'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Todas las otras cosas oscuras: una lectura de 'Talón' de Nicolás Melini
En “El Roque y los muchachos”, el cuento que cierra el libro, encontramos a unos niños que, mientras se está realizando la gran obra de un observatorio astronómico, se entretienen “a ras de suelo” con el nuevo asfaltado, con las apisonadoras, con lagartijas, en un mundo de detalles que, para los adultos no existe o es invisible, es decir, está fuera del foco o fuera del relato “construcción de gran obra de ingeniería”. Termina con estas palabras:
“Era divertido el universo nuestro y sus constelaciones. Los detalles del mundo vistos desde la poca estatura de nuestros cuerpos esmirriados: sabíamos que lo que estaban fabricando aquí arriba era importante, pero nunca jugamos a observar las estrellas. Ni siquiera jugamos a los astronautas o algo parecido. Y, sin embargo, el modo en que explorábamos todo a nuestro alrededor, hasta hacerlo nuestro, era como se explora más allá en estos telescopios. También el escritor trata de ver allí donde el mundo se hace más difuso, un poco más allá de donde comúnmente alcanzamos. Así que supongo que a eso nos dedicamos toda la vida; de niños, los astrónomos y los escritores”.
Esas palabras que cierran el libro puede tomarse como una declaración de intenciones de la propuesta literaria de Talón, el último libro de cuentos del escritor, guionista, cineasta y editor Nicolás Melini; porque en los 17 relatos que componen el libro, el foco siempre está puesto en un ángulo extraño que nos sitúa fuera de aquello que, como lectores, podemos dar por sentado: puede (o no) intuirse en ellos “lo nombrable”, es decir, lo ya nombrado, aquello que, en una sola frase resume una historia conocida, pero no es eso lo que interesa a Nicolás Melini. Como en “Salir”, puede haber un cadáver en el armario, pero no será eso (por qué, cómo, quién) lo que cuente el relato. Sus cuentos no narran la construcción del observatorio, sino todas las otras cosas oscuras y aparentemente insignificantes que suceden mientras ese “acontecimiento” sucede. Es la esencia de la literatura, lo que la hace inagotable, lo que propicia que sigamos, una y otra vez, contando historias: iluminar las zonas del lenguaje (del ser humano, por tanto) que quedan oscurecidas, que no tienen nombre, en las que no nos habíamos fijado hasta que llega alguien con su linterna, y las nombra, las señala, las ilumina. Hacer la realidad más compleja, en definitiva, dejar de reducirla a sus titulares.
Si la cita anterior son las últimas palabras que el lector se encuentra en Talón, también son importantes las primeras: “Describiré el lugar. Carece de importancia”. Es una cita de Samuel Beckett, alguien cuya “linterna” llegó a sitios muy oscuros y cuyos destellos influyen decididamente en estos cuentos. La influencia beckettiana es especialmente visible en relatos como “Pared”, que consiste en el monólogo interior de un personaje encerrado en un lugar extraño y claustrofóbico donde la conciencia y el cuerpo, el espacio y el tiempo son el único “conflicto” narrativo que articula el relato. Esta influencia “directa” beckettiana se aprecia en otros relatos como “Salir”, pero se extiende a todo el libro, de una forma más general, en ciertas recurrencias temáticas como la obsesión por el cuerpo, la enfermedad, las vísceras y, sobre todo, por la tendencia a convertir el tiempo del relato en un tiempo presente y asfixiante dominado por una conciencia que se mira a sí misma, desde una paradójica distancia claustrofóbica.
“Describiré el lugar. Carece de importancia”. La descripción es muy abundante en estos relatos. El espacio es un elemento narrativo central, cuyo detallismo y densidad absorbe y engulle a veces a los personajes, como sucede en el primer relato (“Suspenso”), en el que Kafka y Beckett se dan la mano para contar la historia de un personaje atrapado en el rutinario camino que hace todos los días para ir a trabajar. Lo espacial es especialmente importante en “Rata”, que consiste, esencialmente, en una larga descripción de un “descampado” a las espaldas de centros comerciales y entre autovías. En él, aparece un personaje del que el narrador no sabe nada salvo lo estrictamente visual: su presencia ahí, en ese presente. Este relato cumple a la perfección, como si fuera un mandato, la cita de Beckett: describe el lugar, y carece de importancia. Ese personaje no hace nada. Está ahí. Nada sucede. Y, además, el lugar, también, carece de importancia: es lo que queda fuera del nombre de las cosas, se define por lo que no es. No es el centro comercial, no es la autovía, no es la ciudad, no es la naturaleza; no es nada, pero está ahí, y está cargado de esa densidad de las cosas que no se pueden “despachar” (es decir, entender en su utilidad, su función, su relación explicada y transparente con el hombre) con una palabra.
“Carece de importancia”. Este no-lugar del descampado me parece adquirir una dimensión simbólica que se extiende sobre todo el libro. Del mismo modo que ha privilegiado ese lugar sin función, en el que nada sucede, en el resto de relatos, a la hora de elegir qué y cómo contar, Nicolás Melini parece elegir los descampados de la conciencia, es decir, lo que carece de importancia, esos tiempos muertos, ese presente largo, infinito en el que simplemente, pensamos, miramos, somos cuerpo y conciencia en un espacio y un tiempo. Esto es especialmente visible en relatos como “-Qué hay-Nada”, en el que se cuenta la llegada de un personaje a una reunión familiar; todo es detallado, moroso, de acciones que carecen de importancia, cargadas del silencio de lo que se hace y no se cuenta, de ese tiempo denso de las cosas que no se cuentan, que no cuentan, y que forman el 99 por ciento de nuestra vida, lo que no encaja en ningún relato, el aburrimiento, la mente en blanco. Asoma también aquí un aire muy francés, muy noveau roman (de la Nathalie Sarraute de Tropismos, por ejemplo). No sabemos por qué ha ido ese personaje a esa reunión y, como lectores viciados, tendemos a pensar que esa reunión es algo narrativamente importante, un funeral, que algo va a pasar (pero el título ya lo decía claro) y tendemos a ver en la forma en que los hermanos se evitan y tropiezan multitud de elementos novelescos; pero Melini nos deja en esa densidad blanca de la insignificancia que, iluminada por su cámara y su iluminación precisa y objetiva, fría y sin filtros, aparece tremendamente significativa, poderosa, verdadera.
Con esa técnica, con ese estilo, con ese mandato de describir lo que carece de importancia, Nicolás Melini arma un estupendo libro de relatos en el que se muestran esos descampados de la vida de las personas a los que no se presta atención, los que están entre las autovías y los centros comerciales, y encontramos allí a un ser humano hundido, que suplica un descanso, que es capaz de envidiar al mendigo, que desea tocar fondo; un ser humano atrapado en sus rutinas y una identidad que le pertenece y no le pertenece, en un cuerpo que es y no es él mismo, y que está, sobre todo, tremendamente solo y que es, además, dolorosamente frágil e insignificante.
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