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Abejas, cerdos y villanos

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No hay religión ni corriente espiritual, ni tradición popular, ni pueblo bien nacido que no venere a la abeja como animal sagrado. Las formidables obreras forman parte de los grandes mitos de la humanidad, encierran una riqueza simbólica extraordinaria, dan suerte a quien les protege, son belleza y vida adoradas por egipcios, mayas, armenios, cristianos, masones, por todas las culturas que entendieron el poder ancestral de este insecto dorado, alegre y bueno. En el Parque Natural de Calblanque las fumigaciones de la agroindustria intensiva han provocado esta semana pasada una enorme mortandad.

Nuestros antepasados, que temían y con razón las reglas de la Naturaleza, no tenían leyes ni normativas que prohibieran los plásticos, el nitrato y otros venenos que respiramos y comemos sin rechistar, que contaminan los pulmones, la orina, el semen, la carne del ganado, las vísceras de las aves y los peces. En su sabiduría esencial conocían las líneas que nunca se deben traspasar en el contrato con la tierra.

A la agroindustria le da bastante lo mismo un tótem por muy intocable que sea y a la mayoría de los ciudadanos de a pie, en bus o patinete le importa un bledo la contaminación, ignoro si por amnesia, cansancio o porque consumimos diariamente otro veneno más tóxico, invisible y letal. Esa ofensiva de basura mediática que no deja rastro físico, pero su alcance es tan certero y persistente que llega al lugar del cerebro donde se esconde la capacidad de criterio y al rincón ignoto del alma donde a lo mejor se encuentra la moral. El veneno ideológico se expande como la mancha blanca del Mar Menor y aunque solo de momento, sin capacidad de respuesta.

En el teatrillo informativo diario se nos quiere inculcar que los vertidos fecales del urbanismo son la causa de la muerte de la laguna y técnicos, alcaldesas y otros cargos han ido a declarar como testigos a la Fiscalía de Medio Ambiente al son alegre de la paz. Justo antes (casualidad) de que se discutiera en el Parlamento la reforma de la Ley de Protección del Mar Menor que abrirá la puerta a más ladrillo. Los dos actores principales, PPOX, aparentan no estar de acuerdo, pero no cuela. Nadie duda ya de su sincero y mutuo amor, ni de cuáles son sus crematísticos intereses.

Como prueba de vida se crearon varios chiringuitos para el Mar Menor en plan agencias de empleo para afines al imperio ¿O debo decir emporio?. Este escenario no sería el mismo sin la escudería de altavoces mediáticos financiados por una ingeniosa fundación con muchísimos eurípides. La anoxia informativa, que en democracia es mal, se sostiene por la secular falta de educación del murciano profundo y la querencia por el cash de algunos mal llamados científicos.

No es que parezca una guerra de héroes contra villanos. Lo es. El impacto que la ganadería intensiva tiene en el Mar Menor como causa de la mortandad de toneladas de peces es uno de los temas que aborda el documental Food For Profit (Alimentos para lucrarse) que se ha estrenado este miércoles en el Festival de Cannes. Los periodistas italianos Pablo D ́Ambrosi y Giulia Innocenzi destapan los vínculos entre el Parlamento Europeo y la industria de la ganadería industrial, organizados con miles de millones de euros, falta de escrúpulos y carne enferma. Lo que ellos llaman “Lobbycracia” que tan bien conocemos aquí, porque es el mismo sistema.

Espero que este proyecto internacional levante una ola de rubor que llegue desde la Costa Azul al Mar Menor y que saque los colores a todos los negacionistas de moqueta que tenemos sueltos. Otra ola de ciencia y activismo avanza imparable sobre esta región con fuerza y argumentos, pero sobre todo con evidencias: los nitratos. Si el Mar Menor no se protege ya volveremos a llorar en la orilla de las playas, armados con la única ayuda de un cubo de plástico. Y bueno, será nuestra culpa que entonces sigan allí el emperador de la cuadriga de caballitos de mar extintos y su amigo vicehelicóptero. Aunque también queda la esperanza de que Coppola o Cronenberg se inspiren, cuando vean este documental, para una gran historia de violencia o de mafiosos.

No hay religión ni corriente espiritual, ni tradición popular, ni pueblo bien nacido que no venere a la abeja como animal sagrado. Las formidables obreras forman parte de los grandes mitos de la humanidad, encierran una riqueza simbólica extraordinaria, dan suerte a quien les protege, son belleza y vida adoradas por egipcios, mayas, armenios, cristianos, masones, por todas las culturas que entendieron el poder ancestral de este insecto dorado, alegre y bueno. En el Parque Natural de Calblanque las fumigaciones de la agroindustria intensiva han provocado esta semana pasada una enorme mortandad.

Nuestros antepasados, que temían y con razón las reglas de la Naturaleza, no tenían leyes ni normativas que prohibieran los plásticos, el nitrato y otros venenos que respiramos y comemos sin rechistar, que contaminan los pulmones, la orina, el semen, la carne del ganado, las vísceras de las aves y los peces. En su sabiduría esencial conocían las líneas que nunca se deben traspasar en el contrato con la tierra.