Se lo dije, se os va a llenar la acampada de gente preguntándoos cómo habéis conseguido que la ponsetia se conserve fresca y roja en pleno febrero: el sueño de muchos amos y amas de casa que compran esas macetas en diciembre y las tiran en enero.
Hay muchos sueños por aquí: el de los vecinos de los barrios del sur (Stgo. El Mayor, Barriomar, San Pío X) es que no les separen del resto de la ciudad con un muro infranqueable, que convertirá a sus zonas en guetos. El sueño de una de las muchachas que está en “Murcia sin muros” es producir una cerveza de calidad artesanal a precios asequibles. Otros dos muchachos confiesan dormir en las casas donde estudian y no en la acampada porque están preparando una carrera universitaria. El sueño de Luismi es convertir los carritos del súper en vitrinas de exposición, mientras cuida la ponsetia. No sé cuál es el sueño de los cientos de policías que custodian este mini Ulster sureño, pero no parece ser el de vigilar las obras de albañilería en un barrio periférico. No ponen cara de felicidad, a pesar de su fijación con ayudar a doña Ana Jiménez a cruzar la calle.
La palabra “sueños” tiene unas connotaciones de idealismo y alejamiento que quizás la conviertan en algo cursi, pero no se me ocurre otra mejor para adjetivar la intención de construir una ciudad digna para todos y cada uno de nosotros. Porque de eso se trata en el sitio que he visitado hoy.
Les hablo de la concentración ciudadana y permanente que unos jóvenes han plantado junto a las vías del tren en el paso a nivel de Santiago El Mayor, al sur (barrios tras el río) del Sur (ciudad de Murcia) del “sur” (zona de Europa olvidada). Les hablo de la Acampada “Murcia sin muros”.
Desde hace 4 meses, entre 25 y 30 vecinos han constituido una concentración pacífica y asamblearia en un parquecillo junto a las vías. Con el propósito de visibilizar la protesta contra el (despropósito del) Ave en Murcia, este grupo acampa con tiendas (cuentan con permisos), utilizando el tiempo de estancia para organizar manifestaciones, debates, actos culturales como mini conciertos desenchufados, charlas sobre política, asambleas abiertas, paellas vecinales o comidas veganas. Entre todos llevan la intendencia (barrer las zonas de paso, fregar cacharros, aportar cables o sofás al sitio) y cuidan del espacio físico de la acampada, así como del parque donde se inserta.
El primer mes, dispusieron unas tiendas de campaña, un frigorífico y una mesa de jardín alrededor de la cual se reunían para organizarse. A día de hoy, 4 meses después, no solo han añadido mantas y sillas a la ocupación, sino que han construido una “sala de estar” con lámparas y sillones, un lavadero, un tendedero, y una mini cocina. No se han conformado con aposentarse, sino que han señalizado el espacio con letreros, han diseñado un sistema de circulación y separación entre tiendas de campaña, zonas de paso y espacios de debate; han techado el “salón” y, por Navidades, han decorado comme il faut los arbolillos del centro.
Pero han ido más allá: hay gente que les ayuda con su casa o su pequeña propiedad cuando llegan las lluvias (siempre torrenciales en esta parte del país) o para el aseo. Hay actividades de cine y música con gente que se suma a su acción desde otros lugares.
No podía ser de otra manera: frente a los medios de comunicación que les ignoran, frente a un Delegado de Gobierno (que celebra la detención de 3 chiquillos como si fuera la conquista de las Galias) los vecinos que comparten protestas con ellos conocen su compromiso y su capacidad de organizarse para gestionar este espacio sin conflictos. Y ello a pesar de que las noches al raso, en una capital de provincias no siempre son benévolas: algunos habitantes de la zona les han insultado en la madrugada, se han metido con las chicas o han intentado robarles las pequeñas cosas que hay dentro del recinto ocupado. Durante el pasado mes, las lluvias y el frío han enfermado a algunos de sus componentes.
Las acusaciones todavía no demostradas de vandalismo han intentado dividir a los ciudadanos entre manifestantes pacíficos y perturbadores del orden público, sin conseguirlo. La ciudad de Murcia se haya unida contra la llegada de la Alta Velocidad en superficie, comprendiendo que no podemos seguir siendo una Autonomía de segunda división, ni una ciudad pobre para que algunos políticos medren en Madrid y olviden a sus votantes. Los trenes del Corredor Mediterráneo deben pasar o bien por las afueras de Murcia (Beniel, Los Dolores o Nueva Condomina son espacios óptimos para ello), o soterrados por El Carmen. Y por supuesto, por Cartagena (no “llegar a” sino “pasar por” Cartagena).
La Acampada “Murcia sin muros” es un ejercicio de democracia asamblearia como el que las televisiones de todo el mundo nos enseñaron el 15M. Hay más, claro: a pesar de que los medios de comunicación ya no los muestren, es obvio que la experiencia del 15M ha dado lugar a una generación de activistas con plena conciencia de actuar en la calle y de posicionarse junto a vecinos en cuestiones que no siempre han sido consideradas como específicamente “lucha de clases”. Pero eso ha cambiado.
Desde la experiencia de Gamonal en 2014, en Burgos, hasta los ancianos estafados por las “preferentes”, la ciudadanía hemos aprendido a contestar a un Sistema que ha mutado (apoyado en la crisis económica mundial), pasando del Estado del Bienestar a las Élites Extractivas, devorando y expulsando a la clase media hacia la miseria, y a las clases bajas hacia la migración o la desesperación absoluta.
Lo que sucede en Murcia con la construcción de las vías para el AVE es uno de esos procesos predadores: el desmantelamiento de la red ferroviaria habitual para poner en su lugar un Tren de Alta Velocidad que solo podrán usar doscientos o trescientos ciudadanos de la Región, mientras el resto del millón y medio de habitantes son relegados al autobús o al auto-stop para trabajar o relacionarse con Madrid o Valencia. Al tiempo, se segrega a la mitad de la población de la capital (unas 200.000 personas viven en barrios y pedanías del sur de la ciudad, sobre un total de 440.000, según datos de 2016 del Instituto Nacional de Estadística) con una infraestructura medieval: muro y policías.
Les invito a todos a conocer esta acampada joven y activa. Y si tienen algo que decir a sus okupantes (esta vez sí con “k”), déjenles sus consejos o sus disensos en el buzón de sugerencias de la entrada. Sueñe usted. Haga lo que quiera pero sueñe usted.
*Cristina Morano es escritora, diseñadora gráfica y miembro de Cambiemos Murcia