El ser humano nace a un entorno social que le antecede. Este entorno le asigna una serie de rasgos identitarios, enmarcados en un orden simbólico y un lenguaje, con los que le hace un traje a medida. La asunción de esta identidad impuesta desde fuera, en un proceso de alienación, instituye al sujeto. La no asunción de esta alienación primaria hace imposible la constitución del sujeto, situando al “individuo” en una posición gravemente patológica, dentro del campo de las psicosis. Así, al recién nacido se le da un nombre, se le asigna un género (en función de su sexo o de la patología mental de sus padres), se le atribuyen ciertas expectativas y se le introduce en un lenguaje y una cultura.
Esta identidad impuesta no se recibe pasivamente. El sujeto tiene que hacer cosas para encajar en ese traje, para desarrollar esa identidad. No basta con que padres y abuelos muestren su deseo de que el niño sea el medio mediante el cual haya un médico en la familia y éste lo acepte. Si quiere encarnar ese rasgo identitario tendrá que pasar por la Facultad de Medicina.
Es posible que el individuo fracase en su intento por desarrollar su identidad, o que rechace algunos de los rasgos identitarios que se le han impuesto. Existe un margen de maniobra para la reconstrucción identitaria por parte de un sujeto ya constituido. Al ser la identidad un constructo social, estos cambios han de ser aceptados por la comunidad. Como ilustración de este límite social, resulta emotivo ver, en la película 'El Hombre Elefante', cómo el protagonista reivindica su identidad de ser humano frente a una sociedad que le ha asignado la identidad de monstruo.
El límite que una sociedad impone a la construcción identitaria de sus individuos es arbitrario, pero no caprichoso. Sigue unas normas. En la Edad Media un individuo no podía convertirse en carpintero si era hijo de un pescadero. Actualmente la sociedad sí lo permite, imponiendo ciertas condiciones para ello (formación profesional, ejercicio de la profesión sometido a ciertas regulaciones, etc).
El individuo que construye su propia identidad no sólo se encuentra con los límites que le impone la realidad social, también puede chocar con la realidad material, que la sociedad interpretará para imponer a sus individuos. En virtud de esta realidad material, un individuo no puede esperar que la sociedad le reconozca como Napoleón Bonaparte, o como un pájaro, y habría que considerar como patológica a la sociedad que lo hiciera (dejo aparte la identificación simbólica con animales que sociedades “primitivas” puedan reconocer en sus miembros).
Un aspecto de este problema que está movilizando el debate social en los últimos tiempos es la autodeterminación del género, en oposición al sexo biológico, que cuestiona cómo la sociedad debe interpretar la realidad material para aceptar o no determinados modos de construir la identidad individual.
Una importante cuestión previa a este problema es desde dónde plantea el individuo la cuestión del cambio de género: desde el rechazo de un rasgo identitario en el marco de una identidad constituida, o desde el fracaso global de una identidad en el marco de una psicosis.
En el caso de la psicosis, la aceptación indiscriminada por parte de la sociedad de una construcción delirante, y la posible modificación del cuerpo real del sujeto, pueden agravar la situación mental del psicótico. Se trata de una cuestión clínica delicada que requiere la intervención de profesionales de la salud mental. Esta cuestión se complica cuando la ley elimina el requisito de una valoración psiquiátrica de los individuos transgénero y cuando los profesionales, tanto de la psiquiatría como de la psicología, se forman exclusivamente en el manejo de síntomas, descuidando el análisis de la estructura psíquica necesario para reconocer una psicosis asintomática y saber cómo manejarla clínicamente.
En el caso del individuo transgénero con una identidad global constituida, hay que valorar hasta qué punto se puede transformar biológicamente en un individuo del otro sexo, y hasta qué punto la sociedad debe desligar el género del sexo biológico para atender la petición del individuo de cambiar de género, con o sin modificación de su cuerpo.
En una sociedad consumista puede parecer que la demanda del individuo basta para conferir un derecho ante la comunidad, pero la construcción de un orden social es un poco más compleja. Estamos en un proceso de redefinición colectiva de las funciones y los espacios específicos para cada género. Hay quien aboga por la completa abolición del género y que el sexo biológico deje de ser un marcador diacrítico en la construcción del orden social. Yo no coincido con esta posición extrema. Creo que hay espacios donde puede ser necesaria la separación, como los espacios de desnudez (vestuarios, etc), donde uno queda expuesto a la mirada y al deseo del otro.
Una vez aclaradas las posiciones sociales de los géneros, habría que definir en qué aspectos es posible o deseable el cambio de rol en los individuos transgénero. La categorización para competiciones deportivas es un tema conflictivo a este respecto, y no es el único.
En conclusión, creo que la determinación de la identidad individual frente a la sociedad, tanto en cuanto al género como en cuanto a otras cuestiones, es un asunto muy complejo que requiere reflexión y diálogo social, por lo que va a hacer falta tiempo para hallar una solución satisfactoria a este problema.
El ser humano nace a un entorno social que le antecede. Este entorno le asigna una serie de rasgos identitarios, enmarcados en un orden simbólico y un lenguaje, con los que le hace un traje a medida. La asunción de esta identidad impuesta desde fuera, en un proceso de alienación, instituye al sujeto. La no asunción de esta alienación primaria hace imposible la constitución del sujeto, situando al “individuo” en una posición gravemente patológica, dentro del campo de las psicosis. Así, al recién nacido se le da un nombre, se le asigna un género (en función de su sexo o de la patología mental de sus padres), se le atribuyen ciertas expectativas y se le introduce en un lenguaje y una cultura.
Esta identidad impuesta no se recibe pasivamente. El sujeto tiene que hacer cosas para encajar en ese traje, para desarrollar esa identidad. No basta con que padres y abuelos muestren su deseo de que el niño sea el medio mediante el cual haya un médico en la familia y éste lo acepte. Si quiere encarnar ese rasgo identitario tendrá que pasar por la Facultad de Medicina.