“Lo que nos enseña Ricardo Codorníu es cómo intervenir en la naturaleza para conservar y recuperar el paisaje y el árbol, con todo lo que este trae. Las palabras más tensas que hemos podido leer de él son las acusaciones contra quienes cortan árboles”, explica Pedro Jesús Fernández, comisario de la muestra 'El hombre que soñó el futuro' sobre el llamado 'apóstol del árbol' en el Museo de la Ciencia y el Agua de Murcia, una de las pocas conmemoraciones realizadas en la Región a raíz del centenario de la muerte el pasado 26 de septiembre del ingeniero forestal cartagenero, pionero en la reforestación a gran escala en España y un adelantado en la lucha contra el cambio climático.
Codorníu y Stárico (Cartagena,1846-Murcia, 1923), imbuido de la filosofía regeneracionista del siglo XIX “muy por la labor de avanzar y progresar en el conjunto de la sociedad”, se dio cuenta, entre otros aspectos, de la importancia de cuidar el suelo fértil, uno de los recursos no renovables más escasos en el mundo desarrollado.
Tanto sus ideas como sus acciones siguen siendo de actualidad ante los problemas a los que se enfrenta Europa y, especialmente la propia Región de Murcia: la desertificación, la lucha por la conservación del suelo, los montes y el suelo forestal, los límites del paisaje marítimo, las inundaciones, la gestión hidrográfica y los parques urbanos. “Su obra en Sierra Espuña va mucho más allá de plantar pinos”, advierte el comisario de la exposición del Ayuntamiento de Murcia.
Codorníu nace en una familia de Cartagena de orígenes italianos y catalanes que se había enriquecido con el comercio y con la desamortización. Estudia Ingeniería de Montes en Madrid y empieza a trabajar como ingeniero de montes, pero fue ascendiendo hasta obtener cargos en la Inspección Nacional, el Jardín Botánico de Madrid, la Escuela de Montes y el Ministerio de Fomento.
Con la riada de Santa Teresa en Murcia en 1879 en la que murieron más de mil personas, el llamado 'apóstol del árbol' se da cuenta de que con los bosques deforestados se va perdiendo el suelo y queda la piedra viva. El control hidráulico permite la conservación del suelo, se van acumulando los sedimentos y entonces la tierra no se va arrastrando. A través de sus contactos y de una enorme insistencia emprende la reforestación de Sierra Espuña, hoy un parque regional ubicado a unos 40 km de Murcia.
“Codorníu fue un hombre polifacético, y muy adelantado a su tiempo”, coincide el profesor de Ecología de la Universidad de Murcia (UMU), José Francisco Calvo. En aquella época, finales del siglo XIX, los montes de Sierra Espuña estaban totalmente esquilmados por el consumo de madera de los habitantes de la zona -que se acentuaría con el más industrial de las navieras que hacen barcos para el Ejército-, y el pastoreo, entre otros factores. “Aquella deforestación estaba en el origen de las enormes riadas que se estaban produciendo, y Codorníu lo supo ver”, explica. “Estamos en un momento de efervescencia internacional de corrientes que apostaban por la protección de los espacios naturales y sus especies o de la promoción de los parques”. El cartagenero se subió a esa ola.
Sierra Espuña se presentó como “una oportunidad” -relata José Francisco Calvo- para llevar a cabo un “gran experimento” de reforestación. Y la obra que acometió fue “pionera” porque previamente “hizo un estudio pormenorizado que le llevó cerca de dos años, de todas las características del entorno para repoblar cada especie en el lugar indicado; en este sentido, fue un ejemplo modélico y con un valor ecológico muy importante”.
En palabras del profesor de Ecología de la UMU, “este modo de operar fue un avance en la época, era la primera vez que se seguían unos criterios tan rigurosos en una obra de tanta extensión”, 17.804 hectáreas y con su punto más alto en el Morrón de Espuña (1.583 metros de altitud). El Parque de Sierra Espuña es el principal referente geográfico y se sitúa en el centro del territorio que engloba los municipios de Aledo, Alhama de Murcia, Librilla, Pliego, Totana y Mula.
La repoblación se hizo con pino carrasco principalmente, además de pino rodeno a partir de los 700 metros de altitud, o pino laricio, además de otras especies como álamos, cipreses, madroños, chopos en las inmediaciones de las ramblas, y plantas arbustivas como zarzaparrillas, rosales o madreselvas.
“Fue una obra enorme, y para acometerla contó con un equipo de ingenieros que se encargaron de las infraestructuras: los diques y puentes para contener el agua, la red de caminos o las casas forestales”, continúa José Francisco Calvo, quien añade que con el paso de los años “se ha podido comprobar el éxito de aquella repoblación; no solo en el campo de los árboles, porque Codorníu se dio cuenta de que tenía que reproducir todo el sotobosque, y crear los espacios adecuados para la pervivencia de las especies animales”. Su visión, y ahí radica también parte de su innovación, fue “multidisciplinar” en un momento en el que todavía no se hablaba del concepto de biodiversidad. “Pero el cartagenero sí que lo hizo así, de una manera integral y con una interpretación ecológica de la naturaleza, porque si vas a Sierra Espuña ahora parece que sea totalmente natural y no una reforestación”.
También Codorníu se enfrentó a bulos y tuvo que ir desmintiendo pueblo por pueblo de la zona para explicarles que aquella obra se hacía en pro del conjunto de ciudadanos, explica el comisario de la exposición en la capital murciana.
Otra de las grandes intervenciones del 'Viejo Forestal' fue la repoblación de las dunas de Guardamar. Las dunas se estaban comiendo el pueblo y promovió una obra de de ingeniería con tablestacas de madera que iban haciendo de bloque, permitían afianzar las dunas y plantar luego árboles que ya no se podía llevar el viento.
El ingeniero forestal también reclamó el derecho al árbol en la ciudad al plantear el Parque Ruíz Hidalgo en la capital murciana que existió entre 1908 y 1955. Se creó en el lado norte del río Segura y fue lo que hoy se llamaría un parque inundable con una zona de uso social, pero también de arbolado. En ese momento se superaron los estándares de porcentaje de zona verde en zona urbana, “cosa que no hemos vuelto a recuperar”, explica el comisario de la exposición. El parque también era un arboreto, donde se iba probando cómo se adaptaban nuevas especies al clima mediterráneo.
El 'apóstol del árbol' fundó diversas publicaciones ambientales, promocionó una escuela gratuita para niños sin recursos y montó la primera caja rural Murcia para luchar contra la usura a los huertanos y quienes cultivaban el campo. Era profundamente religioso, terciario franciscano, que “son los franciscanos seglares”, explica Fernández.
Antitaurino, antibelicista y promotor en España del Esperanto, “su figura no habría desentonado para nada en la actualidad”. Otra de sus facetas más relevantes fue la de divulgador, “en una época en la que era revolucionario porque no había tantos medios, pero él puso muchísimo empeño en dar a conocer sus investigaciones”. También impulsó la Fiesta del Árbol, como actualmente se hace en los colegios, apunta el comisario de la exposición Pedro Jesús Fernández. “Se congregaba a la familia y a los niños y se hacían plantaciones comunitarias para extender ese amor que tenía por el árbol”.
A Jorge Sánchez, técnico de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), lo que más le impresiona de la figura del 'Viejo Forestal', como también era conocido Codorníu, es “su visión holística”. El 'apóstol del árbol' contaba con conocimientos de flora muy elevados para la época, así como de diversidad faunística, mientras que también conocía los temas relacionados con suelo y el clima. Eso, sumado a su perfil humanístico nos llevan a la figura de “un sabio del siglo XIX”.
El ingeniero forestal “planteó la renaturalización de ciudad y la necesidad de establecer arbolado en los núcleos urbanos y fue un pionero de la educación ambiental. Codorníu ya hablaba hace más de 100 años de las cosas que hoy en día consideramos modernas”, explica el biólogo. “Creo que su visión tan adelantada también viene de que él era un personaje muy internacional. Fue un un promotor del esperanto y eso le tuvo que dar una una visión global; veía una necesidad de confluir entre distintas culturas”, considera Sánchez.
Codorníu formaba parte de la Academia de Ciencias de Barcelona y una rama de su familia eran comerciantes de Génova que, ya desde la Edad Media, tenían mucho contacto con Murcia.
Otro de los aspectos más llamativos de Codorníu para el biólogo de ANSE fue la introducción de la Sabina Mora en Sierra Espuña. “Esa planta solo tiene una población en la sierra de Cartagena, pero lo curioso es que cuando él la introdujo en Sierra Espuña no se conocían esas poblaciones. Es decir, las trajo por paralelismo con el norte de África, advirtiendo que el sur de Europa se iba a parecer cada vez más a esta zona”.
Sánchez cree que el espíritu de Codorníu se refleja hoy en el manejo de agricultura en aquellas zonas en las que se están ejecutando plantaciones con setos. “Él hubiera puesto sobre la mesa la utilización de vegetación natural como herramienta para frenar la erosión y la escorrentía de los terrenos de cultivo”, apunta.
Restauración de bosques de ribera en las ramblas mineras que desembocan en el Mar Menor
Las masas forestales van a menguar en la Región, habrá problemas de plagas y eso impactará tanto en los ríos como en los habitantes, explica Eduardo Lafuente, jefe del Servicio de Estudios Medioambientales de la Comisaría de Aguas de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), quien encuentra “una analogía” en la filosofía del trabajo de Codorníu con las actuaciones de restauración de bosques de ribera en las cuencas superiores de las ramblas mineras para impedir la llegada de metales pesados al mar Menor llevadas a cabo por el Ministerio para la Transición Ecológica a través de la Oficina Técnica del Mar Menor.
“Ahí sí que se va a reforestar en grandes cantidades en sitios muy duros para trabajar, como lo fue Sierra Espuña. Encima contando con las técnicas y la maquinaria que tenían entonces. Técnicamente fue un logro: tanto en la capacidad de movilización de trabajadores, como en el hecho de tratarse de tan buenos técnicos”, señala Lafuente, quien conoció las grandes reforestaciones en Sierra Espuña y Guardamar del 'apóstol del árbol' durante sus estudios de Ingeniería Forestal en 4º de carrera a finales de los noventa.
La inventiva solución que encontró Codorníu para plantar las zonas más inaccesibles de Sierra Espuña, por ejemplo, fue disparar las semillas con disparos de escopetas, como se hace actualmente con los drones.
“Lo que más me sorprende de Codorníu es que fuera capaz de conseguir tanto dinero para acometer una reforestación de ese calibre”, reflexiona el especialista medioambiental. “En la Región de Murcia ahora hay muy poca reforestación, unas 50 hectáreas al año, y es llamativo porque el cambio climático aquí va a afectar mucho”, añade Lafuente.
“¿Qué pasa? Me dicen que quieren cortar el ficus”
Hasta los últimos momentos de su vida, ya encamado, seguía preguntando por árboles, como el ficus que hizo plantar en la plaza de Santo Domingo de Murcia, emblema de la ciudad. “¿Qué pasa aquí? Me dicen que quieren cortar el ficus”, escribía en sus últimas cartas frenéticas preguntando al Ayuntamiento murciano.
“Se dice que nadie es profeta en su tierra: tuvieron que hacerle un homenaje en Madrid en 1926 los ingenieros de Montes con una estatua que se colocó en el Retiro para que en ese mismo momento en Murcia se formara una comisión encargada de levantar un monumento a Codorníu a través de una suscripción popular”, cuenta Fernández. José Planes hizo el busto, acompañado por la figura de una niña con un ramo de flores abrazada a un tronco que hace de cuerpo. Más tarde también se levantaría otra escultura en su honor en Sierra Espuña.
Codorníu había nacido en Cartagena y quería que le enterraran allí, de modo que recibió un permiso de las autoridades para que su cuerpo lo trasladaran en tren a la ciudad portuaria después de su muerte. Pero en Murcia, el día del entierro, se le hace una despedida tanto religiosa como civil: ingenieros de montes llevan el féretro a hombros hasta la estación de tren de El Carmen con el estandarte franciscano. “Y la memoria de Codorníu permanece”, apunta el comisario de la exposición.
“Mi bisabuelo creó un pulmón para la Región y trabajó en otros parajes naturales, pero su legado más importante fue su legado humanista sobre la vida y el trabajo, se impuso como norma el respeto humano y siempre pensar en los demás”, recuerda su bisnieto José Luis Cáceres Hernández-Ros, hijo de su nieta María Teresa y presidente de la Asociación Carolina Codorníu, creada en 1993 por su tíos para mantener vivos la obra y el pensamiento de su antepasado. “Damos un premio anual a colegios de la Región para despertar la conciencia ecológica de los niños y el respeto al medio ambiente y actualmente trabajamos en un proyecto de bosques para la salud junto a la Asociación de Pediatras del Sureste”.
De su bisabuelo, destaca que fue un “adelantado y un visionario, con la misión de dejar un mundo mejor”. José Luis Cáceres Hernández-Ros cuenta que “siempre trató de enseñar a sus paisanos con sus escritos, cuentos con moraleja o paseos didácticos por el Parque Ruiz Hidalgo que estaba en el barrio del Infante con especies arbóreas del mundo entero”. Ese afán le llevó a poner “siempre” al final de sus libros que autorizaba a cualquier persona o institución a usar el contenido de sus libros “en beneficio de la humanidad”.
Muy familiar, “mi madre María Teresa recuerda los paseos con ella y el resto de nietos por el Paseo del Malecón, en Murcia, cuando aprovechaba para contarles anécdotas y enseñanzas”. Una de esas tardes, relata, “le explicaba a su nieto Juan de la Cierva Codorníu cómo volaban los aviones y le hizo fijarse en cómo caían las semillas de un árbol, y fue una inspiración para la invención después del autogiro”.
“Quiero ser un árbol, un pino vulgar, quiero estar plantado en Sierra Espuña, mirando a la Cartagena que me vio nacer y a la Murcia que me vio crecer”, escribió a las puertas de su muerte.
El Gobierno regional, a través de la Fundación Séneca, acaba de reeditar su libro 'Doce árboles', cuya primera edición fue en 1914 y es una recopilación de doce historias sobre árboles que Codorníu dedicó a sus nietos, según la personalidad de cada uno.
Centro de Visitantes de Sierra Espuña
Ricardo Codorníu le da nombre al Centro de Visitantes de Sierra Espuña, que recibe una media de 16.000 visitantes al año, cuenta Cristina López, su coordinadora. “Codorníu es la figura central en la que se basa nuestro trabajo; tenemos una sala de interpretación y otra de proyecciones, y parte de las grabaciones abordan las características del Parque y sus valores naturales y culturales, que parten del legado de Codorníu, sin el que no tendríamos toda esta riqueza”.
Cristina destaca todo lo referente a las infraestructuras, “porque teníamos los pozos de nieve que datan de la Edad Media pero en la época de Codorníu se construyeron senderos históricos y las casas forestales o los viveros; hay uno, el Vivero Huerta Espuña que todavía sigue funcionando con algunas especies de encinas, fresnos, mirtos o arces”.
En el centro “acogemos visitas de colegios, programas de empleo y otros grupos de martes a viernes, con actividades programadas y también tenemos otras abiertas a todos los públicos los fines de semana”.