La Asociación de Profesionales de Radio y Televisión de la Región de Murcia (ARTV) ha concedido sus Antenas y Micrófonos de Plata de este año reparando una situación inicua que ya duraba demasiado tiempo. Me refiero en el caso de uno de los galardonados, Adolfo Fernández Aguilar, mi primer director en aquella legendaria Radio Juventud de Murcia en la que tantos nos hicimos y tanto disfrutamos. Y no es porque se trate de alguien carente de distinciones, pues atesora un premio Ondas y una Antena de Oro, entre otros muchos reconocimientos, si bien creo que su mejor recompensa en la vida se llama Concha y no permanece guardada en una vitrina, precisamente.
“Dadme un punto en el dial y moveré el mundo”, le oí decir una vez emulando al mítico Orson Welles. Adolfo ha sido y es la historia viva de la radio. Discípulo del maestro Bobby Deglané, se abrió camino con 'La gran subasta', a raíz de las trágicas inundaciones de Valencia en 1957, y propició, entre otros programas que se convirtieron en formidables campañas solidarias, los de apoyo a los damnificados por el terremoto de Managua de 1972, tras las riadas en la Región de 1973 o en ayuda del pueblo polaco en 1981. Ese mismo año, la noche del 23 de febrero, tras el intento de golpe de Estado en el Congreso de los Diputados, permaneció en directo, en el estudio de la emisora en Murcia, emitiendo un programa en el que entrevistó por teléfono desde paradero indeterminado al entonces presidente de la Comunidad Autónoma, Andrés Hernández Ros, mientras daba vivas a la Constitución y al Rey. Ello le supuso que en la manifestación por la democracia, celebrada días después en la capital, todas las fuerzas políticas estuvieran de acuerdo en que él fuera el encargado de leer un manifiesto conjunto en la Glorieta de España. Esa noche fría, muchos preferimos no pensar en la suerte que habría corrido este hombre si aquella insurrección hubiera triunfado.
En 1987, Adolfo se dejó abrazar por los cantos de sirena de la política, aspirando a la alcaldía de Murcia por el Centro Democrático y Social de su tocayo, Adolfo Suárez. Luego, tras una etapa como concejal en la oposición y la posterior descomposición del CDS, pasó a militar en el PP, donde llegó a ser diputado y senador en varias legislaturas. Ahora, retirado de la primera línea, mantiene la llama publicando cada quince días sus reflexivos artículos en el diario ‘La Verdad’, en los que da su visión del variopinto panorama político que soportamos en este país. También ha tenido ocasión de publicar varios libros a lo largo de su dilatada trayectoria profesional.
En un plano más personal, Adolfo fue quien inoculó el veneno de la radio en mis venas. Siendo apenas un aprendiz del oficio, me depositó su confianza enviándome a cubrir informaciones tan comprometidas como sobresalientes, caso del devastador accidente de un autobús de militantes del PCE murciano en la localidad toledana de Quintanar de la Orden, en 1981; o el 24 de febrero, mientras Tejero aún permanecía encerrado con sus guardias civiles en el Parlamento, destinándome a la sede de la presidencia del gobierno regional para ofrecer cuanta información allí se generase. O cuando me mandó a cubrir la visita a la Región del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y conseguí entrevistarlo durante un acto de bienvenida en el ayuntamiento de la capital. Aunque a quien Adolfo conoció de primera mano fue a su antecesor, Josep Tarradellas, al que siempre admiró por su condición de hombre de Estado, en sus estancias en Barcelona y Murcia. También, a mediados de esa década, cuando me confió la dirección y presentación del magacín de mediodía en el circuito regional de RCE, que él se encargó de titular como ‘El gran regional’, y por cuyos micrófonos se escucharon las voces de Rafael Alberti, Buero Vallejo, Luis Rosales, Narciso Yepes, Joan Manuel Serrat, Xavier Cugat, Mari Trini o José Luis López Vázquez, entre otros. Una de sus grandes cualidades, desde siempre, ha sido la de conformar equipos radiofónicos con profesionales como los que nos enseñaron en su día cuanto podamos atesorar en nuestro conocimiento del medio.
Me parece de enorme justicia que la ARTV distinga con su Antena de Plata a este veterano del oficio, murciano hasta la médula aunque naciera en Granada hace ya unos cuantos años. Con todo, un día en el que fuimos juntos al Albaicín, denoté una contenida melancolía en sus palabras al describirme los cármenes que estábamos viendo en panorámica.
Y como en el caso de Adolfo, resulta justo merecedor del premio al mejor profesional de radio mi compañero y sin embargo amigo, que decía aquel, Miguel Massotti, de Onda Regional, un auténtico todoterreno, curtido en mil batallas; el mejor de televisión, que ha recaído en este ejercicio en Juan Cervantes, de La 7; el mejor programa de radio, para los compañeros de ‘Hoy por hoy’ de la cadena SER de Murcia o el de televisión, para los del ‘Diario del campo’, que se emite semanalmente en la televisión autonómica. A todos, desde aquí, mi más sincero reconocimiento aunque, a buen seguro, tendré la oportunidad de felicitarlos este jueves, personalmente, en la gala que tendrá lugar en el marco incomparable del Teatro Romea.
La Asociación de Profesionales de Radio y Televisión de la Región de Murcia (ARTV) ha concedido sus Antenas y Micrófonos de Plata de este año reparando una situación inicua que ya duraba demasiado tiempo. Me refiero en el caso de uno de los galardonados, Adolfo Fernández Aguilar, mi primer director en aquella legendaria Radio Juventud de Murcia en la que tantos nos hicimos y tanto disfrutamos. Y no es porque se trate de alguien carente de distinciones, pues atesora un premio Ondas y una Antena de Oro, entre otros muchos reconocimientos, si bien creo que su mejor recompensa en la vida se llama Concha y no permanece guardada en una vitrina, precisamente.
“Dadme un punto en el dial y moveré el mundo”, le oí decir una vez emulando al mítico Orson Welles. Adolfo ha sido y es la historia viva de la radio. Discípulo del maestro Bobby Deglané, se abrió camino con 'La gran subasta', a raíz de las trágicas inundaciones de Valencia en 1957, y propició, entre otros programas que se convirtieron en formidables campañas solidarias, los de apoyo a los damnificados por el terremoto de Managua de 1972, tras las riadas en la Región de 1973 o en ayuda del pueblo polaco en 1981. Ese mismo año, la noche del 23 de febrero, tras el intento de golpe de Estado en el Congreso de los Diputados, permaneció en directo, en el estudio de la emisora en Murcia, emitiendo un programa en el que entrevistó por teléfono desde paradero indeterminado al entonces presidente de la Comunidad Autónoma, Andrés Hernández Ros, mientras daba vivas a la Constitución y al Rey. Ello le supuso que en la manifestación por la democracia, celebrada días después en la capital, todas las fuerzas políticas estuvieran de acuerdo en que él fuera el encargado de leer un manifiesto conjunto en la Glorieta de España. Esa noche fría, muchos preferimos no pensar en la suerte que habría corrido este hombre si aquella insurrección hubiera triunfado.