No se puede hablar de cuento de terror en España sin pasar por Santiago Eximeno, voz única que ha sabido crear un universo y una forma de escribir intransferibles, donde lo terrorífico alcanza cotas delirantes. Informático y apasionado de la tecnología, su insaciable inquietud creativa lo ha llevado a ejercer como guionista de cómic, editor, impulsor de revistas digitales consagradas al género e incluso a inventar juegos de mesa y videojuegos. Con “Constructo” (2014), ganó el Concurso de Creación de Juegos de Granollers. Su última exploración es la ficción interactiva, que combina juego y narrativa en soporte digital: “La acometo con la rigurosidad con que me tomo cualquier otro ataque literario”, explica. Prueba de ello es “Totenhaus, la casa de los muertos” (2016). En libros como “Lo grotesco” (Encuadres, 2017), “Umbría” (El humo del escritor, 2013) o “Bebés jugando con cuchillos” (AJEC, 2008) Eximeno despliega una escritura precisa, casi clínica, con la que da rienda suelta a los más desaforados juegos de la imaginación y el horror.
Tu novela “Condenados” (Saco de Huesos, 2011) fue el primer “crowdfunding” de un libro en España.
Me atraen las ideas innovadoras, sobre todo en el terreno de las tecnologías. El “crowdfunding” estaba empezando entonces aquí, acababa de abrir Lánzanos. En ese momento aparecían libros y cómics por este procedimiento en el extranjero. En España se estaba aplicando a discos, videojuegos… Y planteé la idea de hacerlo con un libro.
Además de “Condenados”, has escrito novelas como “Asura” (AJEC, 2004) o “Cazador de mentiras” (Jaguar, 2007, con David Jasso). Sin embargo, tu terreno natural es el relato.
Lo que me gusta del relato es que puedes concebir imágenes que el lector recuerda para siempre. En una novela, sobre todo si es de género, el momento se disipa, se pierde. Hay pasajes álgidos, otros de transición… En el relato las cosas son mucho más directas. Al final estás hablando de uno o dos personajes, un escenario, una atmósfera… Tienes que ser mucho más cuidadoso, porque en una novela, si el texto no es perfecto, se perdona. En el relato, en cambio, cualquier error llama mucho más la atención.
¿Cómo construyes tus cuentos?
Suelo llevar libretas, boli… Soy tradicional en ese sentido. Apunto ideas. En un determinado momento, una de esas ideas engancha con otra y ahí tengo el principio del relato. Suele ser una escena, o el giro final. Entonces lo escribo sin preocuparme mucho, del tirón. Me lleva muchísimo más tiempo la revisión que la escritura. Ahí es donde creo la trampa para engañar al lector. La maquinaria que debe funcionar como un reloj. Suelo reducir el relato a una palabra: amor, pérdida, soledad, infancia, vejez. Esos son mis temas. Entonces, desde ese concepto, reconstruyo el texto, todas las metáforas, para que marquen esa idea como eje central.
En cuentos como “Umbría” (2008) creas en apenas unas páginas universos delirantes, pura irracionalidad.
Es la visión del escritor. No puedo evitar ver la vida de una forma diferente a la de otras personas. Y esa visión puede ser delirante, aterradora, desquiciada.
Como en el cuento “Lo más dulce” (“Bebés jugando con cuchillos”, AJEC 2008).
Ese relato se me ocurrió yendo un día en coche con mi mujer. Paramos en una tienda a comprar miel. Y la vendedora estaba tan quieta tras el mostrador que de pronto me pareció una figura de cera. Esa imagen se me quedó, la anoté. Más adelante, se juntó con otra idea y así surgió el cuento. Mi mujer, cuando ve lo que escribo, me dice: “¿Pero dónde has visto eso?”
Entre tus influencias citas a Carver, Kafka y, en el terror, a Ramsey Campbell o Hodgson.
Carver fue quien me hizo darme cuenta de que lo que quería escribir eran relatos. Yo me voy al fantástico, algo a lo que él ni se acercó ni quería, pero ese costumbrismo triste, esos personajes arañados por la nostalgia, es lo que me atrae de él. De Kafka me gusta la distancia que pone. Parece que estés leyendo algo por completo aséptico y frío. Ramsey Campbell y Hodgson por la atmósfera.
En obras como “Quién es el cruciforme” (Saco de Huesos, 2010) exploras el microrrelato, otra de tus constantes.
Escribir ficción mínima es un reto: Quitar el artificio, dejar el relato en lo más esencial y lograr que el lector sienta algo. La concisión funciona muy bien si llegas a crear esa imagen poderosa, ese sentimiento, que queda en quien lo lee. Es como los chistes: Si el relato permanece en el receptor, es muy posible que éste lo vuelva a contar y se transmita. Es la vieja mecánica del cuentacuentos, algo que me fascina. También me atraen mucho los haikus japoneses.
¿Es más difícil para el escritor de cuentos el hacerse ver, publicar?
Mis antologías las movemos siempre en editoriales pequeñas, que miman el producto. Pero si quieres saltar a una editorial grande, lo que buscan es novela. Incluso a veces te llaman para pedírtela, pero cuentos no quieren.
¿Y cómo ves el cuento de terror en España?
Bien en el sentido de que se publican y siempre descubres autores que te gustan. Los hay noveles y consagrados buenos. Otra cosa es comercialmente. En ese aspecto, el relato de terror no tiene el “punch” de la novela.
Son incontables los proyectos innovadores en que te has metido.
Me encanta dinamizar, y que haya gente dispuesta a sacar adelante iniciativas ajenas a los circuitos comerciales. Es un modo de ofrecer productos culturales accesibles y, además, de dar voz a autores que están escribiendo cosas interesantes pero que no tienen respaldo editorial.
Has sido miembro de Nocte y de la AEFCFT. ¿El asociacionismo ha impulsado la literatura de género o, por el contrario, tiende a encerrarla en nichos?NocteAEFCFT
Soy de la opinión de que el fandom es maravilloso. ¿Es cerrado? Sí, en ocasiones lo es. Y sectario, porque es tan pequeñito como pasional. Pero el fandom en España ha ayudado a dinamizar convenciones y editoriales. Y a gente que quería escribir le ha dado la posibilidad de darse a conocer. Hay quien entra, coge lo que quiere y se va, y luego dice que el fandom es malo y le ha cerrado puertas. Y también es verdad que hay quien ha intentado entrar y desgraciadamente no ha podido porque se ha encontrado de frente a esa minoría fandomita que no es la más sana.
¿En qué punto te sientes como escritor?
Hay días en que creo que ya he escrito todo lo que tengo que escribir, y que puedo dedicarme a otras cosas. Pero de pronto me apetece volver a los relatos… Yo creo que me quedan todavía cosillas por contar.
En los últimos años has explorado la ficción interactiva, que combina juego y narrativa en soporte digital.
Ya de niño me fascinaban los juegos de “Elige tu propia aventura”, y los de “Lucha ficción” que eran más complejos, con dados y hojas de personaje. Vengo de la época en que los videojuegos eran puro texto y me maravillaba la posibilidad de tomar decisiones como jugador y que el juego las interpretara y respondiera en función de ellas. Un universo completamente abierto. En un momento me dije: “¿Por qué no crear algo así?”. Y empecé a hacerlo más en el sentido de juego que de obra literaria, pero al final he publicado “Totenhaus, la casa de los muertos” (2016) que he planteado con la rigurosidad con que me tomo cualquier otro ataque literario, sea cuento o novela.
Se puede escribir literatura en este terreno.
La literatura con mayúsculas hay gente que está preparada para hacerla, y no es mi caso. Yo no soy un escritor de primera fila o no tengo el talento suficiente para alcanzar ese nivel de trascendencia. Sin embargo, siempre he tratado de escribir literatura. Mi intención es crear historias perdurables, que digan cosas. Pero bueno, eso es lo que deberíamos hacer todos, aunque estemos trabajando en una novela pulp de vaqueros.
También inventas juegos de mesa.
Es otro tema que me ha atraído desde siempre. De pequeño teníamos una habitación de juegos en casa. Mis padres los adoraban y siempre me han metido en la cabeza lo de jugar a las cartas. Al final, eso te hace preguntarte si serás capaz de crear algo propio. Pero claro, cuesta: Toda creación viene precedida de un aprendizaje. Al principio hacía variantes de juegos ya existentes, y luego empecé a diseñar los míos.
Por ejemplo “Constructo” (Inventure Cloud, 2014), que ganó el Concurso de Creación de Juegos de Granollers.
Es un objetivo que me marqué. Ahora mi intención es seguir publicando juegos, cuanto más pequeños mejor. Trato de crearlos con componentes mínimos: diez cartas, cuatro fichas… Lo que me queda por hacer es un videojuego. He diseñado uno para Android y otro para IOS, pero no los he desarrollado yo y ahora me apetece dedicarle dos o tres años a aprender a hacerlo. Esas intenciones locas…