En todo duelo hay cinco fases según señalan los psicólogos: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Ballesta, como hombre inteligente, debería haber llegado a esta última, pero ha sido imposible y sigue apareciendo en unos videos promocionales en los que además le dan el pésame por haber perdido una alcaldía de la que parecer que no se ha bajado. Mientras el resto de grupo popular hace una oposición particular con burdas mentiras, paradas a golpe de requerimiento, él recorre bucólicamente las pedanías a las que antes ninguneaba como si fuese el alcalde. Una precampaña que su antecesor en el cargo, con hilo directo con los pedáneos, se ha encargado de pinchar abriendo unas quejas que traerán cola.
Resulta curioso que la persona que mantuvo durante sus años de gobierno a las pedanías en el olvido, recorra y de pregones, como un Alberto Castillo en sus mejores momentos. Todo para ver si así puede regresar a una alcaldía en la que nada hizo. Ni la ampliación del tranvía, ni el tranvibus, ni la gestión del transporte, ni el arreglo del mismo, ni presionar para que se terminara la costera sur, ni para que de una vez por todas tuviéramos un billete único. Ballesta, tan mimetizado con las élites capitalinas, solo ha recordado que viene de pedanías cuando ha salido de la alcadía. Tiene su aquel.
Su herencia la podemos resumir en árboles de navidad, música en altavoces por las calles -por lo menos si fuera en directo-, mucha flor, más macetas, y un montón de inauguraciones: tantas que hacer algunas siendo ya un simple concejal parece más un esperpento que un político haciendo oposición. Con todas estas cosas viene dando la sensación de un tiempo a esta parte de que Ballesta de Murcia se río, o que en realidad vive en una burbuja, tan protegido a las críticas que no desciende al suelo. Tan protegido esta que no se da cuenta que algunas políticas de marca son hasta chistosas. Nadie puede negarle que durante su mandato supo tocar algunas teclas para ganar voluntades. Alguno nos sorprende lo bien que los tratan los medios, máxime teniendo en cuenta como en algunos sectores del Partido popular arrecian las críticas a él y a sus concejales amigos.
A Ballesta le hace falta humildad, esto no es nuevo. La soberbia es pecado y doblemente capital si uno es un político que gobierna en minoría gracias a los votos prestados. Uno no puede ningunear a su socio, tratarlo de menos, jugando a denunciarlo y a tirar de la cuerda, cuando tu casa es un erial como ha venido a demostrarse. Las reticencias de Coello a dimitir, cuando consejeros y alcaldesas lo hacían, y las de Ballesta a cesarlo, ofrecen una visión de su forma de gobernar llena de fotos, pero vacía de la ética que se le presuponía.
Tan vacía como vacías están las arcas municipales por los múltiples convenios que han ido tapando hasta que han estallado. Unas resoluciones judiciales que abren un agujero a las arcas municipales de difícil solución. Su incapacidad de gobernar deja al Ayuntamiento arruinado. Esto no sería problema si el ahorro lo hubiera hecho en luces led en vez de becas de comedor. Por eso yo de él diría menos eso de que puede mirar a los ojos a los murcianos sin problemas. Sé de unos cuantos a los que no le aguantaría la mirada. Es posible que en su olimpo de soberbia se crea mejor que todos. Quizás le haga falta alguien que le recuerde que es humano y que el Ayuntamiento que dejó está arruinado y es un desastre. Vamos a dejarnos de marcas y hacer más política que va haciendo falta en esta ciudad, que para hacer de modelo en fotos promocionales esta un poco mayor.
En todo duelo hay cinco fases según señalan los psicólogos: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Ballesta, como hombre inteligente, debería haber llegado a esta última, pero ha sido imposible y sigue apareciendo en unos videos promocionales en los que además le dan el pésame por haber perdido una alcaldía de la que parecer que no se ha bajado. Mientras el resto de grupo popular hace una oposición particular con burdas mentiras, paradas a golpe de requerimiento, él recorre bucólicamente las pedanías a las que antes ninguneaba como si fuese el alcalde. Una precampaña que su antecesor en el cargo, con hilo directo con los pedáneos, se ha encargado de pinchar abriendo unas quejas que traerán cola.
Resulta curioso que la persona que mantuvo durante sus años de gobierno a las pedanías en el olvido, recorra y de pregones, como un Alberto Castillo en sus mejores momentos. Todo para ver si así puede regresar a una alcaldía en la que nada hizo. Ni la ampliación del tranvía, ni el tranvibus, ni la gestión del transporte, ni el arreglo del mismo, ni presionar para que se terminara la costera sur, ni para que de una vez por todas tuviéramos un billete único. Ballesta, tan mimetizado con las élites capitalinas, solo ha recordado que viene de pedanías cuando ha salido de la alcadía. Tiene su aquel.