'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Un universo dentro
La honesta voz poética de José Alcaraz se refuerza con cada nuevo libro que publica. Su responsabilidad ante la idea de configurarse una poética (a la antigua usanza de esa palabra, tan manida como mal usada), nos obliga a sus lectores a un cierto compromiso. Como a esos autores a los que uno recibe con temor y estupor. Temor porque cualquier lector de Alcaraz es consciente de que no saldrá de una pieza de esa lid: la de enfrentarse a su manera de entender la poesía. Temor ante el placer de enfrentarse a su lírica. Estupor, pues siempre sube la cota.
El mar en las cenizas no es un poemario “de los de ahora”. Fue accésit del Adonais. Y eso, en muchos terruños desnortados, suena a obsolescencia. En redes sociales, directamente a rancio. O, peor, ni siquiera saben de qué estamos hablando cuando hablamos del Adonais.
En su corta carrera poética, Alcaraz nos ha enseñado mucho. Forma parte de una generación de poetas murcianos que se toman las cosas en serio y que no adelantan trabajo, porque saben que el poema también se escribe siempre en el futuro. Que la esencia del poema, lo que fue y lo que nos inspira, es distinta del hoy, donde surge la llama, la luz, y lo escribimos. Pero que lo es más, si cabe, el poema resultante en el mañana, cuando volvamos a él. Y, fundamentalmente, que es otro por completo para el lector. Que se emocionará con él, sí, pero por motivos que le son ajenos ya al poeta.
Por mucho que poeta y lector hayan ido a la misma playa todos los veranos y la hayan sentido igual, no es la misma playa. No lo es. Y ahí también radica la magia, lo lúdico del poema: dos realidades distintas se imbrican dentro del poema, obligando tanto al lector como al poeta a modificarse. No solo en el proceso resultante de la escritura, sino en el definitivo de la lectura. Es decir: la playa del lector modifica la del poema para hacerla universal. Pues todo poema contiene un universo dentro.
Pero volvamos al libro, que para eso están ustedes aquí. Volvamos a la concisión, si eso es posible en una reseña. Porque el verso de Alcaraz es conciso. Recordemos que su espléndido primer libro era un pequeño homenaje a la glosa. Y todos sabemos que la glosa ha de ser concisa y precisa. Que una glosa que se extienda más allá del poema será otra cosa. Un tratado, quizá. O un intento de algo, pero no una glosa.
En El mar en las cenizas regresa Alcaraz a esa exhaustiva concisión que hace que su verso perdure, no solo en la página, también en nuestras páginas del alma. En esa biblioteca del alma que los lectores de poesía tenemos. Un verso conciso, digámoslo ya, no es un verso liviano. O frívolo, como parece que se impone en otras poéticas actuales, muy poco afines a las del cartagenero. Al verso de Alcaraz de este libro hay que entrar concentrado. Pues es muy consciente este poema de que cada sílaba ha de pesar una arroba. Hay que haber estirado primero los músculos del cuello y haber descargado las sienes de su fatiga, para que nuestra lectura esté predispuesta al ejercicio y al esfuerzo. Es un verso que, desde luego, no es ceniza. Y que se apoya constantemente en el ejercicio poético, en la labor de amanuense del poeta, en su labor de artesano, en el taller entre velas del burgo. Pero creando un Universo en toda esa arquitectura metapoética.
“Pasan los días / y ni una sola palabra escribo, / pero versos y versos / en blanco se suceden, / vacías y hermosas páginas / sin nada que importe / ni que temer”. La dicha de la espera también nutre al poeta, lo trasforma. No hace falta esa costumbre radical del nulla die sine línea, pues el poeta es consciente de que el poema está, es consciente del verso. Solo que cada hoja en blanco tiene su periodo de fermentación. Y cada uno de ellos varía, según lo que resulte después. Darle el mismo tiempo de fermentación a cada poema, como si de una masa de pan se tratara, es el error incorregible de este siglo. Y ahora que, confinados, volvemos a hacer pan en nuestras minúsculas casas, reconvertidas en templos de la cotidianeidad, esto tendría que quedar nítido, como un escaparate de El Corte Inglés en Navidad.
Como suele suceder bastante a menudo, el poeta, Alcaraz, lo explica mucho mejor: “Escribir / como si cada golpe de tecla / - cada contacto de la tinta en el papel - / fuera llevar el dedo a la llaga de la vida / para creer en ella una vez más”.
Pues eso. Poco más me queda por añadir. Este libro sobresaliente de Alcaraz, exquisito en su factura, elegante en su verso y firme en su arquitrabe y concepción, es como esa llaga de la que habla. Esa llaga física que tenemos y que tocamos a menudo cuando está para recordar que estamos vivos. Y esto, en los tiempos en los que estamos ahora mismo, es muy importante. Como la poesía de Alcaraz. Como este libro.
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