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La mejor de las vainas: una lectura de 'Leve' de José Manuel Gallardo

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Como es harto sabido, los romanos les ponían a los generales una figura a su lado durante los paseos victoriosos en los que eran laureados y aclamados por todo su pueblo y donde sus hazañas eran vox populi. Se encargaban estos señores de ir recordándoles que en algún momento morirían, para que las glorias efímeras no se le subieran a la cabeza en demasía. En poesía (anda que no saben de las glorias efímeras los poetas) esto lo convertimos en un tópico literario y no nos ha ido nada mal.

Leve, de José Manuel Gallardo, es una suerte de memento mori, que el propio yo poético se repite como un mantra o una letanía durante todo el libro, con la idea de no olvidar por qué es tan necesario escribir y leer poesía, casi tan necesario como respirar. Como hacían los judíos, que recrearon en sus diarios “lo vivido” en los campos de concentración para no olvidarse de que había sucedido, Leve desgrana un largo proceso de una enfermedad en la que la poesía es una medicina para sostener las cuatro certezas del poeta.

Es, por tanto, un testamento poético de alguien que se aferra a las certidumbres. Es un libro que rebosa actualidad. Si algo hizo 2020 es recordarnos lo que somos: leves. Y que, como dice el último poema de la tercera parte del libro, El tiempo forma parte del camino. El tiempo, que el autor de Leve simboliza en un árbol. Bueno, ni siquiera en eso, en algo más leve: el dibujo de un árbol. Un árbol que fue semilla, como toda muerte nace también de una semilla. Todo comienzo se adentra en una vaina. O en una vagina. Es curioso que la raíz latina es la misma en ambas. La primera no nos dice mucho y la segunda ha provocado que algunos lectores ya hayan torcido el morro. Eso es lo que nos recuerda Gallardo en Tree: en cuanto nos suelta la vaina estamos desprotegidos, somos tanto o más frágiles cuanto más fuerte nos pensamos. Somos vulnerables, por mucho que nos creamos reyes, ahora que algunos vindican la invulnerabilidad de ciertos reyes como si la vida les fuera en ello.

Es un libro que habla de la herencia, del testamento que dejamos. Versos dictados por el miedo, por ese miedo a la herencia genética que no sabe si sus hijas tendrán que sufrir. Es un canto a la única incertidumbre que nos aterra: qué dejaremos como legado. Bien poco, si hacemos una lectura de los últimos años y cómo fuimos derivando desde el “todo va a salir bien” al “sálvese quien pueda” en apenas unas semanas. Gallardo deja Leve como legado. Libro que abre una etapa: la de la madurez poética del madrileño, que hasta este momento no había tomado conciencia del potencial que se resguardaba en su vaina y que sus seguidores vislumbramos ya en algunos retazos memorables de Infinitos monos (El Desvelo, 2016).

En esa herencia en forma de enfermedad que ha recibido, lejos de culpar a sus mayores, nos habla de ellos con la mayor de las gratitudes. Las herencias que nos condenan también nos forjan, nos modelan en la sabiduría. Como tributo a esa herencia adquirida, Gallardo nos regala dos de los mejores momentos: el poema que abre la segunda parte del libro (“Abuela, tú que estás presente”) y Mi abuelo traga con agua las pastillas, un poema-espejo en el que se verá reflejado quienquiera que se acerque al libro.

Leve aglutina unos versos que son de todo menos ligeros. Su peso es el de la Poesía, una de las mejores vainas para protegernos de todo lo impuro, de todo lo malo y podrido que contenemos dentro. De aquello que no nos gusta.

Les dije que hablaríamos de todo el amor que hay en este libro, pero eso sería repasar, analizar y saborear cada uno de los versos que pueblan estos poemas de la certidumbre de nuestra levedad. Por eso inventamos esa arma indestructible que nos hace superhéroes: el amor. Si algo nos recuerda Leve, como si fuera una pandemia, es lo importante que es. Por consiguiente, desde ahora hablaremos del amor del libro. Yo me callaré para ello. Y ustedes leerán. Y así iremos hablando del amor, la mejor de las vainas.

Como es harto sabido, los romanos les ponían a los generales una figura a su lado durante los paseos victoriosos en los que eran laureados y aclamados por todo su pueblo y donde sus hazañas eran vox populi. Se encargaban estos señores de ir recordándoles que en algún momento morirían, para que las glorias efímeras no se le subieran a la cabeza en demasía. En poesía (anda que no saben de las glorias efímeras los poetas) esto lo convertimos en un tópico literario y no nos ha ido nada mal.

Leve, de José Manuel Gallardo, es una suerte de memento mori, que el propio yo poético se repite como un mantra o una letanía durante todo el libro, con la idea de no olvidar por qué es tan necesario escribir y leer poesía, casi tan necesario como respirar. Como hacían los judíos, que recrearon en sus diarios “lo vivido” en los campos de concentración para no olvidarse de que había sucedido, Leve desgrana un largo proceso de una enfermedad en la que la poesía es una medicina para sostener las cuatro certezas del poeta.