Hassan, de origen magrebí, lleva trabajando en el campo más de 20 años. Consiguió los papeles a raíz de la movilización de las personas inmigrantes. Aquella movilización duró más de 90 días, con marchas por las carreteras, huelgas de hambre y encierros en siete iglesias de la Región. Todo ello fue provocado por el accidente de Lorca del 3 de enero de 2001, en el que fallecieron doce personas de la comunidad ecuatoriana y que sacó a la luz la explotación y la indefensión de los jornaleros y las jornaleras, como destacaron los titulares de la prensa de la época. Fátima, su pareja, trabaja en los almacenes del manipulado. Lo que más le cabrea es que la empresa no cumpla el convenio ni le cotice todos los días trabajados. Es fija discontinua y cuando está de baja médica cobra menos que sus compañeras que trabajan de temporeras o están fijas en la empresa. Una discriminación más de las tantas que hay en el sector.
Diana, de Molina de Segura, está terminando la carrera de Relaciones Laborales, mientras compagina los estudios con el trabajo en el almacén de manipulado. Quiere ser inspectora de trabajo “para freír a todos los que incumplen los derechos de las jornaleras y jornaleros”. Su padre, jornalero de toda la vida, quien ahora tiene cerca de los 60 años, estuvo en su época a punto de ser detenido en la última huelga del campo. Su madre es trabajadora en la conserva vegetal. Diana alucina cuando su madre le cuenta las luchas que protagonizaron en los años 80 y 90 las mujeres de la conserva. “Qué grandes eran”, dice Diana con envidia.
No es casualidad que la conserva sea el subsector más regulado y con más niveles de cumplimiento de convenio y mejores condiciones laborales. Con comités de empresa consolidados. Gracias a todas esas luchas.
A Diana le da envidia porque donde ella trabaja lo hace según las campañas de trabajo. De lunes a domingo, menos de 10 horas de trabajo no se las quita nadie, incluso 12. Termina reventada.
Para colmo, trabaja en una ETT. Nos cuenta que no tienen derecho a tener comité de empresa, y sus compañeras de la misma ETT están de acuerdo con la idea de parar, la huelga les parece muy bien, oportuna y necesaria, pero están ya, a unos días de la huelga, muy nerviosas. Sobre todo, porque los encargados están preguntando una a una, si va a hacer huelga. Incluso en la hora del bocadillo, uno de los jefes les dio una charla contra la huelga. Ella y sus compañeras más cercanas desconectaron el oído y se concentraron en comerse el 'bocata', sin escuchar lo que decía el jefe, porque ya sabían de antemano lo que iba a decir: que “si la que haga huelga, va a la calle”, que si “ellos son muy buenos”, y no sé qué de “la mano que te da de comer”. Ella tampoco sabe lo que va a hacer y se cabrea porque en su empresa son 50 fijas, 100 fijas discontinuas y, a veces, llegan a ser más de 500 trabajadoras las que trabajan a través de la ETT. Diana considera que esto es una pasada, que así es imposible que la gente se organice. Que inventazo lo de las ETT; deberían de desaparecer en sectores con trabajos penosos. Claro -le comenta una compañera-, es que lo que debería ocurrir es que nos contratase directamente la empresa, no a través de unos intermediarios como las ETT o empresas de servicios. En el sindicato les han dicho que no se puede sustituir a trabajadores en huelga por los de otra empresa. Tienen miedo, pero dice que su primera huelga no se la pierde.
María está ya con la espalda y las muñecas llena de dolores. A ella sí le cotizan correctamente y le cumplen el convenio. En su empresa están un poco por encima del SMI, tiene 57 años y lo que más le preocupa es la base reguladora pensando en su pensión y la de sus compañeras. Tienen lagunas de años trabajados, pero no cotizados. “Eso era antes que ni se cotizaba y además te chillaban”, asegura, pero “eso ya pasó, conseguimos que la empresa cumpliera, y ahora estamos divinamente”. Las trabajadoras cuentan con su comité, con representación de tres sindicatos en la empresa, aunque uno de ellos es solo defiende a la empresa. “Ya le hemos visto el plumero”, asegura María. Eso es práctica habitual en el sector. Las empresas favorecen candidaturas y sindicatos amarillos y manejados por los jefes.
María reconoce que están mucho mejor que la mayoría del sector. Su jefe está muy cabreado, ya que la plantilla hace huelga seguro. El otro día le decía, “pero María si cumplimos con vosotras, ¿por qué nos hacéis huelga?”. Ella le contesta que harán huelga por las demás que no están como ellas .Y por la IT, o sea, por unas bajas médicas dignas.
María también le dice que son las empresas que cumplen las que deberían presionar y denunciar a aquellas que hacen todo tipo de fraude y son competencia desleal. En esto tiene razón Maria. Ella se cabrea porque piensa que con todo lo que han luchado, las madres tienen más derechos que las hijas. María tiene razón también cuando dice que saben que “un día solo de huelga no nos va a traer las soluciones a nuestros problemas”, pero recuerda que así empezaron ellas. Primero eran muy pocas y con mucho miedo. Hasta que una empresa de al lado de su pueblo se puso en huelga y la ganaron. La buena noticia corrió como la pólvora por las comarcas agroalimentarias y se inició un periodo de luchas y huelgas que trajeron derechos, convenios, cotizaciones y comités. María ha oído en las asambleas del sindicato que el 4 de diciembre comienza de nuevo todo y que tendrán que venir más huelgas y movilizaciones hasta conseguir las reivindicaciones.
“Así sea, hace falta” dice María antes de entrar a la fábrica a echar la jornada.
Hassan, de origen magrebí, lleva trabajando en el campo más de 20 años. Consiguió los papeles a raíz de la movilización de las personas inmigrantes. Aquella movilización duró más de 90 días, con marchas por las carreteras, huelgas de hambre y encierros en siete iglesias de la Región. Todo ello fue provocado por el accidente de Lorca del 3 de enero de 2001, en el que fallecieron doce personas de la comunidad ecuatoriana y que sacó a la luz la explotación y la indefensión de los jornaleros y las jornaleras, como destacaron los titulares de la prensa de la época. Fátima, su pareja, trabaja en los almacenes del manipulado. Lo que más le cabrea es que la empresa no cumpla el convenio ni le cotice todos los días trabajados. Es fija discontinua y cuando está de baja médica cobra menos que sus compañeras que trabajan de temporeras o están fijas en la empresa. Una discriminación más de las tantas que hay en el sector.
Diana, de Molina de Segura, está terminando la carrera de Relaciones Laborales, mientras compagina los estudios con el trabajo en el almacén de manipulado. Quiere ser inspectora de trabajo “para freír a todos los que incumplen los derechos de las jornaleras y jornaleros”. Su padre, jornalero de toda la vida, quien ahora tiene cerca de los 60 años, estuvo en su época a punto de ser detenido en la última huelga del campo. Su madre es trabajadora en la conserva vegetal. Diana alucina cuando su madre le cuenta las luchas que protagonizaron en los años 80 y 90 las mujeres de la conserva. “Qué grandes eran”, dice Diana con envidia.