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Solnit tiene esperanza: una lectura de 'Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre'

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Comencemos hablando por el elefante que hay en esta habitación: hablar de esperanza en 2021 es complicado. Y no sólo porque estemos sufriendo una pandemia desde principios del año pasado, o porque el cambio climático que hemos provocado amenace ya cotidianamente nuestra forma de vida, o por todo aquello que no está bien y debería estar bien. Hablar de esperanza hoy es complicado porque el término, esperanza, ha sido vapuleado. Por ejemplo, un título como el de otro de los ensayos de Rebecca Solnit, Esperanza en la oscuridad, nos provoca una especie de prevención, cierta desconfianza. Vapulear un término significa utilizarlo como arma arrojadiza, por un lado, y desvirtuarlo, por el otro. Una palabra se utiliza como arma cuando se convierte en eslogan, y se desvirtúa cuando no se usa de manera justa, es decir, cuando no se respeta su significado originario. Las palabras importan, nunca lo diremos demasiado.

Esperanza para Solnit tiene mucho más de ataque que de defensa, es mucho más principio de actividad que condición de la inactividad. La esperanza es, según la autora norteamericana, el convencimiento de que se puede cambiar a mejor una situación. No tiene nombres y apellidos el futuro, lo esperado, sino que es puro impulso, puro motor. Precisamente el hecho de no tener un horizonte delineado (en realidad, como ningún horizonte lo tiene) es lo que convierte a la esperanza en un universal y en simplemente la condición de posibilidad del movimiento. Las personas que tienen esperanza apenas intuyen hacia dónde van; pero lo importante no es cuál sea ese lugar, sino que no dejan de ir hacia allá. Por eso alguien esperanzado es alguien difícil de reducir, porque no tiene un objetivo claro que puedas emborronar, o que pueda ser parte de una negociación.

Esta esperanza es la que explica Solnit en el ensayo citado, La esperanza en la oscuridad, que tiene mucha relación con el libro que nos ocupa. Un paraíso en el infierno (publicado originalmente en 2009) es la demostración de que incluso en el desastre existe la posibilidad de la esperanza, es decir, de la revolución. Cada capítulo del libro está dedicado al análisis de un desastre, para demostrar que, a pesar de Hobbes y Hollywood, y con Shelley E. Taylor, Laura Cousino Klein, Piotr Kropotkin, Thomas Paine, J.K. Gibson-Graham o Samuel Prince, el ser humano se comporta en la desesperada de una manera ejemplar, salvándose y salvando, salvándose con su semejante y no –como se nos insiste instructivamente una y otra vez- por encima de su semejante. El análisis que realiza Solnit es por tanto un análisis sociológico, de comportamiento, más que una crónica de sucesos. El suceso, el desastre, es el punto de partida; la descripción de los comportamientos que suceden al desastre es lo importante.

Se trata de un trabajo periodístico riguroso, pero destrenzado de una manera literaria directa y efectiva en el que se analizan cada uno de los desastres y cómo se comportaron desde el minuto uno cada víctima, cada institución y cada medio de comunicación. Porque todos tienen que ver en el desarrollo, en la transformación del fenómeno (el incendio, el atentado, el huracán) en desastre. Es literario porque Solnit sabe contar las cosas (y porque el horror hay que saber contarlo bien), y es riguroso porque en el relato de cada acontecimiento se anotan los datos pertinentes, el número de muertos, las fechas, todo aquello que ayuda a hacernos una idea de la magnitud de la tragedia pero también que sirve para justificar lo que defiende la autora: a pesar de lo que nos ha contado, y sin olvidar en ningún momento de que hablamos de tragedias, hay luz en ese túnel. (La actitud comprensiva de Solnit es también muy característica en este trabajo: es consciente de que no puede disminuir un ápice lo nefasto de los hechos, ni obviar los comportamientos igualmente nefastos, así que todo el tiempo habla también a esas personas que van a intentar por todos los medios no creer en lo que les está contando, de no creer en la posibilidad de que un segundo después del peor momento en la historia de una comunidad se pueda construir algo nuevo, revolucionario y constructivo. No es decir que todo lo malo trae algo bueno, sino decir que después de todo lo malo puede haber algo bueno. Es un matiz, pero es clave.

¿Qué es lo bueno para Solnit?: lo que sucede cuando se posibilita el impulso comunitario y sus consecuencias, las utopías del desastre. Un momento después de la hecatombe el comportamiento mayoritario de las personas implicadas, del pueblo, fue protegerse: organizarse y protegerse. Hubo multitud de actuaciones que no tenían nada que ver con el sálvese quien pueda. Frente a ello (y lo que pasó en Saint Louis es un ejemplo clarísimo), las autoridades actuaron partiendo de dos consideraciones rotundas: que el hombre es el lobo para el hombre y que el principio de autoridad es la única razón de gobierno (están conectadas, obviamente). Este punto de vista sobre la condición humana –que es lo que Solnit cuestiona en este libro y también en el otro ensayo que hemos citado antes- es el motor que impulsa las medidas que realmente convirtieron el fenómeno en desastre. Fondos dedicados a patrullar las calles en busca de ladrones en vez de a salvar a las personas atrapadas en sus casas, fondos dedicados a proteger ciertos barrios dando por apestados (campaña mediática mediante) a otros, asesinatos, desmantelamiento de servicios comunitarios autogestionados para imponer los oficiales, los institucionales, los caritativos, los jerárquicos. No era tan difícil apartar el prejuicio y escuchar las necesidades de la comunidad a la que se estaba sirviendo, no era tan difícil colaborar con lo que de manera natural había creado en vez de arramblar con ello para imponer el palo y la bota de siempre.

Todo esto que se cuenta y que se piensa en Un paraíso en el infierno pasó un segundo después de que se incendiara San Francisco después del seísmo, de que el Katrina ahogara a las personas más empobrecidas de Saint Louis, de que un grupo terrorista estrellara cuatro aviones de pasajeros en los Estados Unidos, de que un terremoto derrumbara el centro de Ciudad de México, de que un carguero estallara en Halifax. Todo esto lo narra Solnit. Creo que es también lo que podría contarse en un libro futuro, que hablar de qué ocurrió un segundo después de que la pandemia comenzara a darle la vuelta al mundo conocido. Estaríamos ahora, por lo tanto, en el momento en que debería ser posible construir la utopía. El libro está muy subrayado. En muchas páginas, en el margen, hay anotaciones que ponen en paralelo lo que se describe con la privatización de servicios y las operaciones inmobiliarias a gran escala, con la policía de los balcones, con las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras públicos del campo sanitario, con las medidas impuestas sobre qué establecimientos. Y también, y de eso es de lo que se trata, con todos y cada uno de los ejemplos de autoorganización de las comunidades y las barriadas, de las acciones para la protección del comercio local, de los comedores sociales autogestionados, de toda la gente que no ha huido ni ha avanzado dejando a los demás atrás.

La editorial Capitán Swing ha publicado todos los libros editados en castellano de Rebecca Solnit hasta el momento. Este título y La esperanza en la oscuridad están conectados, como he explicado. Su libro más conocido hasta la fecha es Los hombres me explican cosas, una selección de artículos breves encabezados por el que titula el volumen, que ayudó a difundir un término fundamental en la causa feminista que ya estaba siendo pensado: el mansplaining. Wanderlust, otro ensayo monumental como Un paraíso en el infierno, es una teorización completa y rigurosa sobre el caminar como acto político, y de alguna manera puede conectarse con los dos ensayos más citados aquí. Hay una acción que es inasible que es la de poner el cuerpo. 150.000 personas caminando hacia un lugar es una fuerza imparable. 150.000 personas poniendo el cuerpo es algo imbatible. Una manifestación, una marcha, no es más que muchas personas caminando, y caminar, como se pueda, desplazarse, es una acción prácticamente gratuita y prácticamente universal: por eso es una fuerza arrebatadora. Y también uno puede abandonarse, eclipsarse, sacar el cuerpo de donde todo el mundo quiere ponerlo, y dejarlo deambular (ese no delinear el horizonte que ha aparecido más arriba), y eso es Una guía sobre el arte de perderse, otro de los libros de la autora norteamericana. En unas semanas, y a eso es a lo que iba, se publica un nuevo libro de Solnit en Capitán Swing, La madre de todas las preguntas, que recoge una selección de artículos sobre género. Una nueva oportunidad para conocer a esta periodista, escritora y pensadora de lo comunitario extraordinaria.  

Comencemos hablando por el elefante que hay en esta habitación: hablar de esperanza en 2021 es complicado. Y no sólo porque estemos sufriendo una pandemia desde principios del año pasado, o porque el cambio climático que hemos provocado amenace ya cotidianamente nuestra forma de vida, o por todo aquello que no está bien y debería estar bien. Hablar de esperanza hoy es complicado porque el término, esperanza, ha sido vapuleado. Por ejemplo, un título como el de otro de los ensayos de Rebecca Solnit, Esperanza en la oscuridad, nos provoca una especie de prevención, cierta desconfianza. Vapulear un término significa utilizarlo como arma arrojadiza, por un lado, y desvirtuarlo, por el otro. Una palabra se utiliza como arma cuando se convierte en eslogan, y se desvirtúa cuando no se usa de manera justa, es decir, cuando no se respeta su significado originario. Las palabras importan, nunca lo diremos demasiado.

Esperanza para Solnit tiene mucho más de ataque que de defensa, es mucho más principio de actividad que condición de la inactividad. La esperanza es, según la autora norteamericana, el convencimiento de que se puede cambiar a mejor una situación. No tiene nombres y apellidos el futuro, lo esperado, sino que es puro impulso, puro motor. Precisamente el hecho de no tener un horizonte delineado (en realidad, como ningún horizonte lo tiene) es lo que convierte a la esperanza en un universal y en simplemente la condición de posibilidad del movimiento. Las personas que tienen esperanza apenas intuyen hacia dónde van; pero lo importante no es cuál sea ese lugar, sino que no dejan de ir hacia allá. Por eso alguien esperanzado es alguien difícil de reducir, porque no tiene un objetivo claro que puedas emborronar, o que pueda ser parte de una negociación.