capita de hielo alrededor y nadie nos toca. Parece que sí, cuando el roce; pero es mentira. Nada ni nadie nos roza. Nada ni nadie que dure más de cinco minutos, media hora, una semana en el peor de los casos.

Ahí, en el empoderamiento del anestesiado, somos la cima del iceberg. La parte de me encanta mi vida, no necesito nada ni nadie para ser feliz. Esa apariencia de hedonismo que encierra un nihilismo potente.

«La gente es una mierda»; dije hace poco. «¿Ahora te enteras?», me contestaron.

Pues sí. Ahora me entero. Y ojalá no enterarme nunca.

Digo a menudo que no me gusta este mundo. Ya nadie tiene conversaciones en canal, nadie suda ni sangra. Vamos con el hielo y nos lo picamos para hacer cubatas.

Y cuando damos con una fuente de calor, con una llama de fuego, ¿qué hacemos? Pues nos cagamos, huimos, mentimos. Nos van a desmontar el iceberg, porque lo que no se ve es más grande que lo de arriba. Es jodidamente gigante, está por debajo.

Ansiamos en secreto que alguien venga y nos obligue a llorarlo hasta quedar a flote, pero nos acojonamos en cuanto nos calienta la posibilidad.

Ya nadie habla, no. No de sentimientos. Del tiempo, de cómo pasa el tiempo; de lo que cuentan por la tele, del último modelo de tele, de eso sí. De cualquier cosa que quede fuera. Fuera de nosotros, lejos de la profundidad. Justo en la superficie. Ahí hay aire, se puede respirar. Abajo solo hay agua. ¿Nos ahogaremos?

El amor es la fuente de calor. Obviamente. Algo que celebrar, el único valor de nuestra existencia. «Deberíamos cuidar nuestro amor», me dicen también. «Valorarlo y respetarlo y saber a quién lo ofrecemos. Es lo único que tenemos en esta vida».

Los valientes son esos, los que aún pueden y saben ofrecerlo; y atenerse a las consecuencias justo después. Los que todavía tienen la entereza para conversar verdades, verdades de verdad que contradigan la tónica terrorífica. Esto es, que para hablar de emociones preferimos los memes. Cuéntame cómo te sientes, y hazlo en los stories de quince segundos de duración.

En lugar de abrirnos en canal y mostrar la dimensión de nuestras fortalezas y de nuestras vulnerabilidades, lo que hacemos es usar las redes sociales para mandar un mensaje encriptado. Así, los interesados tienen material para hacer conjeturas sin final. Nadie viene a preguntar, oye, tú qué sientes por mí. No, en lugar de eso comentamos con otros, oye, tú quque si saben lo que hay debajoerg, sino una mierda. ¿Ahora te das cuenta? Pues sta frase, este video, ha etiquetado a este otro.é crees que siente por mí. Y aportamos material como documento probatorio: ha subido esta foto, esta frase, este video, ha etiquetado a este otro. ¿Cómo se sentirá? ¿Qué pensará? ¿Cómo será?

Es un mundo terrorífico este. Y la gente va siendo, ya no iceberg, sino una mierda. Un iceberg de mierda.

¿Ahora te das cuenta? Pues sí. Y ojalá no.

Y participamos todos de esta jungla. Somos unos cagados. Somos una mierda. ¿De qué tenemos tanto miedo?

Pues de ahogarnos. De que si saben lo que hay debajo, la superficie de mar crezca y nos desgaste la cima también. De perder la fortaleza que nos queda.

Lo que saben los valientes es que una vez que se habla, se comunica y se asume la profundidad, se puede llorar. Ahí llega el deshielo.

Con el deshielo la parte de arriba crece. Está en el aire, donde se puede respirar. Ya no hacen falta indirectas ni andar jugando a CSI. Ya no se folla la oreja a los amigos, ya no se construyen palacios en el aire. Ahora solo hay verdad, concreción y eso: valorar nuestro amor. Es lo único que tenemos en esta sociedad de mierda. Así que mejor, digo yo, mejor dejar que la mierda de iceberg sean otros, con la cara de emoji. Y nadar en mar abierto; humanos latiendo en el agitar de las olas.

Últimamente estoy asistiendo a una verdad terrorífica. Recabo testimonios sin parar con la esperanza de errar en mi percepción, pero no hago más que ahondar en la profundidad de este iceberg con el que me he topado. Es esta; la verdad es esta: nos estamos convirtiendo, los jóvenes de esta generación, en putos icebergs.

Fríos. Gélidos.