Durante el primer franquismo en Murcia, uno de los lugares de trabajo más común de las murcianas eran las fábricas de conserva vegetal. Tras la Guerra Civil, la clase trabajadora fue señalada como derrotada, dejando a las trabajadoras a merced de los amos. En Alcantarilla, el gran crecimiento industrial desplazó a los señoritos de toda la vida por nuevos ricos. Entre todos los amos, los Cobarro, venidos de Abarán, son la principal referencia en el imaginario local.
Poco después de terminar la Guerra Civil en Alcantarilla, Basilio Antonio Cobarro Tornero se hace con la fábrica construida en 1916 por Salas, Navarro y Verdú entre las vías del tren y el camino de la Voz Negra. La Fábrica de Cobarro era la más grande del pueblo con unos 13.740 metros cuadrados, penetrada por las vías del tren y con una mirada dirigida principalmente al mercado exterior, haciendo del espacio de la factoría un lugar de flujo de mercancías y personas. Llevaban desde 1932 trabajando verduras, frutas y hortalizas. Importando principalmente a Inglaterra sus productos. Aunque su gran exportación empieza a establecerse y consolidarse desde el año 1940 a 1945. Al principio el envío de sus productos se realizaba en aviones de la compañía Lancaster, desde Los Alcázares hasta Londres. En esta época ya toman la gestión de la empresa sus hijos. Antonio, Joaquín, Basilio -Administración-, José -Director de Comercio Exterior-, Jesús -Director de Negociación, Organización y Funcionamiento de la Empresa-. Entre otras cosas adaptó su producción al mercado exterior, de ese modo elaboró la ensalada de frutas envasadas de origen británico.
Entre todos los hijos de Antonio Cobarro, fue Jesús quien más presencia tuvo en el pueblo. En Alcantarilla, Jesús Cobarro tomaba el espacio sonoro del pueblo a través de su Rolls Royce. En una calle mayor en los años cincuenta donde no se veían muchos coches, tanto sonoramente como visualmente ese coche marcaba un elemento de distinción que cruzaba la espectacularidad y el esperpento. El Tarzán, en el imaginario obrero se le otorgan mil historias de sus actividades festivas dentro y fuera de la fábrica, como en la finca familiar de «La paloma». La dimensión de los Cobarro hizo que los hechos familiares se convirtieran en sucesos relevantes para la inmensa población. La muerte de Joaquín en un accidente se convirtió en una cita que paralizó medio pueblo. Algunas de las trabajadoras se vieron arrastradas a asistir, al igual que a la boda de Jesús Cobarro, la cual todavía es muy recordada, como su separación. Los Cobarro también modificaron la fisonomía urbana del pueblo: en los límites de Alcantarilla construyó las casas de Cobarro, las cuales estaban destinadas a alquilarlas a los trabajadores que se trasladaban a Alcantarilla. En ese espacio de nuevos ricos, también se situaron como benefactores, promocionando y potenciando la Semana Santa en Alcantarilla. Una entrevistada nos contaba: «Y el cristo de Medinaceli, este que sale aquí lo compró la señora, su madre, doña Julia Yelo. Y entonces vinieron cuatro toreros un martes santo; salieron en la procesión, llegaron en cada ángulo del paso, pusieron un capote de cada torero bordao. Fue uno, este que sale en todas las televisiones, eran procesiones de Semana Santa, representando… Este era uno que sale tanto, Ordoñes, Pedrel y este que sale en la tele, Jaime Ostos y Cascales».
El dominio de los amos no sólo se proyectaba en el espacio público, sinó también en el interior, marcando la concepción sobre las mujeres obreras. Los amos las situaban como «ladronas y putas», tal y como nos explicaba una trabajadora, una idea extendida por el sentido común de aquellos que ejercen el poder y auspiciado por el marco legislativo injusto propuesto por el franquismo. Cuando los amos y las encargadas disponían un significado lesivo para el honor de las obreras desde una violencia discursiva, las trabajadoras no solían tener posibilidades de hacer una réplica directa. Una de nuestras informantes nos explicaba cómo se expresa por parte de la mujer del amo: «Iba la señora doña Julia Yelo de Cobarro, a la fábrica, a ella le gustaba empapelar, sentá en una silla, si era mu gitana..., ¿no ves la cara que tiene que parece una gitana? ¡eh! y decía a la maestra: '¡Luz! ¿Sale mucha naranja helá?'. Le decía la señora a la maestra y le decía: 'señora, pues toa, porque si sale una buena las llevan ellas en las tetas pa' sus hijos'. [jajaja] toa señora, ah…»
Este suceso con doña Julia Yelo no era tan habitual, las reprimendas normalmente eran espetadas por los encargado y las encargadas. Algunas de las encargadas son muy recordadas por la dureza de su trato a la hora de disciplinar a las trabajadoras. Entre todas las encargadas, «la Luz» ha dejado una impronta muy honda en las trabajadoras. Una entrevistada nos decía: «La luz nos decía: 'putas, os vais a ir a la calle'», otra también nos decía: «Encargá había la Luz, decía: '¡puta! ¡Venga que no hacéis na'!». Esta circunstancia no la podemos imputar a las cualidades personales de la encargada, sino que era una dinámica extendida en otras fábricas. El cuerpo sometido es el cuerpo productivo (Foucault 1975: 32). Ese sometimiento a las mujeres obreras no solamente venía del discurso moral que proponía el marco político, sino que el sometimiento también era plasmado a través del castigo físico. Nos explica otra entrevistada: «Si te ibas al váter y cuando estabas mucho tiempo, cogía un cardero con agua con zotal y le echaba zotal por el váter. Cuando las mujeres estaban dentro de los aseos, como los aseos tenían un trozo pa' arriba abierto, ella cogía un caldero con agua y una escoba, le echaba zotal y con agua zotal le echaban pa' que salieran corriendo. Eso lo hacía la Luz. Yo estaba trabajando anca Caride, me fui anca Cobarro quince días y me decía puta. Yo que no me comío una rosca en mi vida y tú que tienes un hijo soltera... Anca Caride no nos decían puta, la Rosario no nos trataba mal».
El zotal se convertía en un elemento de humillación. Ese castigo físico iba acompañado de una amenaza, quedar excluida del trabajo. En el caso de la Luz nos relatan cómo castigaba despidiendo a trabajadoras por días, a veces, los amos intervienen directamente, una de las tantas entrevistadas nos explicó: «Y una mujer que estaba medio ciega, estaba limpiando uva, estaba de las primeras, que no lo tenía que haber hecho así, la tenían que haber puesto por el medio. Y el tarzán la vio, el mayor, y la vio que se arrimaba mucho a la uva porque no veía mu bien la mujer. '¡Toñin!', al maestro: '¿es que no estás viendo que esta mujer no sirve pa' limpiar uva? ¡A la calle!, ¡A la calle!, ¡A la calle!', y tenía mucha amistad él con ella porque eran vecinos y entonces por la tarde volvió a trabajar la mujer sin que el otro se enterara, y la pusieron por medio porque le hacía mucha falta, porque tenía dos crías pequeñas».
El rasgo más habitual del sometimiento de amos a las trabajadoras era el miedo, ya que su poder era incuestionable. Pese a ello, las trabajadoras eran conscientes de las agresiones que recibían y de la situación injusta que vivían. Nos decía una entrevistada: «La sangre del obrero es mu durce». Este tipo de relatos nos tiene que hacer reflexionar sobre el deber de memoria respecto las generaciones más antiguas que conviven con nosotros y cómo proyectamos nuestro sentido democrático respecto los agravios del pasado. En ese ámbito, es muy relevante cómo el número de la revista Cangilón impulsado por el Museo de la Huerta dedicado a los amos de las fábricas de Alcantarilla, hace un relato aséptico en cuanto a las violencias presentes en las fábricas de conserva vegetal. No debemos dejar de mencionar, que en algunos casos, más allá del caso que tratamos, se nos ha expuesto como algo generalizado en las fábricas violencias que llegaban al abuso sexual.
Para construir unas localidades democráticas en Murcia debemos dar luz a relatos sobre el pasado que no son amables a las élites actuales o incluso a los consensos locales, debemos examinar el silencio sobre algunos aspectos de nuestro pasado más reciente y los extraños símbolos que hemos heredado. No podemos dejar de mencionar la muerte de Jesús Cobarro. Cuando el finado fue conducido al cementerio, fue un gran acontecimiento local. Todavía es muy recordado no solo el entierro, sino también el hecho de que está embalsamado en el cementerio de Alcantarilla.
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