Cuando estudias para ser abogado sueñas con ser un profesional tan bueno que seas conocido por tus méritos, tratar asuntos tan complejos que la gente que no los llega a entender pueda ver, al menos, que has tenido que hacer un gran esfuerzo para conquistar ese nivel de conocimiento. Que todo eso te lleve a ser respetado. Sinceramente, debe ser una gran satisfacción, yo no la conozco como tal porque no soy un gran abogado, soy una gran abogada y es muy distinto. Os voy a contar algo que me pasó la semana pasada y que me puso al borde de cometer un delito.
Muchos sabéis que divulgo en redes sociales, que hablo de Derecho y tengo cierto alcance, aunque humilde. Mi contacto de trabajo es público, como el de todos los abogados. La semana pasada cuatro números diferentes me escribieron, no para contratar mis servicios, sino para acosarme. Aquí no hay que poner el foco en lo que yo hice, sino en porqué ellos creen que es adecuado hacer esto a una profesional de la abogacía.
No os digo que estuviera en Tinder, es que estaba hablando de Derecho desde un perfil profesional en el que no se atisba mucho de mi vida privada.
El contenido de los mensajes se resume en “cuando quieras llámame Rebeca, bonito nombre” “háblame amor” “Eres soltera?” “Hola buenos días cómo estás / busco novia y tú estás guapa y bonita” “Dime algo guapa” “Yo quiero una abogada guapa que me cuide”. En fin, lo que no es habitual que llegue al buzón de un abogado.
Al contaros esto podría continuar describiendo mi currículum, lo genial que soy en mi trabajo y porqué merezco ese respeto, paz y admiración de la que gozan mis compañeros y os comentaba al principio, pero es que no se trata de eso, se trata de que absolutamente ninguna mujer merece sentirse vulnerable por culpa de comportamientos de este tipo.
Por un momento el espíritu de Valerie Solanas se adueñó de mí y me dieron ideas de citarlos en el despacho e idear un escape room terrorífico en la que sufrieran lo que les corresponde por karma o justicia poética, pero eso me llevaría claramente a acabar detenida. Si me va mal en la abogacía en algún momento pienso montar un negocio dedicado a que las mujeres puedan llevar ahí a sus acosadores a pasar un mal rato.
Pero actualmente me va muy bien, a pesar de no tener ni la mitad de reconocimiento y respeto que mis compañeros hombres, incluso (esto va a doler a muchos) que algunos que no me llegan a la suela de los zapatos jurídicamente.
Nos movemos en las calles, en los empleos, en las redes sociales y en la vida con miedo al azote del machismo, ya sea por un comentario, por violencia en pareja, por una agresión grave. Nos movemos en un mundo que no es nuestro salvo en lo que implicar cuidar, y tampoco, pero ese es otro tema. Lo peor es que decirlo en voz alta es molesto, a la gente le remueve algo que le lleva a echarme en cara a mí y decirme “qué exagerada, no le des importancia a eso”. ¿Sabéis que pasa? Que si no le doy importancia naturalizo algo intolerable.
Imaginad por un momento que todas las vejaciones y desigualdades que sufrimos las mujeres a diario fueran para otro colectivo, por ejemplo, los ancianos: gente que cosifica e insulta a los ancianos por el hecho de serlo, y que, además, les agreden. Que salir solos a dar un paseo por el río de Murcia sea un peligro por si los agreden sexualmente, como sucede en mi ciudad con las mujeres. La sociedad pondría el grito en el cielo al unísono, no habría duda, ni traslado de culpa a la víctima.
Puedo vivir con no tener el reconocimiento que merezco y con esforzarme el doble en mi trabajo. Pero no puedo vivir con que mi hija vea que su madre se calla cuando la maltratan por ser mujer. No le pienso trasmitir que eso es tolerable o que es mejor evitar conflicto, porque yo he crecido en esos escenarios y me han pisado demasiadas veces.
Mi hija verá el fuego del conflicto en su madre cada vez que algo no sea justo, no porque su madre sea una gran abogada, sino porque es legítimo que en ella crezca esa llama frente a la paz que sienten los que creen que tienen derecho a acosar, agredir y maltratar a las mujeres por ser superiores.
Para mi generación es un hecho que siempre habrá un impresentable que nos acosará en algún momento y deberemos salir airosas del percance, cruzando dedos de que no vaya a más. Es un hecho que en algún momento uno de mis reconocidos compañeros va a traspasar los límites de mi paz y le gruñiré con fuerza.
Pero han cambiado tantas cosas para mi generación respecto de la anterior, tantas cosas buenas, que espero que en la generación de mi hija lo que yo he vivido esta semana pasada no sea tan natural gracias a las que nos quejamos y encendemos la llama de la rabia contra lo injusto.
Si más adelante hace falta un escape room, tranquilas que lo monto yo.
Cuando estudias para ser abogado sueñas con ser un profesional tan bueno que seas conocido por tus méritos, tratar asuntos tan complejos que la gente que no los llega a entender pueda ver, al menos, que has tenido que hacer un gran esfuerzo para conquistar ese nivel de conocimiento. Que todo eso te lleve a ser respetado. Sinceramente, debe ser una gran satisfacción, yo no la conozco como tal porque no soy un gran abogado, soy una gran abogada y es muy distinto. Os voy a contar algo que me pasó la semana pasada y que me puso al borde de cometer un delito.
Muchos sabéis que divulgo en redes sociales, que hablo de Derecho y tengo cierto alcance, aunque humilde. Mi contacto de trabajo es público, como el de todos los abogados. La semana pasada cuatro números diferentes me escribieron, no para contratar mis servicios, sino para acosarme. Aquí no hay que poner el foco en lo que yo hice, sino en porqué ellos creen que es adecuado hacer esto a una profesional de la abogacía.