'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
“Hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví”
Es este un libro híbrido como lo es la escritura de Clara Obligado. ¿Estamos frente a un ensayo, una autobiografía, un bildungsroman? Sí a todo: todo ello está contenido, condensado en este libro brevísimo que consigue abarcar toda una vida y constituye al mismo tiempo una reflexión sobre la literatura y el idioma. Hay un desapego por la anécdota y una búsqueda de lo relevante, de lo que permanece. El libro es de una densidad poco común, he aquí un ejemplo: “hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví”.
La experiencia idiomática como una experiencia global también está presente en Clara Obligado. La autora creció en un universo lingüístico muy amplio: porteño, guaraní, inglés, francés. Y a todo ello se unió posteriormente el contacto con el castellano peninsular. Ella hace una integración muy inteligente de todos esos aportes. La consecuencia lógica es un alejamiento del nacionalismo lingüístico y una aceptación de la identidad de extranjera, no como algo doloroso, sino como algo enriquecedor: ese es el lugar desde el que crece. Consigue convertir el no-lugar de la extranjera en identidad propia.
Hay en este libro y en general en toda la escritura de Clara Obligado, un concepto muy interesante del espacio físico literario. La escritora habla muy a menudo de puentes, fronteras, márgenes, viajes, trenes, un espacio muy dinámico. Los personajes están siempre ahí, en un espacio físico que no es central, o lo que es lo mismo, que no es hegemónico (esto se ve muy bien en las novelas “Salsa” y “Petrarca para viajeros”). Esta concepción del espacio tiene una trasposición al idioma y es que la experiencia del exilio se encarna en una lengua que compartimos y que nos separa, que es puente y frontera, de una forma de hablar central y de otra marginal. Esa, digamos, “marginalidad” que se lleva al espacio físico da la sensación de estar originada aquí, en la vivencia de un castellano pulidísimo en su origen pero que cuando la escritora llega a España se convierte en marginal. Ella dice: “nunca pensé que pudiera ser extranjera en mi propio idioma”. Esa interesante actividad en los márgenes es la que dinamiza un idioma, que de otro modo, se anquilosaría. Para la autora es en esa tensión donde un idioma crece y se desarrolla.
Esa fragmentación (no en vano la escritora está dividida, no es de aquí ni de allá) también la lleva a la estructura de sus obras. En “La Biblioteca del Agua”, por ejemplo, nos encontramos con un panóptico, una aleph, que se extiende en el tiempo y en el espacio y que desde el punto de vista de la estructura puede ser leído como un libro de relatos, ya que cada capítulo tiene sentido de forma individual, o como una novela, pues forma un todo global. Y que igualmente puede ser leído desde el principio hacia el final o desde el final hacia el principio, y sigue teniendo sentido.
Este tipo de escritura “rota” es frecuente en escritores que han vivido el exilio (una vivencia que conlleva soledad, problemas de idioma, incertidumbre, incomunicación): cambian su forma de mirar y muestran más interés por la renovación formal y por las dislocaciones espacio-temporales. La experiencia del exilio es la “expresión de un mundo roto” en palabras de Clara Obligado.
Habitando los márgenes comparte espacio con otros desplazados. Su experiencia es todas las experiencias. Por eso opina que su experiencia no cuenta sino en función de lo que supone de parte de un todo, cuyo trazado es el que se pretende perfilar. Obligado suele decir: “Todo es verdad salvo los hechos”. Los hechos no son relevantes sino como vehículo para narrar algo más amplio y por supuesto, colectivo. Clara Obligado considera que si el relato se hace desde lo personal, es un relato falseado, un relato de parte, porque no hubo un drama personal sino colectivo, y ese es el que le interesa. No es por pudor, dice ella misma en la presentación del libro, es que considera que su intimidad no es interesante.
Lo individual autobiográfico es un relato que nos dice: esto ha ocurrido una vez. Lo colectivo ficcionado nos dice: esto ocurre una y otra vez. Encontramos mucha honestidad en la postura que adopta la escritora: “Yo no hablé del exilio, hecho doloroso que como experiencia individual no tiene nada que aportar. No me quiero apropiar del dolor de los demás”.
Al mismo tiempo, y aunque el exilio es un drama, hay en Clara Obligado una esperanzadora vocación por el optimismo. Ella es una picapedrera de un optimismo de resistencia. Dice en este libro: “un día pensé que, si no lograba ser feliz, no valía la pena haber sobrevivido, la única forma de venganza posible frente a tanta pérdida consistía, dentro de lo que la vida permite, en superar el dolor”.
Es este un libro híbrido como lo es la escritura de Clara Obligado. ¿Estamos frente a un ensayo, una autobiografía, un bildungsroman? Sí a todo: todo ello está contenido, condensado en este libro brevísimo que consigue abarcar toda una vida y constituye al mismo tiempo una reflexión sobre la literatura y el idioma. Hay un desapego por la anécdota y una búsqueda de lo relevante, de lo que permanece. El libro es de una densidad poco común, he aquí un ejemplo: “hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví”.
La experiencia idiomática como una experiencia global también está presente en Clara Obligado. La autora creció en un universo lingüístico muy amplio: porteño, guaraní, inglés, francés. Y a todo ello se unió posteriormente el contacto con el castellano peninsular. Ella hace una integración muy inteligente de todos esos aportes. La consecuencia lógica es un alejamiento del nacionalismo lingüístico y una aceptación de la identidad de extranjera, no como algo doloroso, sino como algo enriquecedor: ese es el lugar desde el que crece. Consigue convertir el no-lugar de la extranjera en identidad propia.