La avellanada palabra divina en el municipio murciano de Yecla parece algo atribulada. De un tiempo para acá, viene trayendo y llevando recados para todo ciudadano, para cada señora mayor, que visita su sede basilical. Una tarde remota, experta en Psicología de pareja, la avellanada palabra divina te receta la composición hombre-mujer de los matrimonios o te explaya lo pecaminoso de su disolución. Una buena mañana, recién llegada de la luz, la avellanada palabra divina apela a la propiedad privada de la Iglesia para aspaventar a la plataforma antidesahucios que marcha por sus inmediaciones. Otro día, siendo inminente la celebración de las penúltimas elecciones generales, la avellanada palabra divina se ajusta la corbata política, se encarama al púlpito del altar y lanza una ecoica propaganda verde radiactiva.
Esta pasada homilía dominical, la avellanada palabra divina se ha remangado y untado los dedos índice y pulgar con tiza blanca: se ha encarnado en un profesor de Historia que ha relacionado “paseos” y exterminios con tinieblas y la nueva Ley de Educación. Mal trago para las imágenes allí iconoduliadas, que ni tan siquiera pueden apartar la mirada a un lado, ni a la izquierda ni a la derecha. En pleno siglo XXI, a la salzillesca Virgen de las Angustias le siguen creciendo las cuitas y los enanos en su propia casa.
“¿Sabe por qué la paz es tan bella?” dice uno de los personajes de José Luis Castillo- Puche que integran la Trilogía de Hécula, y añade sonriendo: “Acaso por ser una palabra tan breve. Si fuera más larga, ya sería más difícil...”. En Yecla, de hecho, no importa lo avellanado de la palabra divina: ateos, agnósticos y creyentes convivimos en las calles y los recintos civiles, nos aportamos y reímos, nos miramos con aprecio. La verdad es que solo el morapio de San Isidro Labrador nos hace enamorarnos abonico como si todos los meses fueran sol de mayo. A ver si se va ya el bicho.
La avellanada palabra divina en el municipio murciano de Yecla parece algo atribulada. De un tiempo para acá, viene trayendo y llevando recados para todo ciudadano, para cada señora mayor, que visita su sede basilical. Una tarde remota, experta en Psicología de pareja, la avellanada palabra divina te receta la composición hombre-mujer de los matrimonios o te explaya lo pecaminoso de su disolución. Una buena mañana, recién llegada de la luz, la avellanada palabra divina apela a la propiedad privada de la Iglesia para aspaventar a la plataforma antidesahucios que marcha por sus inmediaciones. Otro día, siendo inminente la celebración de las penúltimas elecciones generales, la avellanada palabra divina se ajusta la corbata política, se encarama al púlpito del altar y lanza una ecoica propaganda verde radiactiva.
Esta pasada homilía dominical, la avellanada palabra divina se ha remangado y untado los dedos índice y pulgar con tiza blanca: se ha encarnado en un profesor de Historia que ha relacionado “paseos” y exterminios con tinieblas y la nueva Ley de Educación. Mal trago para las imágenes allí iconoduliadas, que ni tan siquiera pueden apartar la mirada a un lado, ni a la izquierda ni a la derecha. En pleno siglo XXI, a la salzillesca Virgen de las Angustias le siguen creciendo las cuitas y los enanos en su propia casa.