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Demasiado Jekill, demasiado Hyde: 'El Antropoide' de Fernando Parra Nogueras.

13 de mayo de 2022 15:07 h

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Hay amor. Hay dolor. Hay crimen y hay castigo. Hay un poco de Dostoievski y un poco de Lorca y un poco de Cervantes y un poco de Stevenson y un poco de muchos otros. Hay un muerto, hay un coma, hay una boda, hay una orgía. Hay piscinas defecadas y un condón tirado en medio de la calle. Hay coribantes frigios y hay hostias. Hay lunas perversas que vomitan hombres sobre la playa y alunizajes desquiciados que no llegan a ser. Hay un hacerse literaria la vida y un hacerse vivísimo lo literario. Hay amistad y chantaje. Hay traición y sacrificio. Hay onanismo y sodomía. Hay un beso que es una concha marina y una mujer que se llama Guadalupe Hincapié. Hay palabras como cárabe, intonso, palangre, alquitara. Hay humanidad y ternura, violencia y resentimiento. Hay putas, cruising, culpa y redención. De todo hay en “El Antropoide” (Candaya, 2021), de Fernando Parra Nogueras, y de todo en su justa medida, que es la generosidad y el exceso de un gigante de las letras.

Desde la extensa cita de Francisco Umbral que nos explica qué es eso del antropoide hasta el poema de Eloy Sánchez Rosillo que nos brinda una brizna de consuelo al término de la apabullante lectura, transcurren los desafueros de Eduardo, protagonista de la novela, un joven culto pero crápula, ambicioso pero inadaptado, que es colocado por su familia en un periódico de provincias, donde desempeña diversos cargos muy por debajo de sus capacidades. Sumido en la desidia a la que le abocan tales circunstancias, le resulta difícil oponer resistencia a su “otro”, a su Hyde, a su antropoide, a esa alteridad animal que gusta únicamente de ser carne y mezclarse con la carne y degradarse en las salvajes pulsiones de la carne. Sólo sus aspiraciones de escritor, acuciándolo siempre desde algún fondo sombrío de su conciencia, el recuerdo de su madre hecho cenizas en un reloj de pulsera y los bellos sentimientos que le despierta Cloe, una compañera de trabajo, ejercen de insuficiente contrapeso a la vorágine insaciable que lo habita y que se alimenta de su decepción, de su hastío, de su cinismo y su descreimiento. Eduardo se precipita en el abyecto mundo de la noche llevado por el rencor hacia sí mismo y hacia su condición humana; se degrada, se humilla, se envilece como protesta desesperada ante el hecho de ser hombre, de estar hecho de cuerpo, fluidos, olores, apetitos y muerte. 

“Me siento culpable porque me veo degradado a mi condición de carne”, le explica el propio Eduardo a su hermana Virginia. La culpa es el tema central de la novela, pero se trata de la culpa abstracta y sobrenatural que se experimenta ante la imposibilidad de permanecer permanentemente en las áreas más elevadas de lo humano, allá donde uno se emociona con un libro o con un aria de ópera. Culpa de no ser siempre el crítico sensible, el hombre enamorado. Culpa de no ser, citando a Baudelaire, sublime sin interrupción. El retorno seguro a la carne, la necesaria caída otra vez en el lodazal de las células, desanima continuamente a Eduardo y lo incita a caer, puesto que hay que caer, lo más honda y asquerosamente posible.

A ratos erótica, a ratos de intriga, a ratos intimista, a ratos decadente: el autor baraja los géneros con soltura, imaginación y maestría. Una historia arriesgada que Fernando plantea con atrevimiento, desarrolla sin complejos y desenlaza con un soberbio final de novela grande y clásica. Fernando Parra, que ya había despuntado con su primera novela, “Persianas” (2019), finalista del Premio Azorín, se confirma ahora como un novelista de primer orden y de proyección prometedora. “El Antropoide” es una novela matérica y sabrosa, humanista y trágica, de personajes y descripciones extraordinariamente vívidos. Pone en juego una gran variedad de recursos narrativos: anticipaciones, flashforwards, flashbacks, uso de distintos tiempos verbales, pero todo ello sin distorsionar su cronología, sin que la lectura se vuelva confusa, como ocurre en las novelas experimentales, que resultan atractivas en parte y precisamente por la desorientación que producen, por el mareo y la pérdida de anclajes que propician en el lector. “El Antropoide” tiene la virtud de aunar la claridad cristalina de una novela lineal con los juegos sugestivos de una novela barroca.

Hablaba Fernando en una entrevista de la diferencia entre los lectores que quieren sencillez formal, lenguaje llano y fácil, y los que gustan del juego literario, de los vocablos inesperados y de la rica sintaxis. Él es claramente de estos últimos y transmite en “El Antropoide” el deleite alegre y laborioso de un escritor, de un filólogo, de un apasionado erudito de la palabra escrita. En una época en la que el barroquismo se rechaza o sirve para oscurecer un texto, para complicarlo hasta lo inextricable, Fernando es barroco desde el delicioso retruécano, desde la sortija literaria, logrando una fluidez luminosa y fácil que no resulta nada común. Encuentro cierta ironía en el mero hecho de manejar las sofisticadas referencias mitológicas y metaliterarias que abundan en la novela, habida cuenta de que la cultura general tiende a renegar de ellas. Una ironía similar a la que a la que encuentro en los músicos del Titanic, que se dice que siguieron tocando, indiferentes, mientras el resto de tripulantes se afanaba en salvarse del hundimiento. Hay algo de generosa gratuidad, de liberalidad dispendiosa en el estilo de Fernando que me parece irónico y hasta travieso en los tiempos que corren, en las literaturas que corren, de lo cual se disfruta con holgura.

“El antropoide” recala en Murcia después de recorrer muchas ciudades y recibir muchas reseñas. Pero es una novela que no cansa ni se cansa. La presentación, con presencia del autor, tendrá lugar en Librería Circular (Ronda de Garay, 39B) el viernes 13 de mayo a las 19:00 horas. Un zeppelin de seda a punto de caer sobre nosotros.   

Hay amor. Hay dolor. Hay crimen y hay castigo. Hay un poco de Dostoievski y un poco de Lorca y un poco de Cervantes y un poco de Stevenson y un poco de muchos otros. Hay un muerto, hay un coma, hay una boda, hay una orgía. Hay piscinas defecadas y un condón tirado en medio de la calle. Hay coribantes frigios y hay hostias. Hay lunas perversas que vomitan hombres sobre la playa y alunizajes desquiciados que no llegan a ser. Hay un hacerse literaria la vida y un hacerse vivísimo lo literario. Hay amistad y chantaje. Hay traición y sacrificio. Hay onanismo y sodomía. Hay un beso que es una concha marina y una mujer que se llama Guadalupe Hincapié. Hay palabras como cárabe, intonso, palangre, alquitara. Hay humanidad y ternura, violencia y resentimiento. Hay putas, cruising, culpa y redención. De todo hay en “El Antropoide” (Candaya, 2021), de Fernando Parra Nogueras, y de todo en su justa medida, que es la generosidad y el exceso de un gigante de las letras.

Desde la extensa cita de Francisco Umbral que nos explica qué es eso del antropoide hasta el poema de Eloy Sánchez Rosillo que nos brinda una brizna de consuelo al término de la apabullante lectura, transcurren los desafueros de Eduardo, protagonista de la novela, un joven culto pero crápula, ambicioso pero inadaptado, que es colocado por su familia en un periódico de provincias, donde desempeña diversos cargos muy por debajo de sus capacidades. Sumido en la desidia a la que le abocan tales circunstancias, le resulta difícil oponer resistencia a su “otro”, a su Hyde, a su antropoide, a esa alteridad animal que gusta únicamente de ser carne y mezclarse con la carne y degradarse en las salvajes pulsiones de la carne. Sólo sus aspiraciones de escritor, acuciándolo siempre desde algún fondo sombrío de su conciencia, el recuerdo de su madre hecho cenizas en un reloj de pulsera y los bellos sentimientos que le despierta Cloe, una compañera de trabajo, ejercen de insuficiente contrapeso a la vorágine insaciable que lo habita y que se alimenta de su decepción, de su hastío, de su cinismo y su descreimiento. Eduardo se precipita en el abyecto mundo de la noche llevado por el rencor hacia sí mismo y hacia su condición humana; se degrada, se humilla, se envilece como protesta desesperada ante el hecho de ser hombre, de estar hecho de cuerpo, fluidos, olores, apetitos y muerte.