'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Hasta el mismo tuétano: sobre 'Haga lo que haga en la Tierra' de Vicente Muñoz Álvarez
«El viajero se detiene a descansar, ha sido una larga y fructífera travesía. Repasa sus pertenencias y, a pesar de que desde hace bastante tiempo sólo necesita lo esencial, la maleta pesa como si llevara lingotes de oro». (Del prólogo de Julia Navas).
Vicente está en posesión de tres verdades irrefutables: el tiempo se acaba, lo que queda atrás no se recupera y lo que queda por delante depende en gran medida de nosotros mismos, aunque siempre estaremos a merced de lo impredecible.
darlo todo
y dejarme
en el intento
la piel
para caer
en picado
de nuevo
al vacío
Desnudando el poema hasta los versos imprescindibles para mostrar lo necesario, Vicente Muñoz termina con ‘Haga lo que haga en la Tierra’ la trilogía ‘La llama encendida’, que comenzara con ‘Días de ruta’ y continuara con ‘Travesía’.
Elige para ello exclusivamente el formato poemario (anteriormente había alternado verso, narrativa y prosa poética), como se ha dicho, carente de todo ornamento cargante e innecesario, para que sus versos, siempre bien afilados, penetren en el lector hasta el mismo tuétano.
Acompañaremos al autor por su itinerario vital: su trabajo como comercial de calzado y su pasión por la escritura. Entramos así al círculo vicioso del momento actual: el trabajo, desagradecido pero necesario, imprescindible, y la pasión, el arte, para muchos más importante que lo anterior, pero relegado al tiempo libre y al desprecio, al ninguneo económico, a ser lo primero que abandonar si el barco empieza a hacer aguas. Con pruebas más que suficientes de que el capitalismo se desborda y la economía se desmorona, todavía nos agarramos, o nos obligan a agarrarnos, a ese culto al billete y la anotación en cuenta que permitirán el sustento más básico.
lo que te contaron
no era verdad
lo que soñaste tampoco
de lo que te prometieron
ni hablar
Los sinsabores, que haberlos, haylos, de la escritura también forman parte de esa ruta vital. No es la primera obra en la que Vicente Muñoz se pregunta por las bondades de la pasión o el oficio (que también lo es, y no todo el mundo sabe y puede desempeñar) de la escritura. ¿Es un don o una maldición? No hay respuesta rápida ni fácil para esta cuestión, pero Muñoz tiene claro quiénes son los poetas malditos, pues los ha mirado a los ojos.
los escritores serios
no se comen una puta rosca
en suma
pero son libres
y auténticos
doy fe
Destacan también en el poemario las referencias al amor (que dejó atrás), a la familia y a los ídolos. Estos tres iconos serán su combustible, pues la vida del autor no es sino el viaje inacabable de una sombra solitaria que, como un espectro de Poe, recorre el camino de Kerouak, llegando al retiro de Rimbaud desde el mísero apartamento de Bukowski. Conozco bien la obra de Muñoz Álvarez, y hay pocos autores tan bien armados para estimular la curiosidad del lector para indagar el catálogo de referencias que han quedado entre las páginas. Yo mismo he visto decenas de películas pulp o serie B recomendadas por él.
y un cuervo
más negro
que la noche
responde
NEVERMORE
Y ahora es cuando cierro esta opinión, reseña o como se le quiera llamar recomendando no sólo la lectura de esta obra, sino la revisión de todo el catálogo de su autor, pero igual que recurrí al prólogo para arrancar, dejo que el epílogo nos guíe en esta salida:
«Hallo al poeta preciso, cada vez más escueto, cada vez más certero, cada vez más verídico. Cada vez más identitario, con el sello propio de quien ha hecho de la poesía de este país casa y domicilio, la poesía vital, el lugar para mi regocijo y pernocta». (Del epílogo de Gsús Bonilla).
«El viajero se detiene a descansar, ha sido una larga y fructífera travesía. Repasa sus pertenencias y, a pesar de que desde hace bastante tiempo sólo necesita lo esencial, la maleta pesa como si llevara lingotes de oro». (Del prólogo de Julia Navas).
Vicente está en posesión de tres verdades irrefutables: el tiempo se acaba, lo que queda atrás no se recupera y lo que queda por delante depende en gran medida de nosotros mismos, aunque siempre estaremos a merced de lo impredecible.