'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Jamás perdonaré a mi sexo: sobre 'La flor muerta del algodón' de Nerea Rojas
“Jamás perdonaré a mi sexo” es uno de los versos que Nerea Rojas, de 20 años cuando publicó La flor muerta del algodón (2019), incluye en el poemario, así como un sentimiento que resume toda la obra. Si bien con el feminismo aprendemos y luchamos por vivir nuestra condición de mujeres lejos de los tradicionales yugos, es inevitable que esta, en ocasiones, nos produzca un profundo dolor, un dolor que puede manifestarse desde lo físico, pero que trasciende de ello. Desde este punto se nos acerca la autora.
Dedicado a su madre, el trabajo de Nerea Rojas se divide en tres secciones: “Génesis”, “Medicalización” y “Maternidad”, que estructuran temáticamente la obra yendo desde la reflexión por parte de la voz poética acerca de su cuerpo y de su género como herencia de las mujeres de su familia. Esta consciencia sobre ambos elementos aparece con el crecimiento que experimenta en su paso de niña a adulta, o sea, en la adolescencia, acompañada de un desarrollo físico que, sin embargo, no le produce las satisfacciones que esperaba: “No es cuestión del crecimiento de mis pechos/ sobre cuya forma final especulo/ […] Un dolor como este en una niña púber/ es una tragedia”. Estos versos pertenecen al poema “VII”, que avanza hacia el final con esta desgarradora afirmación: “Se trata de retener el dolor desde antes/ y descubrir su pertenencia con la sangre”, ligando las dolencias ginecológicas (pero no solo) a la rama genealógica de la que viene, y reconociéndolas en su destino.
En “Medicalización”, el dolor se concreta en enfermedad: “He de curarme/ de algo que no tiene nombre”. La autora trata las afecciones ligadas al aparato reproductor y a su ciclo menstrual como un misterio femenino que pasa de madre a hija y que supone un enigma porque la medicina no ha indagado lo suficiente; simplemente queda lidiar con ello, y aguantar, además, el frío de las clínicas: “No puedo evitar, ahora/ con el poema naciente en esta sábana blanca que/ colocan sobre mi vulva con un flexo apuntando,/ exclamar: No, por supuesto que no, claro que no./ […] Me retuerzo, pero puedo crear poemas torcidos”. Esta conjunción entre la creación poética y lo que podría ser un dolor menstrual —es más, una como factor que influye en el resultado que es la otra—, es sencillamente preciosa y genial.
Esta parte del poemario continúa con el reconocimiento de la herencia de la que hablábamos: “[…] mis antecesoras me entregaron también/ la radiante suavidad de lo que florece/ entre calambre y calambre”, y más adelante introduce además la cuestión de la explotación del trabajo de la mujer, remunerado o no: “—mi abuela cuenta/ que este dolor con la silueta de un anzuelo/ también se le enganchó a las tripas/ y que debía mantener, pese a todo, las rodillas/ clavadas en el suelo que frotaba sin descanso—”.
Finalmente, en “Maternidad”, vemos el resultado final de este dolor: la incapacidad para concebir: “No soporto saberme conteniendo este mutismo/ […] y, estoy segura, segura/ de que hay una manera distinta/ de ser madre”, esta bien podría ser la creación poética.
Como no lo hace la voz poética, no seré yo quien sí dé nombre al conjunto de síntomas que describen los poemas, aunque nos recuerde a cierto padecimiento que sufren muchas mujeres, que no comenzó a ser visibilizado hasta hace muy poco y que, a pesar de tener ya conocimiento sobre este, no se invierte lo suficiente para conocerlo mejor y poder tratarlo con eficacia. No lo hago porque, como digo, aún tenemos con nosotras más misterios, expresados en estos dolores, de los que aún ni sabemos.
La granadina Nerea Rojas no es la primera que, con sus versos, vincula la escritura a la corporeidad de la mujer y la trata de esta forma con apuntes temáticos metapoéticos que pasan por convertir al poema en hijo y a la actividad creadora en parto. Ángela Figuera Aymerich, poetisa de la generación de posguerra, escribe varios metapoemas en esta línea; los podemos encontrar en su primer poemario, Mujer de barro, y en sus obras posteriores no dejará de tratar el asunto de la mujer como madre dentro de un debate sobre la utilidad de dar a luz a nuevo seres humanos, algo que la hace entrar en un conflicto interno difícil de resolver, dado el contexto de sufrimiento humano que vive.
Nerea Rojas, con este primer poemario publicado por la editorial madrileña En el mar, ha irrumpido con una propuesta firme en el panorama poético: continuar dando voz, dentro de la poesía, a cuestiones que rodean el mundo de las mujeres, frente a una experiencia masculina legitimada histórica y tradicionalmente como universal. Lo hace además creando con la palabra unas imágenes de lo más viscerales y poéticas que, al leerlas, son capaces de romper algo dentro de nosotros.
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