La madrugada del 2 de abril la sede de Podemos Cartagena sufrió un brutal atentado con cócteles molotov. Es el tercer ataque en menos de un año, cada vez más violentos. ¿Por qué en la Región de Murcia y por qué en Cartagena? ¿Por qué esta tierra tranquila y pacífica se ha convertido en el epicentro de la violencia de la ultraderecha?
La autoría no ha sido aclarada. No hay pruebas que vinculen este atentado a ninguna ideología. Es un incidente aislado… Las reacciones de la ultraderecha política y algunos titulares de la prensa seria, por mucho que lo intentan, no me dejan más tranquilo. ¿Habéis leído los comentarios de los seguidores de Vox al hilo de la noticia del ataque? ¿Los leen los periodistas? ¿Se puede llamar lobo solitario al terrorista que actúa aplaudido y alentado por una manada de fanáticos?
Atentos a estas palabras: “Hoy se presenta en Murcia el brazo armado de la dirección nacional de Vox”. Así hablaba el presidente de Vox en Murcia, José Ángel Antelo, el pasado 4 de septiembre al presentar su candidatura. Brazo armado, sí, tal y como lo oyen. Para su mentor Luis Gestoso, diputado de Vox en el Congreso, el gobierno de coalición es un gobierno “comunista criminal”, digan lo que digan las urnas. Su homólogo en el Congreso, Javier Sánchez Serna, “un sinvergüenza comunista y mentiroso” y Podemos “se financia (…) de gentuza y asesinos”. No hacen falta pruebas.
Pero es que Gestoso recela hasta del partido que le dio de comer 30 años, el Partido Popular. La tibia reforma del Estatuto de Autonomía de Murcia, aseguraba hace un año en el Parlamento, es un plan de PP y Ciudadanos, para “volar Murcia usando la dinamita suministrada por la izquierda”. Resumiendo: que todo lo que no sea Vox es ETA, del PP a Podemos.
Los expulsados de Vox en Murcia no quieren ser menos. Juan José Liarte, su líder, salió a condenar en Twitter el ataque a la sede de Podemos y ha acabado justificándolo con un bulo: “Pablo Iglesias dijo públicamente a los suyos que aprendieran a fabricar cócteles molotov”. Así que ojo por ojo o cóctel contra cóctel, bien está. ¿En qué momento llegamos a normalizar estas salvajadas?
Así las cosas, lo raro es que ataques terroristas como el de Cartagena no hayan pasado antes. Si los votantes de Vox se creen de verdad lo que dicen sus dirigentes sería la consecuencia lógica. Son tantas las barbaridades que sueltan por su boca y es tan terrible la deshumanización del adversario, que tarde o temprano tenía que estallar todo. La retórica incendiaria acaba provocando incendios. ¿O alguien esperaba otra cosa?
Pero aún puede ser peor. Imaginemos por un momento que, a estos ultras, en lugar de apartarlos con un cordón sanitario, se les premia con Consejerías y altos cargos. Que llegan a controlar nuestra educación. Que se vuelven imprescindibles para que la derecha de toda la vida pueda mantener su poder y tapar su corrupción. Que esa derecha de toda la vida, en lugar de distanciarse, entra en la competición por ver quién dice la burrada más grande. Hasta el punto de que cuesta diferenciarlas.
Imaginémonos también que algunos medios de comunicación sienten la tentación de blanquear la violencia porque, al fin y al cabo, el gobierno de la derecha y los anunciantes de derechas son los que pagan las nóminas y contra Podemos (casi) todo vale. Si todo esto llegara a ocurrir, ¿no se sentirían legitimados para dar un paso más?
Lo raro, querido lector, es que no lo hayan dado ya. Hoy empieza esa cuenta atrás. Porque la próxima vez su objetivo no será una sede. Serán personas. Más o menos socialcomunistas, más o menos inmigrantes, más o menos feministas o más o menos gays, pero seres humanos como tú y como yo, de carne y hueso, con amigos y familiares. Serán paisanos nuestros, vecinos o compañeros de colegio.
Pasó en Utoya, en Charlottesville o en Hanau y no hay ninguna razón por la que no vaya a pasar aquí. Detrás de Anders Breivik estaban las ideas del Partido del Progreso de Noruega. En Estados Unidos es Trump el que sigue pisando el acelerador del supremacismo blanco. En Alemania la violencia xenófoba lleva el sello de Alternativa por Alemania. ¿Y a nosotros nos va a salir gratis el auge de Vox?
Al contrario, el ascenso de la ultraderecha tendrá un alto precio. Cada voto a Vox, cada titular blanqueador, cada cesión institucional, nos van a salir muy caros. Lo pagará la democracia y lo pagaremos, con sangre, sudor y lágrimas, todos los demócratas. Murcia ya era el laboratorio de políticas como el pin parental. Ahora también lo es de la violencia ultraderechista de sus cachorros y sus cócteles molotov.