'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
La(s) violenta(s) belleza(s) de Domingo Llor: una aproximación a 'Instrucciones para perderse a conciencia'
Los soñadores nunca aprenden
Siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre
¿Has jugado alguna vez a las palabras encadenadas?
Domingo Llor lo hace en Instrucciones para perderse a conciencia (La Estética del Fracaso Ediciones, 2020). Llor (efectivamente) juega a las palabras encadenadas con el lector a través de sus poemas, a través de esos pliegues (de esas páginas) que se cogen de la mano mediante el (hiper)vínculo frágil y dulce de una palabra que pasa de un poema a otro en modo mutación Omega hacia Alfa (que ya sabes, querido lector, es el No_Va_Más): es así que el autor compone un puzle poético donde (casi a modo de juego infantil) las palabras se cogen de la mano (o nos llevan a nosotros falange contra falange) en una suerte de corro de la patata entre los diferentes poemas que componen el libro.
Instrucciones para perderse a conciencia es un tren de signos que nos introduce en un viaje compuesto de símbolos e imágenes que brillan como luciérnagas: sus versos son destellos de luz y vida (a veces bajo sombras) que, habitualmente, transitan sobre la página iluminados por el espíritu de un lenguaje transformador (e incluso purificador: inmaculado, radiante). Artefactos poéticos que recorren la verdad (si acaso ésta existe) y la incertidumbre (si acaso ésta nos duele).
Presente, pasado y futuro se filtran bajo la óptica del inconsciente (a veces también por la mandíbula raedora de la vigilia y la realidad).
Es una lírica brillante (y en ocasiones eufórica) que insufla (en diversos momentos) un aliento optimista al lector: una gramática luminiscente que se traduce en estructuras sintácticas o combinaciones de palabras que brillan igual que Venus o Marte en el momento del ocaso: a veces con el resplandor de un porvenir amable y prometedor, a veces a través de las lágrimas de recuerdos vagos, difusos, casi espectrales.
A lo largo de sus páginas se vislumbran paisajes deslumbrantes del alma o un cierto tipo de poesía a modo de realidad paralela que, pese a las sombras, articula una suerte de vitalismo poético y lingüístico que hace de mágico médium entre el autor y el lector: un lector (que si es in fabula) se deja hipnotizar por el encantamiento de la palabra (ansioso, deseante por deambular o danzar en torno al éxtasis y el placer sin perder de vista en ningún momento la resaca de la desolación).
¿Has jugado alguna vez a mirar cierto tipo de abismo y sonreír? (me pregunto).
¿Has sentido el modo en que el eclipse nos hace “vislumbrar una silueta / en la oscuridad / reconstruir un arquetipo”?
¿Has soñado alguna vez con el modo en que la verdad acontece después de la mentira (“Mentira tras verdad, / verdad tras mentiras”)?
Evidentemente no es tan fácil: “Lógicas inquietudes interrumpen el sueño”.
No obstante:
“Cuando menos lo esperas
surge el destino
de un mapa tan blanco
que solo esgrime
la acupuntura
de sus puntos cardinales“.
En ese momento (si te dejas llevar, si juegas a las palabras encadenadas con el Señor Llor) sientes irremediablemente que vas:
“(…) hacia lo improbable, hacia el infinito”.
Y lo haces (si te fijas bien) de la mano de un soñador que nunca aprende (y eso no está mal: nunca), un soñador que (si prestas un poco de atención: tampoco cuesta tanto) dibuja en tu retina formas de “violenta belleza” a través del frágil prisma y el dulce vínculo de la palabra.
Los soñadores nunca aprenden
Siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre