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Como arañar el aire con la lengua: una aproximación a la canción de NOF4, de Raúl Quinto

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Fernando Oreste Nannetti llegó a la ciudad de los locos de Volterra en 1958 tras agredir a un policía. Durante los siguientes veinte años apenas habló con nadie, salvo con el muro. Aunque nunca sabremos a ciencia cierta si hablaba con el muro o a través de él, si escribir en el muro era su manera de decirle al mundo que existía, que tenía (id)entidad, aunque fuese inventada —un dictado a través de unas torres eléctricas (que él mismo instaló/dibujó en el muro) directo a su cerebro—. Fernando (mal)vivió en una época en la que la esquizofrenia significaba un exilio a los márgenes de la sociedad, a la reclusión en una institución ‘médica’ más propia de la Edad Media que del siglo XX, y puede que el muro fuera muro y puerta a la vez. Pero empecemos por el principio.

 La canción de NOF4 no es una biografía al uso. De hecho, puede que ni siquiera sea una biografía, pues lanza más preguntas que certezas. Raúl Quinto comienza reflexionando sobre la escritura, analizando el origen de la palabra, del verbo, y de su necesidad.

 “Dioses y bestias. Un día aprenden a reír y al día siguiente empiezan a recordar los sueños. Quieren regresar allí pero no pueden. No saben. No conocen la puerta ni entienden lo que es una llave”.

“Entonces inventan las palabras y la boca se llena de cosas. Hablar es como arañar el aire con la lengua”.

  Escribir proviene del latín scribere (rajar hasta provocar la hendidura) y del griego graphô (arañar). Si buscamos la raíz árabe del término la encontraremos relacionada con “tallar la roca”. Así escribía Nannetti, grabando palabras en la piedra con la hebilla del chaleco de su uniforme. No sólo palabras, también pictogramas y dibujos (naves espaciales, casas…), símbolos, jeroglíficos e incluso el logotipo de una marca de tabaco, a los que añadía notas a modo de pie de foto para explicarlas. No existe orden lógico (para el espectador) ni cronológico, es imposible saber qué se escribió cuándo, pero puede deducirse que, como se ha dicho al comienzo, estamos ante la reivindicación de la existencia/identidad del autor, encerrado tanto física como mentalmente, sedado a base de pastillas, muros químicos para aplacar a los fantasmas. Y no sólo se agarra a la existencia a través del muro, también escribe cientos de postales a familiares contando sus planes para el futuro. Ni los familiares ni el futuro existían más allá de su cabeza, antena receptora de esas voces que transcribía con obstinada dedicación.

 Decíamos antes que Nannetti apenas habló con nadie en 20 años. ¿Cómo, entonces, sabemos todo esto? Hay dos secundarios sin quienes esta historia no habría sido posible.

Aldo Trafeli estudió artes en Florencia. Las salidas laborales de tales conocimientos le llevaron al pabellón de Ferri de Volterra, donde estaba internado Nannetti. Quién le iba a decir que aquel puesto guardaría alguna relación con su formación. Los ojos cultivados de Trafeli se rinden a lo que ve grabado en la pared, se hace amigo de Nannetti, habla con él, le da cigarrillos y pide al resto del personal que le permitan seguir con su labor sobre el muro.

  Veinte años después se cierran los viejos manicomios italianos y la dirección encarga a un fotógrafo documentar el estado del complejo. Entra en escena el segundo coprotagonista de la historia: el fotógrafo Pier Nello Manoni. A día de hoy, sus fotografías son la única memoria total del conjunto (apenas queda un tercio del muro en pie). Sin Trafeli, una suerte de mecenas moral, y Manoni, documentalista, nadie se acordaría hoy de Nannetti y las obras derivadas (este libro, las exposiciones sobre el muro y el autor e incluso un largometraje documental) no existirían.

 Raúl Quinto supo de la existencia de Nannetti a través de una exposición de Art Brut. Fascinado por lo que vio no dudó en dirigirse a las ruinas del viejo manicomio y empaparse de los sonidos y silencios que aún emanan de aquellas paredes, del aura creada por las mariposas blancas que navegan la estancia y de las trampas en forma de maniquíes estratégicamente colocadas por otros visitantes para alterar el ánimo del desinformado turista ocasional. De aquella visita nace esta suerte de ensayo/estudio sobre la locura, el aislamiento, la persona(lidad) de Nannetti y las posibilidades del arte y la escritura como vehículos para reivindicar la identidad o, sencillamente, la propia existencia, que Jekyll & Jill edita con el buen hacer y el buen criterio a los que nos tiene, por fortuna, acostumbrados.

 A título personal, añadir que se pueden contar con los dedos de una mano las obras literarias que he releído nada más acabarlas por primera vez, y ‘La canción de NOF4’, a la que sin duda volveré por tercera vez (y algunas más), ha sido una de ellas.

Fernando Oreste Nannetti llegó a la ciudad de los locos de Volterra en 1958 tras agredir a un policía. Durante los siguientes veinte años apenas habló con nadie, salvo con el muro. Aunque nunca sabremos a ciencia cierta si hablaba con el muro o a través de él, si escribir en el muro era su manera de decirle al mundo que existía, que tenía (id)entidad, aunque fuese inventada —un dictado a través de unas torres eléctricas (que él mismo instaló/dibujó en el muro) directo a su cerebro—. Fernando (mal)vivió en una época en la que la esquizofrenia significaba un exilio a los márgenes de la sociedad, a la reclusión en una institución ‘médica’ más propia de la Edad Media que del siglo XX, y puede que el muro fuera muro y puerta a la vez. Pero empecemos por el principio.

 La canción de NOF4 no es una biografía al uso. De hecho, puede que ni siquiera sea una biografía, pues lanza más preguntas que certezas. Raúl Quinto comienza reflexionando sobre la escritura, analizando el origen de la palabra, del verbo, y de su necesidad.