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Apología de Pedro Castellón de Arce

Pedro Castellón de Arce murió hace apenas unos días. Fue el jefe, el primer jefe de Reumatología del Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, probablemente uno de los últimos de una generación; un jefe con una gran autoridad clínica, intelectual y humana. Tuvo en todos nosotros una gran influencia. La relación frecuente en el trabajo y fuera de él permitió que me asomara a conocerle. Quiero aquí relatar el recuerdo que deja en nosotros y el cariño que siempre profesaremos al que reconocemos como nuestro maestro.          

Pues bien, yo comencé a conocer a Pedro hace 31 años. El debía tener entonces 42 o 43. Era mucho más joven de lo que yo soy ahora, lo que me parece, debéis creerme, algo inimaginable. Me llevó a él un buen amigo mío, justo unos días antes de coger la especialidad. Me trató amablemente y pude reconocer en él a la buena gente.

Podría yo ahora, como se acostumbra a hacer, comenzar a recordar unas u otras ocurrentes anécdotas que nos acercaran a nuestro personaje. Y bien que lo haría si no fuera por padecer una especie de enfermedad de la desmemoria, que sería como la conocida enfermedad de Pedro de la memoria pero al revés, y apenas sí me queda una vaga pero profunda y agradable impresión de haber estado caminando durante años junto a un hombre verdadero del siglo XX.

Me refiero a estos verdaderos intelectuales del siglo XX, hombres que al reírse se toman la vida en serio, viven la contradicción con alegría, creen en el progreso con fina melancolía. En la polémica no dejan títere con cabeza, gustan disentir pero reconocen y admiran a los intelectuales sinceros, quieren conocer de todo y saben conocer a la buena gente y a la menos buena… Les gusta la buena música, el arte verdadero, la historia bien contada, el buen vino y los buenos amigos. Lo emprendieron todo con jovialidad y alegría.

Pues bien, al escribir estas letras y debido al molesto asunto de mi desmemoria, no tengo otro remedio, al no poder fiarme ya de mis recuerdos, que refrescar éstos en hemerotecas, archivos, diccionarios y bibliotecas. Así por ejemplo, en el diccionario completo y exacto de definiciones mundanas podemos leer en la entrada “pionero jovial”: “Dícese del que con juvenil entusiasmo y armado de optimismo inusual emprende acciones para implantar en alejadas y remotas provincias nuevas maneras de practicar el arte”.

Cuenta asimismo “AJ Sáez” en su conocido relato “Santiaguistas de la Espada itinerantes”, que llegó a Murcia un muchacho diestro en el arte de extraer mediante punción líquido articular y que se dio a conocer por su extraña habilidad para examinar con sus lentes, usadas a modo lupa y a la luz de una lámpara, la jeringa repleta de ese líquido y, que una vez hecho esto, depositaba entre sus dedos una gota del precioso líquido a la manera que había aprendido en sus maniáticas lecturas de las obras de un tal Holland o Hollander. Tras esto separaba lentamente sus dedos para así mejor apreciar como se formaban finos o no tan finos cordones mucinosos. Así sus acólitos fueron aprendiendo tan sofisticada técnica hasta que tiempos más temidos y temerosos los apartaron definitivamente de práctica tan pionera.          

Jovialidad es en definitiva coger con tus manos una jeringa con el líquido aún caliente y dirigirte, abandonándolo todo, silbando y con el dedo índice en circular agitación apuntando al cielo, al más cercano laboratorio, en la convicción de que ahí estaba el diagnóstico.

He podido además, al continuar mi investigación, encontrar algunas referencias que arrojan luz sobre la práctica clínica en la segunda mitad del siglo en España. En concreto, en su tratado “Médicos que además entienden de Medicina” el profesor “Juan Ataulfo Sánchez Sánchez” dice al referirse a él:

“Es el paradigma del médico en los confines de la reumatología. Sin duda debido a sus orígenes afrancesados. Sabe de medicina, de úlceras de estómago, de respiradores, de borrelias, de talio, de esquistosomiasis, de peritonitis, de meningitis, de escorbuto, de la rabia… Polemiza con todo el que no se explique con claridad y se interesa por la patología que es de todos y de nadie…”.          

“Pérez Martínez” en el nº 49 de la revista Parálisis nos dice en el artículo Antiparálisis: “A veces alguien tiene opinión, piensa, se compromete, aporta, concluye… Algunos generan un feliz efecto antiparalítico, es verdad. Lo mismo si se trata de introducir el metotrexato, como de defender las pequeñas dosis de esteroides o de guardar el poso de los líquidos o de cruzar lejanos desiertos a base de calcio y vitamina D… para tratar la osteoporosis o subir el tourmalet junto a Charly Gaul o escapar de la OTAN, por no hablar de Butragueño…”.

Otro autor en esta ocasión anónimo, nos llama la atención sobre la notable capacidad que tenía Pedro para la conversación, a veces no fácil de seguir, sobre todo cuando se acompaña de un fenómeno característico e inusual que se ha venido a conocer como efecto “cometa Halley” o “árbol de la pradera”. Se refiere a la magistral manera con la que Pedro, al iniciar un tema, vislumbraba la necesidad de atender otros, necesidad que se ve cumplida tras un viaje conversacional ya por las ramas ya por las estrellas, y que finalmente culminaba en definitiva conclusión del asunto inicial.

Y ya para finalizar no puedo sino recoger la elocuente cita de un gran orador, Marco Tulio Cicerón, que en su discurso Lelio o sobre la amistad, dedica a Pedro estas palabras: “Al encerrar en sí la amistad muchas y muy grandes ventajas, sobresale una entre todas, y es la de comunicar para el futuro una luz de buena esperanza y no consentir ni la debilidad ni el desaliento de las almas. Pues el que mira a un amigo verdadero lo está viendo como otra imagen de si mismo. Por lo cual los ausentes están presentes, los que necesitan algo abundan en todo, los débiles se sienten fuertes y –lo más difícil de afirmar- los muertos viven. Ya que así es de grande el honor, la memoria y la añoranza de los amigos que les acompañan”.

Adiós maestro.

Pedro Castellón de Arce murió hace apenas unos días. Fue el jefe, el primer jefe de Reumatología del Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, probablemente uno de los últimos de una generación; un jefe con una gran autoridad clínica, intelectual y humana. Tuvo en todos nosotros una gran influencia. La relación frecuente en el trabajo y fuera de él permitió que me asomara a conocerle. Quiero aquí relatar el recuerdo que deja en nosotros y el cariño que siempre profesaremos al que reconocemos como nuestro maestro.          

Pues bien, yo comencé a conocer a Pedro hace 31 años. El debía tener entonces 42 o 43. Era mucho más joven de lo que yo soy ahora, lo que me parece, debéis creerme, algo inimaginable. Me llevó a él un buen amigo mío, justo unos días antes de coger la especialidad. Me trató amablemente y pude reconocer en él a la buena gente.