Maquinaba yo un texto adecuado en relación con las últimas ofensas ferroviarias a los murcianos, cuando me encuentro en este mismo diario (31 de agosto) con la protesta de Joaquín Contreras, líder que fue de la (gran movida) de la lucha por el soterramiento de la entrada del AVE alicantino en la ciudad de Murcia, a cuento de la decisión del Ministerio (socialista) de Transportes de suspender -con aire de definitivo- el tráfico de trenes entre Murcia y Albacete por la vía tradicional y directa, es decir, por Cieza y Hellín. Lo que me ha movido a volver a echar mano de mi filosofía ferroviaria (y anti AVE), con recado para Contreras.
Sostengo mi crítica periodística al AVE desde 1990, y por lo que a Murcia se refiere, la desarrollé en los artículos 'El AVE: deprisa, deprisa' y 'El AVE: haciendo eses' (La Verdad, 21 de marzo y 5 de abril, de 2008), opinando, en primer lugar, que nunca los murcianos debimos aceptar un AVE para comunicarnos con Madrid, ya que muy discretas mejoras en la línea actual -por supuesto, por Cieza y Hellín- nos trasladarían a la capital de España en cuatro horas, quizás algo menos, y eso es un logro cívico relevante, por ecológico, moderado y (para los económetras obsesos por la competitividad y otras zarandajas) de mayor calidad que al viaje por carretera, por la ganancia en seguridad física, salud mental y oportunidad cultural y espiritual.
Esto, el rechazo al AVE como sociedad madura y responsable en un país y un mundo agobiado por los problemas ambientales, nos hubiera distinguido como ciudadanos cultos, sensibles y con visión de futuro (alertados por las desdichas que tal tren conllevaría), aportando algún motivo que mejorase, ante España, la ruinosa y caricaturesca imagen que tenemos los murcianos en general. Y si nuestros próceres, llamativamente pueblerinos, insistían ante los Gobiernos de Madrid en tener “un AVE como los demás”, que este se trazara por el camino tradicional, es decir, Cieza y Hellín, como solución lógica.
Pero no: ni hubo un movimiento anti AVE de principio ni se defendió el trazado obvio, engatusándonos el Ministerio del momento con la “variante de Camarillas”, con la que se aprovechó para asestar el primer (y premonitorio) golpe a la integración ferroviaria regional, dejando Calasparra y el Noroeste fuera de juego. Y se impuso la desmedida solución por Alicante/Elche, mucho más larga, energéticamente escandalosa y socialmente insultante.
Desde el ecologismo, creo recordar, se hizo mutis, por considerar que al tren, sea cual sea su tecnología, no se le debe criticar, ya que compite ecológicamente con el automóvil y la carretera. Pero ese apego o afecto ecologista por el tren y la red ferroviaria debe incluir la defensa activa de la centralidad del tren en las ciudades, el espectáculo luminoso, literario y ético del movimiento de los trenes entrando y saliendo, cuando ceden en su velocidad y se humanizan declarando su utilidad social; más el trasiego de la gente, viajera o no, la emoción de las llegadas y las despedidas… Nada que ver con las políticas ferroviarias modernas, que consisten en alejar del centro las estaciones del AVE, o en hundirlas, haciéndolas brillantes mazmorras y entregando las antiguas a los centros comerciales y cediendo ante los promotores para construir en suelo conquistado sobre las vías soterradas. Han sido promotores urbanísticos los que han propalado eso de que “las vías estrangulan el crecimiento de la ciudad”, envolviendo con su falacia a munícipes y vecinos (Y tecnócratas perturbados los que convierten el viaje vivencial, creativo y estimulante en traslado técnico, urgido y desalmado).
No me interesó esa (gran) movida de la capital murciana contra el “estrangulamiento” de marras o los impactos sonoros del AVE, ya que los esfuerzos de la sociedad se hubieran debido dirigir ante todo contra ese AVE y, llegando a la impotencia inevitable, a mantener la estructura ferroviaria de la ciudad con soluciones blandas para los puntos de evidente daño (difícil de demostrar, con respecto a la red existente). Los acontecimientos habidos por el soterramiento, en especial el de la violencia, no encajaron, en definitiva, en mi visión del asunto.
Pero la coletilla que yo quiero dedicarle a Joaquín Contreras se refiere a la condena que hace de la suspensión del tráfico entre Murcia y Albacete por tierras murcianas, obra del Gobierno (socialista) de Madrid, lamentando que ya no sea el socialista murciano Pedro Saura el gerifalte de Infraestructuras en el Gobierno de Madrid, lo que -según él- habría evitado ese desmán. Esto me retrata a don Joaquín como ciudadano de la cuerda socialista que pudo liderar la gran movida aquella por oponerse, quizás, al Gobierno (popular) de Madrid y al Ayuntamiento (popular) de Murcia y que ahora, puesto en evidencia por la mala fe del Gobierno (socialista), opte por salvar su cara echando mano de la ausencia de Saura, que no ha dicho ni pío, ni mucho menos ha dimitido (como debiera, si es que todo esto contradice su filosofía murciano-ferroviaria), manteniéndose en la confortable dirección de los Paradores.
Quiero decir con esto que me crecen las dudas que ya tuve en lo técnico-ferroviario con las político-ideológicas, para mejor interpretar aquella (gran) movida que no logró concitar mi interés.
Maquinaba yo un texto adecuado en relación con las últimas ofensas ferroviarias a los murcianos, cuando me encuentro en este mismo diario (31 de agosto) con la protesta de Joaquín Contreras, líder que fue de la (gran movida) de la lucha por el soterramiento de la entrada del AVE alicantino en la ciudad de Murcia, a cuento de la decisión del Ministerio (socialista) de Transportes de suspender -con aire de definitivo- el tráfico de trenes entre Murcia y Albacete por la vía tradicional y directa, es decir, por Cieza y Hellín. Lo que me ha movido a volver a echar mano de mi filosofía ferroviaria (y anti AVE), con recado para Contreras.
Sostengo mi crítica periodística al AVE desde 1990, y por lo que a Murcia se refiere, la desarrollé en los artículos 'El AVE: deprisa, deprisa' y 'El AVE: haciendo eses' (La Verdad, 21 de marzo y 5 de abril, de 2008), opinando, en primer lugar, que nunca los murcianos debimos aceptar un AVE para comunicarnos con Madrid, ya que muy discretas mejoras en la línea actual -por supuesto, por Cieza y Hellín- nos trasladarían a la capital de España en cuatro horas, quizás algo menos, y eso es un logro cívico relevante, por ecológico, moderado y (para los económetras obsesos por la competitividad y otras zarandajas) de mayor calidad que al viaje por carretera, por la ganancia en seguridad física, salud mental y oportunidad cultural y espiritual.