Pedro Alberto Cruz, ensayista de arte: “Cuando salí de la política viví un vacío absoluto”
Pedro Alberto Cruz (49 años) es doctor en Historia del Arte y profesor de 'Últimas tendencias del arte' en la Universidad de Murcia (UMU) desde hace 20 años. Ha publicado recientemente 'Arte y performance: una historia desde las vanguardias hasta la actualidad' en la editorial Akal; 700 páginas -55 de bibliografía- que le costaron dos años de redacción, sus ahorros y un préstamo para concluir la fase de documentación. Una obra referencial que acerca una disciplina artística difícil de sistematizar.
De su paso por la política en el Gobierno regional del Partido Popular -fue consejero de Cultura de 2007 a 2014- le queda una sensación agridulce y una placa de titanio en el pómulo izquierdo fruto de la agresión sufrida en la puerta de su casa en 2011. Inmerso en plena gira de presentación del libro ya tiene en mente nuevos proyectos: un nuevo libro sobre el pintor murciano Antonio Martinez Mengual y un monográfico sobre performance y humor. Todo esto al margen de su actividad como comisario de arte, poeta y columnista.
Durante la entrevista hablamos de performance, investigación académica y política. Su voz suave cae sobre las preguntas con una contundencia extraordinaria; una cadencia solo rota por su sonora carcajada y el movimiento constante de la pierna debajo de la mesa. En el antebrazo izquierdo lleva tatuado la frase de una poeta amiga: “Amar es revolucionario”.
¿Qué le ha movido investigar a de forma tan profunda la performance?
Todo lo relacionado con el cuerpo me ha interesado mucho. En 2004 publiqué 'La vigilia del cuerpo' posteriormente, junto a Miguel Ángel Hernández, 'Cartografías del cuerpo' y en 2014 'Cuerpo, ingravidez y enfermedad'. Mi sueño siempre ha sido escribir una historia de la performance.
¿Puede contarnos sobre la fotografía de la portada de 'Arte y performance'?
Es Tania Bruguera en la performance 'Self sabotage' (autosabotaje). Se realizó en el pabellón de la Región de Murcia en la Bienal de Venecia, la única vez que la Región participó. Delante del público introdujo una bala en el tambor de la pistola, lo giró y se apuntó. Afortunadamente, no se mató. Una persona del público pidió al comisario que parase la performance.
Lo que pretendía Tania Bruguera era criticar el concepto del artista adocenado que vive en su estudio. Que adquiere la etiqueta de político, pero realmente lo hace todo desde la distancia y sin arriesgar su propia integridad física. Ella ha estado varias veces arrestada por el régimen cubano. Siempre ha estado a pie de conflicto poniendo su propia vida en peligro, es una performance que encaja perfectamente en su trayectoria.
Para denunciar la esclavitud laboral, Santiago Sierra, a principios de los años 2000, utilizaba personas inmigrantes, prostitutas o drogodependientes en sus performances. El cuerpo expuesto como obra de arte era un cuerpo esclavo y esclavizado a su vez por el propio artista. Me cuesta imaginar algo así en la actualidad.
Hoy en día ya es difícil encontrar performance extrema. Hay mucha performance delegada. El artista tiene una idea y se vale de colaboradores para ejecutarla, no pone en juego su cuerpo. El propio Santiago Sierra ya no hace este tipo de performance.
Ahora mismo nos encontramos en un momento de regresión. Además de lo moral se incorpora lo políticamente correcto. ¿Cuántos artistas están hoy dispuestos a ser detenidos por expresar una opinión?
¿Qué le dijeron en el banco al solicitar un préstamo para escribir el libro?
Me había gastado 20.000 euros de mis ahorros en comprar libros y me faltaba dinero para seguir adquiriendo más. Al preguntarme por el objeto del préstamo se quedaron muy sorprendidos.
Esto da una idea de cómo está la investigación en España. Haces las cosas por vocación. No hay ayudas para hacerlo.
¿Lo intentó?
No. La burocracia es muy basta y disuasoria. Para este tipo de proyectos no hay ayudas. Quizá solicitar un proyecto de investigación y vincular el libro lo cual me habría costado casi más trabajo que escribirlo.
Veo que la investigación se rige por la misma voluntad vocacional presente en muchos ámbitos de la cultura artística. No solo hay que crear, sino ser tu propio productor/comercial.
Si nos atenemos al rendimiento económico de la universidad española, en el ámbito de la investigación, es mínimo. Cada seis años, el docente se somete a la evaluación de su trabajo de investigación durante ese periodo. Tienes que presentar tus publicaciones y trabajos. Si te las evalúan positivamente te conceden otro sexenio de investigación. Por esto cobras, una vez descontada la retención, poco menos de 100 euros al mes. La investigación, desde el punto de vista económico, no está incentivada.
Desde 2007 a 2104 fue consejero de Cultura del Gobierno regional, ¿cómo recuerda esos años? ¿volvería a la política?
Lo recuerdo de una manera agridulce. A nivel personal, aunque tuve la oportunidad de trabajar con gente maravillosa, no lo repetiría. Fue un desgaste personal muy fuerte. La opinión pública se deslizó muy rápidamente de la crítica a la gestión a lo personal. Se dijeron absolutas barbaridades de mí.
¿Se ha sentido estigmatizado tras abandonar la política? ¿Le ha pasado factura?
Durante mucho tiempo en el ámbito cultural de la Región se me ha hecho el vacío, incluso personas con las que conté y a las que di soporte. Para determinados sectores el hecho de tratar conmigo es hoy todavía tabú.
Cuando entré en política estaba en el cénit de mi trayectoria profesional. Venía de ser uno de los comisarios de la Bienal de Valencia y era invitado a conferencias por toda España. Cuando salí de la política fue un vacío absoluto. Podía entenderlo por parte de la gente de la política puesto que solo hay intereses, pero en el mundo de la cultura me he costado mucho trabajo recuperar la normalidad.
En la barra de un bar el ciudadano puede pedir políticos diferentes, que quieran romper, pero cuando alguien entra con alternativas y no se adecúan al patrón de político enseguida lo señalan, lo estigmatizan y le empiezan a echar. En los últimos años tenemos ejemplos de políticos a nivel nacional que han querido transformar las cosas, no se han mordido la lengua y los han inmolado.
Durante los años de su gestión se criticó el hecho de destinar mucho dinero a grandes proyectos culturales y dinamitar otros más pequeños de ámbito local.
Eso fue un análisis muy simplista y que no es cierto. Los dos años que pude gestionar un presupuesto digno el sector del teatro tuvo más subvenciones que nunca. Se sacaron por primera vez ayudas a la producción de cine. Las galerías, que han sido muy críticas conmigo, tuvieron más subvenciones que nunca. Los artistas murcianos expusieron aquí, en ARCO, en Venecia.
Hubo proyectos como el SOS o MANIFESTA -Bienal Europea de Arte Contemporáneo- que requerían más recursos. Muchas ciudades tienen eventos de ese tipo. Cuando en 2016 fui a Zurich porque quería vivir el centenario del Dadaísmo se estaba haciendo el MANIFESTA. No solo la ciudad, sino el país lo vivía como un acontecimiento histórico.
Se llegó un punto en el que, ya no criticarme, sino insultarme daba rédito socialmente. Me sorprende que toda esa vorágine crítica que se generó entonces cuando la trasladas ahora, que hemos tenido una consejera de Cultura de ultraderecha, se transforme en un silencio absolutamente sepulcral. ¿Qué pasa ahora si se expresa la opinión sobre política cultural?
Durante su gestión se realizaron muchas propuestas artísticas críticas con el poder y provocadoras en los centros de arte que se gestionaban desde la Consejería. Pero en septiembre de 2008, la cancelación de la performance de Leo Bassi originó un revuelo y críticas enormes. ¿Qué impacto tuvo esta actuación en todo el trabajo realizado?
Tengo dos puntos negros objetivos en mi gestión política, uno es ese. La censura a Leo Bassi me vino impuesta. Presenté mi dimisión. Reuní a mi equipo, mis directores generales, les dije que no iba a cargar con una censura porque iba en contra de todos mis principios. Ellos me convencieron de continuar. Me dijeron que cómo iba a tirar toda la gestión y proyectos iniciados por esto, “esto se va a quedar en nada”, me dijeron. Y no se quedó en nada, con mucha razón.
Ahora bien, que todo se filtre a través de eso me parece excesivo. En esta vida todos, medios de comunicación, gestores culturales, hacemos concesiones. Lo de Leo Bassi fue muy jodido. Ese mes nació mi hijo prematuramente, con siete meses. Estaba en la incubadora y tenía dos horas al día para verlo. Recuerdo ese periodo como uno de los peores de mi vida.
La segunda cosa de mi gestión que me parece intolerable: cerca del final de mi trayectoria política, Presidencia propuso la declaración de los toros como Bien de Interés Cultural (BIC) y la dirección general de Bellas Artes la aprobó. Yo soy antitaurino, prohibiría los toros. Y te soy sincero. Estaba tan cansado de estar batallando que dejé pasar eso, que para mi era uno de mis puntos éticos esenciales. Mi faceta animalista debió llevarme a abandonar el cargo.
El 15 de enero de 2011 varias personas le agreden y dan una paliza en la puerta de su casa al grito de “¡Consejero, hijo de puta, sobrinísimo!” [por su relación con el expresidente murciano Ramón Luis Valcárcel], una de ellas portaba un puño americano. Aparece en la prensa regional y nacional con el ojo morado y puntos en el pómulo. Días después en una entrevista afirma: “El puño tiene nombre, pero quienes lo apuntaron a mí son muchos”. Me recuerda a los actuales mensajes de odio de la ultraderecha.
Llevo una placa de titanio en el pómulo. Se creó un caldo de cultivo muy peligroso. A cualquier cosa que pasaba con el Gobierno regional se le ponía mi cara. Se fue de las manos y se generó un contexto de odio incontrolable. La tarde de antes a la agresión estaba con dos directores generales tomando un café y les dije: “Tengo la sensación de que me van a agredir”. Una sensación basada hechos ya que una semana antes habían aporreado mi interfono hasta destrozarlo.
A continuación se empezó a decir que si era un asunto de drogas, que si era un putero, un chapero... He sido de todo. He tenido todos los vicios habidos y por haber. Tuve un bar durante dos años que coincidió con los últimos en política. Estuve un año siendo consejero y pinchando los fines de semana. Un diputado del PSOE que venía de vez en cuando al bar me dijo: “Quería pedirte perdón. Dijimos cosas sabiendo que no eran ciertas. Después de tu agresión, tomamos conciencia y nos dijimos que esto no podía volver a suceder”. Se lo agradecí mucho.
A pesar de todo, sigue muy activo en redes y prensa con un nivel de exposición pública alto y una postura beligerante contra las política e ideario de Vox.
No hay ningún día que no reciba algún insulto o amenaza de la gente de Vox. Puede haber quien piense que lo hago por provocar. Pero no puedo evitar saltar cuando veo un acto de injusticia o esta gente dice alguna barbaridad. Al final todo es lenguaje, y si le concedemos el territorio del lenguaje van a construir la realidad a su antojo. Ellos son de hacer listas negras. Estamos en un momento de regresión y de pérdida de derechos muy importante. Siempre he sido muy comprometido, esto trae problemas. El modelo suizo del bienquedismo es lo que triunfa. No soy un bienqueda.
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