Cuando a un paisano le apunto que «hay vida más allá de la Venta del Olivo» lo normal es que se escandalice y enfade conmigo. Murcia es muy suya, muy pagada de lo sustantivo. Y quienes por estos pagos, creyéndose el ombligo del mundo se empecinan en hacer pasar el «panocho» como el idioma original de «aquestos reinos de excelsa fabla», harían bien recordando que la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA —que, por antonomasia, es la de la lengua— fue fundada en Madrid, en 1713, por Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, a imitación de la Academie Française y aprobada definitivamente por Felipe V en 1714.
Fiel a su objetivo, la Real Academia Española adoptó como divisa un crisol puesto al fuego con el lema «limpia, fija y da esplendor», expresivo de su interés por mantener la pureza del idioma español con carácter normativo. Entre sus primeras publicaciones, se cuenta el Boletín trimestral, «DICCIONARIO DE AUTORIDADES» (1726-1739), en cuyas páginas figuran pasajes de piezas escritas por literatos previos al llamado siglo de oro murciano (el de Floridablanca, Belluga y Salzillo). Al Diccionario, siguieron la Ortografía (1741) y la Gramática (1771).
De todo lo cual tuvieron cabal conocimiento los redactores de «La Gazeta de Murcia» (1706), primer papel aquí publicado, y del «Semanero murciano» (1758); y, ya con estricta función de periódico, los del «Diario de Murcia» (1792), de Bado, Meseguer y Zamorano; y, a continuación, los de «El Censor», «El Correo [Literario] de Murcia» (1792-1795), que venturosamente acoge las seguidillas enviadas por un lector en las que siempre se ha querido ver una primerísima muestra del habla de la huerta: «La esperencia, la sencia, / y la gramanza, / hacen al hombre supio / por la enseñanza».
El cambio de siglo fue pródigo en publicaciones efímeras, cuyo inventario glosó con rigor y primor Antonio Crespo, gran amigo, periodista y ejemplo de investigador tenaz y concienzudo. Y así, entre un laberinto de incesantes cabeceras, dio en nacer «La Paz de Murcia» (1858-1896), de Almazán (con sede en la plaza del Esparto; hoy de Romea); precedente de «El Diario de Murcia» (1879-1903), de Tornel.
Contemporáneo de la Real Academia Española, el periodismo nace en Murcia al alba del siglo XVIII, se sustancia en sus postrimerías y se consolida promediado el siglo XIX. Los ejemplares existentes prueban que los redactores murcianos tenían muy en cuenta las normas ortográficas y gramaticales dictadas por la máxima institución en la materia. Las faltas que hoy se observan al leerlos, tantos años después, son mínimas y afectan mayormente a la acentuación y a las reglas de puntuación. Por lo demás, los textos son correctísimos. En Murcia, se escribía en español normativo.
En Madrid, las cosas comenzaron a torcerse con el costumbrismo. Tolerable en Larra, Mesonero Romanos y Estébanez Calderón, entre otros, porque era gente de talento. Desde entonces, devino costumbre nacional tratar de acomodar el idioma escrito al lenguaje de la calle; escribiendo mesmo por mismo, vrecina por vecina; señá por señora, devota costumbre (por tirar de bota), juevo por juego o huevo, esplicaera o esplicanza por explicación, etc.
Murcia no escapó a esta contaminación lingüística, remontándose los precedentes al siglo previo. Así, en «Ligero rasgo» (1784), de Ripa Asin, hay pasajes populares harto tolerables por la vasta erudición de los autores. En previos artículos, he glosado la organización en diversos momentos de desfiles de carrozas dedicadas a los dioses del Olimpo y a Murcia, Huerta y Campo, iniciándose el desfile de huertanos (con zaragüelles y montera) y reparto del Romanciquio (precedente del Bando). Impagable sociología de época.
En cuanto al lenguaje popular, retazos escritos hállanse en varios villancicos de finales del XVIII por mí exhumados y en «El Carnaval de Murcia en el año 1854», publicado por Arróniz en 1858, y en la «Soflama» de Antón Caena (del mismo año). En cuanto a la voz «panocho», se documenta en Granada, 1858, como expuse en «Un tal Juan Panocho, escribano de oficio». Aplicada al huertano (persona), Fuentes y Ponte la inmortaliza al referir al tío Higuerica, «panocho de campo y huerta» (sic). A renglón seguido, la expresión panocho se populariza (aplicándose al hombre y al habla). Vicio dialectal en que abundan, con sus más y sus menos, todos los cultivadores y analistas del género: Joaquín López, Martínez Tornel, Díaz Cassou, Frutos Baeza, Alberto Sevilla, García Soriano, etc.
A la hora de estudiar el fenómeno etnográfico las cábalas sobran. El rigor exige hablar con propiedad, sin apriorismos ni filias ni fobias. El BANDO no es una invención murciana. Se generaliza en toda España desde el siglo XVI en adelante. En Murcia, los bandos populares los confeccionaban «los privados de la vista corporal» (ciegos), contra quienes el Corregidor Pareja dictó un BANDO (c. 1774), prohibiéndoles ejercer la mendicidad entonando canciones y oraciones con acompañamiento de instrumentos musicales. Los hoy llamados «bandos panochos» son un producto reciente, cansino y anacrónico. No se trata de tirar piedras contra nuestro propio tejado, que es de cristal, como todos. Se trata de hacer historia.
Contra la chabacanería expresiva, valga el tantas veces citado por mí «BANDO SOBRE LOCUCIÓN» de Camporredondo (1815-1857), cuyo autor se opone al mal uso del lenguaje verbal por las personas poco instruidas y de su expresión escrita en la literatura. Mal que abarcaba por entonces a todo el país. Referido BANDO lo publicó en vida su autor, en Santander. Y como es largo, sólo transcribo el principio.
«Al ver en la patria mía / tal corrupción de lenguaje, / tal ensalada o potaje / tan confusa algaravía. / Al ver que de día en día / cunde rápido este mal, / y que no habrá radical / cura, por medios humanos, / declaro a mis paisanos / en estado excepcional. / Y siendo ¡oh tempora! ¡oh mores! / moda ya publicar leyes / (...) Yo, también, hecho un bajá / ordeno, decreto y mando: / Al que diga catredal, culatra, ojebto y sospiros / sóplensele cuatro tiros / en la parte occipital. / Aplíquese pena igual / al que pronuncie contrera / anedocta, firolera, / niervo, huespede, cuchar, / estonces, yelso, chumpar, / azúcara y costudera. / También será fusilado / por detrás sin remisión, / el que diga mantención / intreprete y venturado. / No podrá ser indultado / probado su contumacia / el que diga verbo y grantia / prespectiva, diferiencia, / Ingalaterra, / concencia, murciégalo y prespicacia...»
Sirva de aviso a quienes quieran mantener a salvo su parte occipital. No sea el caso que por deformar las palabras, no basarlas en autoridades y confundir vocabulario con idioma (habla o lengua) reciban en las posaderas una descarga de perdigones de sal.