Otra vez, de nuevo, algunos medios de comunicación y, en especial, determinadas televisiones, se han cubierto de gloria al dar cobertura a un suceso con tintes dramáticamente humanos. El lamentable accidente del pequeño Julen, al caer 70 metros, en un pozo de más de 100 de profundidad, en una montaña malagueña de Totalán, y su fatal desenlace 13 días después, ha vuelto a evidenciar que no hay escrúpulos para lanzarse sobre la carnaza como buitres hambrientos cuando de captar audiencia se trata, sin respeto por la intimidad y el dolor ajeno. No lo hicieron en el lugar de las perforaciones ni tampoco en el tanatorio de El Palo, barriada en la que residía esta familia.
El genio de Billy Wilder ya inmortalizó en 'El gran carnaval' (1951) el estercolero en el que se podía convertir este oficio de informar, cuando de lo que se trata es de dar espectáculo a la concurrencia. Me he acordado estos días de esa película protagonizada por el ya centenario Kirk Douglas, convertido en un periodista carente de escrúpulos, como algunos de los que ahora detentan responsabilidades en esas cadenas.
Y si lamentable y bochornoso ha sido el papel de algunos medios, tanto o más ha resultado el de otros actores que han revoloteado por la escena. Es el caso de Juan José Cortés, ese hombre que fue pastor evangélico, al que le arrebataron trágicamente a su hija de 5 años, quien un día dejó a un lado una labor tan espiritual para enrolarse en el material mundo de la política. Apareció por el pequeño pueblo malagueño, según dijo, para erigirse en portavoz y prestar apoyo a unos padres desvalidos y noqueados por un suceso que no carece de extrañas circunstancias, haciendo un paréntesis para plantarse como orador en la pasada convención nacional del Partido Popular en Madrid y, carente de escrúpulos, desde la tribuna, no dudar en proclamar a los delegados un revelador mensaje: que el PP estaba con Julen. Inenarrable actitud de alguien que negó, en todo momento, buscar protagonismo en esta desgraciada historia.
Otro lucimiento personal fue el del delegado del Gobierno en Andalucía, el socialista Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, publicando en su cuenta de Instagram fotografías obtenidas desde su ventajosa atalaya en la escena del accidente, durante las labores de rescate, y que algunos medios digitales incluso se apresuraron a utilizar en sus distintas ediciones, citando al susodicho. Algo también para enmarcar.
El periodismo es ese oficio que, mal utilizado, se puede volver un bumerán contra los que lo ejercen. Lo de Totalán no tiene un pase, digan lo que digan los que lo han perpetrado, intentando justificar lo injustificable. Ni en cuanto a la deontología y la ética, por supuesto, pero tampoco en lo que a la estética se refiere. Aunque es justo reconocer que no todos los medios han obrado así y que allí también hubo profesionales con decencia y oficio, que informaron sin dosis de amarillismo carroñero.
Aparte de ello, apenas salvaría de todo este bochornoso espectáculo a los 300 voluntarios, sobre todo a la brigada minera de salvamento, los mismos que ahora, de regreso a Asturias, se enfrentarán a otra prueba no menos dura y que se les viene encima: la de pelear por la defensa de sus puestos de trabajo, ante la que parece puede ser la definitiva reconversión del sector, con el cierre masivo de los pozos mineros que han dado trabajo durante años en esas cuencas. Los salvaría junto a la Guardia Civil, porque cuando apenas quede nadie en este país para echar una mano a los españoles, siempre estarán los beneméritos, persiguiendo a los malhechores, salvando y socorriendo a la buena gente, aunque malvivan con sueldos de miseria en sus casas-cuartel. Y a los bomberos, los ingenieros, los del 112 y a una noble vecindad solidaria con todos ellos en ese pueblecito escarpado de la comarca de La Axarquía.
Julen ya descansa, pobre crío, sus padres lo llorarán en su desgracia reiterada -perdieron otro hijo de 3 años, de un infarto súbito, en 2017- y esos medios audiovisuales, a no mucho tardar, sin ejercer un atisbo de autocrítica, repetirán la vergonzosa exhibición en cuanto se ponga a tiro otro suceso que les haga subir el 'share' y dispare sus índices de audiencia. Y si no, tiempo al tiempo, porque desde lo vomitivo que resultó el seguimiento del caso de las tres niñas de Alcácer -este domingo se cumplen 26 años de la aparición de sus cuerpos-, da la impresión de que no hemos aprendido ni mejorado en nada.
Otra vez, de nuevo, algunos medios de comunicación y, en especial, determinadas televisiones, se han cubierto de gloria al dar cobertura a un suceso con tintes dramáticamente humanos. El lamentable accidente del pequeño Julen, al caer 70 metros, en un pozo de más de 100 de profundidad, en una montaña malagueña de Totalán, y su fatal desenlace 13 días después, ha vuelto a evidenciar que no hay escrúpulos para lanzarse sobre la carnaza como buitres hambrientos cuando de captar audiencia se trata, sin respeto por la intimidad y el dolor ajeno. No lo hicieron en el lugar de las perforaciones ni tampoco en el tanatorio de El Palo, barriada en la que residía esta familia.
El genio de Billy Wilder ya inmortalizó en 'El gran carnaval' (1951) el estercolero en el que se podía convertir este oficio de informar, cuando de lo que se trata es de dar espectáculo a la concurrencia. Me he acordado estos días de esa película protagonizada por el ya centenario Kirk Douglas, convertido en un periodista carente de escrúpulos, como algunos de los que ahora detentan responsabilidades en esas cadenas.