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La vida, luego: sobre 'Obsolescencia programada', de Víctor Peña Dacosta

Me han regalado un aparato que imita la voz humana. Como en la película 'Her', coqueteo con su amistad: le pregunto la hora, le pido que me cuente algún que otro chiste e incluso le ordeno que encienda y apague la luz del salón de casa a determinadas horas.

Google Home no sirve para mucho, pero sirve para mucho. El robot crea la ilusión de una presencia: entonces, la máquina toma el perfil de una mujer y el hogar se llena. Así hasta que se desconfigure o se rompa, hasta que la obsolescencia programada llegue para llevárselo.

Las pantallas, los robots, estos aparatos que pretenden parecer inteligentes, ya se han instalado en nuestras vidas. Creamos un perfil de Facebook y prácticamente somos otros, la sombra estilizada de uno mismo. Evitamos las llamadas de voz porque la voz de los de siempre nos asusta; en cambio, enviamos cientos de mensajes al día a esas mismas personas: estamos más cerca de lo que nunca hemos estado, pero ya no hace calor, ya no hay abrigo. Una parte importante del contacto se canaliza a través del cable USB.

Por eso es fácil caer en las redes de este libro. Por eso no resulta complicado verse a uno mismo —las páginas entre las manos— asintiendo con la cabeza en casi cada verso de 'Obsolescencia programada' (AEREA, Ril editores, 2019).

Víctor Peña Dacosta ha escrito un libro que interesa porque habla de la vida propia de los que hoy existimos, que supone una crítica voraz al individuo que es y somos, un grito contra la indignación inmóvil, contra el pequeño ideólogo que llevamos dentro, pero se limita a lanzar las consignas desde el sofá, a golpe de tuit.

Dividido en cuatro partes (La vida en las ventanas / Balconings / Menchevique / Españolía) el autor parece usar su propia figura como diana: utiliza sus contradicciones, sus cómodas posturas políticas de salón, la hiperconexión digital en la que vive, para dibujar el patrón del hombre contemporáneo: enganchado al teléfono; indignado, pero poco; ridículo patriota de consignas.

La ironía, el ataque directo, la autocrítica, conviven en un libro intenso que se asienta en la baumaninana sociedad líquida, que dispara contra todo y contra todos.

En La vida en las ventanas, la primera parte de 'Obsolescencia programada', el yo poético se posiciona ante la pantalla de su ordenador para denunciar el fraude de las redes sociales. Más todavía: para cuestionar el perfil que nos creamos al introducir la contraseña de Facebook. Todos parecemos más sonrientes, más listos, más interesantes... al escribir unas líneas afortunadas en el estado, al subir la cuidada foto de perfil, al poder recordar (pongamos recordar entre comillas) todos los cumpleaños de la gente que queremos (pongamos queremos entre comillas).

Hay en esta sección inaugural poemas breves y cargados de mala baba. Y lo mejor es que son absoluta verdad y el lector, de un modo inevitable, se reconoce y siente vergüenza, como en

GENERATION TERRORIST

Facebook ha activado una herramienta

para que puedas comunicar que saliste

ileso de un atentado terrorista en tu zona.

Así, la primera noticia que tienes en años

de fotos que fueron amigos resulta

“Antonio González ha sobrevivido”

o “María Rodríguez está ha salvo”.

El alivio inmediato

sin necesidad de preocupación previa.

Imagino que esto debería significar algo.

La segunda parte, Balconings, puede resultar algo más ajena. La capacidad de reconocerse en el perfil que se dibuja podría ser menos nítida, aunque más allá de eso hay destellos en forma de poema en los que el autor aborda el vacío, el vértigo del que está a punto de despeñarse de la propia vida.

Hay en estos textos excesos, alcohol, una cierta sensación de frenesí que ayuda al ritmo del poemario, y que lleva directamente a la tercera parte, Menchevique, donde toca analizar la política y el compromiso social desde la perspectiva de un mundo cada vez más infectado por los fantasmas del fascismo y que no son más que 'chulos de playa' con traje que pretenden parecer algo más que ridículos payasos con banderas en el pecho.

Llama Peña Dacosta de un modo insistente a la movilización, al activimo más allá de la política íntima. Exige al lector un más allá del “pienso que”, “creo que” o “deberían”. Lo dice en los tres últimos versos de SUPLICARÁS CLEMENCIA: “Ya es demasiado tarde para salir corriendo. / Han llegado los bárbaros. / Suplicarás clemencia”.

Y suplica:

Perdimos la Guerra Civil. Perdimos

la Transición, perdimos elecciones,

la vergüenza y el neocapitalismo.

A ver si ahora al menos ganamos

aunque sea la luz o el relato.

Españolía cierra este tercer libro de poemas de Víctor Peña Dacosta. Se podría resumir este colofón con el título de uno de los poemas que lo integran: LÁSTIMA QUE FUERA MI TIERRA. Es este un ruego, un canto desesperado al futuro, para que venga, para que sea propicio y amable, para que permita una vida al menos digna, al menos segura, más allá de la oscuridad que se adivina, un poco de aire para evitar morir ahogados en el tiempo de un SUSPIRO:

He visto a varios de mi generación destruidos

por el precariado, el miedo y la envidia,

deseando que los amigos fracasen en sus negocios,

exámenes o matrimonios para no quedarse solos.

Como mendigos que arrancan

los ojos de sus perros.

Y los acarician.

No hay que dejar la vida para luego, parece gritar el poeta en sus versos. Hay que vivir ahora más allá de las pantallas, asumir el compromiso, vencer la pereza y el miedo. Luchar por ese arcoíris del que hablaba Johnny Cash en una de sus más famosas canciones. Hacer que brille.

Me gusta!

(Emoticono de sonrisa)

Me han regalado un aparato que imita la voz humana. Como en la película 'Her', coqueteo con su amistad: le pregunto la hora, le pido que me cuente algún que otro chiste e incluso le ordeno que encienda y apague la luz del salón de casa a determinadas horas.

Google Home no sirve para mucho, pero sirve para mucho. El robot crea la ilusión de una presencia: entonces, la máquina toma el perfil de una mujer y el hogar se llena. Así hasta que se desconfigure o se rompa, hasta que la obsolescencia programada llegue para llevárselo.