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Frío-templado: Leyendo 'Heiða. Una pastora en el fin del mundo', de Steinunn Sigurðardóttir (Capitán Swing, 2020)

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Los hechos que se cuentan son reales: modelo islandesa renuncia a una carrera en Nueva York para ser ganadera en una zona de Islandia conocida como El Fin del Mundo y se presenta a las elecciones para defender su granja familiar de una empresa hidroeléctrica. Empecé este libro con ganas y sin ninguna expectativa concreta porque no había leído comentarios sobre él y decidí no buscar.

Por una parte, me preocupaba que pudiese ser otro relato romantizado de persona considerada de éxito que decide dejarlo todo para dedicarse a la vida contemplativa en la naturaleza. Pero por otra parte, si hablábamos de alguien que lleva una granja y entra en el parlamento para defender sus tierras, iba a haber mucho trabajo y muchos cuidados. Y así ha sido.

Heiða en realidad no tenía en mente ser modelo sino que fue algo más bien puntual y accidental. Heiða no para. Heiða no es sólo exmodelo sino expolicía y exdocente. Heiða no sólo lleva una granja prácticamente sola sino que trabaja en otras granjas, es coordinadora de un espacio natural protegido, hace de guía turísitico y es miembro del parlamento. Heiða, siguiendo el dicho, vale pa un roto y pa un descosío. Por eso no entiendo que este libro de Steinunn Sigurðardóttir me haya llegado a desesperar de aburrimiento.

La heroína tiene un carácter muy reservado pero accedió a contar su historia a Sigurðardóttir y dar así a conocer su lucha. La autora investiga y se documenta conversando con ella pero decide “hacerse invisible” narrando en primera persona y manteniendo el estilo de la protagonista para que el lector sienta que es ésta quien le habla. Conmigo, al menos en este libro y en este momento, esa estrategia ha conseguido lo contrario: apenas he conectado. Casi todo acaba siendo un copia y pega de sucesos que se cuentan con poca o ninguna emoción. A veces se repite incluso lo mismo que ya se ha contado anteriormente. La personalidad reservada y la poca inclinación a hablar de sí misma de la protagonista no tienen que haberlo puesto fácil pero, a fin de cuentas, como lectora en general no me interesa solamente el “detrás del libro” sino el libro en sí.

Lo de autora con piel de personaje me ha hecho dudar bastantes veces, especialmente cuando Heiða dice algo que me chirría. Me refiero a no saber si estoy ante algo que ha salido de la protagonista o de la autora. Pongo un ejemplo: Cuando se hace oficial que Heiða será segunda en lista del partido Izquierda-Verdes, dice que no puede rechazar tener una posición influyente para trabajar por causas que le interesan, entre las que cita la igualdad de género. Y justo en la siguiente página dirá: “Si finalmente lo consigo (ser miembro del Parlamento), tendré que contratar a un buen trabajador a tiempo completo que se encargue de la granja, y a una señora que se quede con mi madre”.

División clásica de trabajos masculinos y femeninos incluso en una comarca en la que ha dicho que nadie se extraña viendo a mujeres ganaderas. Lo de señora en femenino para que cuide de su madre no es lo ideal en la teoría pero lo achacaré a la reticencia de muchas mujeres mayores a que las asee y las vista un hombre. A lo de trabajador en masculino no le encuentro sentido. ¿Usó el masculino la propia Heiða o fue Sigurðardóttir? ¿Puede ser que la palabra sea neutra en islandés y haya sido un problema de traducción? ¿No habría caído entonces el traductor (Enrique Bernárdez) en elegir “contratar a alguien competente a tiempo completo”? ¿Quién es responsable de que se use esa palabra y qué implica eso? Resumiendo la idea: en ocasiones hay cosas que no encajan y una no sabe a quién tiene que preguntar.

La autora parece preocupada en incluir sí o sí todo lo que saca de sus conversaciones, incluso aquello que no aporta demasiado o que no se echaría en falta si no estuviera. Y por el contrario, en algunos temas y pasajes interesantes que lo merecen no se profundiza lo suficiente. Sucede mucho que donde podría haber reflexiones elaboradas acabamos asistiendo a lugares comunes: “No soporto el racismo”, “No soporto la homofobia”, “Las mujeres somos capaces de cualquier cosa”. El empeño en mantenerse fiel al estilo de Heiða y a la división en conversaciones ha dado lugar a una narración de carácter excesivamente fragmentario en la que he llegado a preguntarme si el final llevaría a algún sitio o si habría un corte abrupto dejándome en medio de ninguna parte.

Me quedo con los capítulos que tratan de trabajo en contacto directo con los animales, especialmente aquellos que describen su comportamiento y personalidad. También hay pasajes en que se habla de depresión y salud mental que merecen la pena. El libro es bestseller internacional y me alegro por Heiða porque ha dado a conocer su lucha. Animo a quien esté leyendo esto a que curiosee por Internet y descubra sobre ella porque puede ser bastante interesante. Pero creo que la obra de Sigurðardóttir no está a la altura del material del que se sirve.

Los hechos que se cuentan son reales: modelo islandesa renuncia a una carrera en Nueva York para ser ganadera en una zona de Islandia conocida como El Fin del Mundo y se presenta a las elecciones para defender su granja familiar de una empresa hidroeléctrica. Empecé este libro con ganas y sin ninguna expectativa concreta porque no había leído comentarios sobre él y decidí no buscar.

Por una parte, me preocupaba que pudiese ser otro relato romantizado de persona considerada de éxito que decide dejarlo todo para dedicarse a la vida contemplativa en la naturaleza. Pero por otra parte, si hablábamos de alguien que lleva una granja y entra en el parlamento para defender sus tierras, iba a haber mucho trabajo y muchos cuidados. Y así ha sido.