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Un bar mítico de Cartagena: El Arlequín

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Entre 1980 y 1993 estuvo abierto en la Calle Balcones Azules de Cartagena un bar de leyenda: El Arlequín. Un lugar por el que se dejó caer toda la gente alternativa de la ciudad, todos los raros, todos los cultos, todas las tribus urbanas de aquellos tiempos.

Un auténtico oasis en el desierto que destacaba en la mediocridad reinante y en el que bebían, leían, escuchaban música, reían y pasaban las noches mágicas de los años ochenta todos los cartageneros que tenían inquietudes musicales, artísticas o sociales y que buscaban algo distinto a lo de siempre.

Su dueño, Antonio Baeza Reyes, ha querido recordar aquellos años gloriosos en una novela recientemente publicada por la editorial Malbec: 'Arlequín Around Midnight'. Este bar fue de hecho la cuna del jazz en la ciudad, pues el Cartagena Jazz Festival nació allí en 1980. Todo cartagenero que tenga hoy más de 55 años recordará aquel garito bohemio, mítico, rompedor y romántico que era el Arlequín.

El Arlequín era un bar que tuvo una larga vida y que proporcionaba un aire moderno y cosmopolita en unos tiempos muy rompedores, los de la post transición de los años ochenta, en una época en la que la ciudad todavía se desperezaba del ambiente conservador y gris del franquismo.

El Arlequín vino a dar color, modernidad, apertura de miras. Era una propuesta vanguardista. Fue un bar de jazz único y legendario, un auténtico oasis en medio de la mediocridad del desierto de aquella ciudad nuestra de hace 50 años, tan militar, tan conservadora.

Un lugar “canalla” en el que se daban cita todas aquellas personas que buscaban algo distinto a lo habitual. El Arlequín era el hogar de los distintos, de los diferentes, de los inquietos. Todo aquel y toda aquella que tenía un interés cultural alternativo a lo reinante tenía acomodo allí.

Era el bar de los poetas, de los músicos, de los pintores, de los fotógrafos y de todos los noctámbulos de la ciudad. También era la guarida del rojerío local de aquel periodo, pues eran tiempos políticamente distintos a estos. Y aunque era el territorio de los culturetas, no era nada elitista: cualquiera que tuviera alguna inquietud, algo de curiosidad en la vida, hallaba refugio allí. 

El Arlequín fue un bar que marcó el ritmo cultural y hasta el político de la ciudad, pues allí tenían eco todos los acontecimientos sociopolíticos importantes de la época. Estaba situado en el casco antiguo, pero en la frontera con el barrio de prostitutas del Molinete.

Se emplazó en un viejo caserón de muros de piedra y un arco de medio punto enladrillado que cruzaba la sala de lado a lado, y que nos recordaba que hasta un bar de jazz en Cartagena tenía raíces históricas de los siglos XVIII y XIX.

Su estética era también única: el suelo ajedrezado de losas blancas y negras; la barra hecha de mármol blanco por arriba y madera de barco por abajo; las mesas, redondas y no muy grandes, también eran de mármol blanco, y las sillas eran negras, lo que daba esa estética arlequinada de blanco y negro, muy propicio también para un ambiente de jazz y de películas antiguas.

En las paredes colgaban fotos de saxofonistas y de novelistas americanos. Había música en directo muchas noches y a veces los artistas que habían actuado en el festival de jazz de Cartagena se dejaban caer por allí a hacer jam sessions.

Por esas tablas pasaron multitud de grupos de jazz locales y regionales: algunos con nombres divertidos como el Cuarteto de Baño, la Orquesta de Cámara de Gas o los Cinco Five Quintet, los precursores de los más asentados y célebres Ferroblues, que era casi una banda residente, al igual que los Arlequín Jazz Quintet. Y artistas nacionales de la talla de Max Sunyer, los Iceberg, los Pegasus, Paula Bas, Chano Domínguez, Jorge Pardo, Carles Benavent…

Lo mismo había una tertulia literaria que una exposición de pinturas o fotografías. Hasta ballet hubo una vez. El humo se podía cortar con un cuchillo y aquello no parecía un bar de Cartagena sino que tenía un aire de café parisino o de antro neoyorquino en el que siempre había un tocadiscos en el que sonaba un vinilo de jazz. 

Antonio Baeza Reyes fue el auténtico alma mater del Arlequín. Inicialmente se montó con la iniciativa de varios amigos más, un colectivo de cinco personas: Paco Martín el de la Mar de Músicas, Diego Jódar, José Luis Llamas, Alfonso López García y el propio Antonio Baeza Reyes, quien después se quedaría al frente del negocio en solitario.

Él ha sido quien trabajó duramente y alimentó durante una década más la leyenda del Arlequín, y ha decidido rememorar todo aquello en un libro de memorias cuyo título, 'Arlequín Around Midnight', tiene claras reminiscencias cinematográficas y jazzísticas, pues hace honor a aquel standard del jazz clásico de Thelonious Monk de 1944 y a aquella película de 1986 de Bertrand Tavernier que era 'Round Midnight': un homenaje del cine al jazz.

Y Antonio nos ha contado la historia entrañable de aquellos años con una mezcla de corazón, memoria, melancolía, nostalgia y reivindicación. El Arlequín fue un trozo indeleble de su vida. En el relato contrastan la alegría, la ilusión y los logros de los primeros años en los primeros capítulos del libro con la desilusión, la tristeza, la debacle y el desgarro que supuso su final.

'Arlequín Around Midnight' es una bella historia de auge y caída. Un relato heroico en el que el lector acompaña al protagonista en todos y cada uno de los sentimientos que afloran en el texto. No falta en ningún momento el humor, incluso en los momentos duros.

Y el lector experimenta siempre empatía con el proyecto, con su recuerdo y con la persona que lo cuenta. Sus 46 capítulos llevan todos títulos de temas de autores clásicos del jazz: desde Dave Brubeck hasta Dexter Gordon, pasando por Billie Holiday, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Ella Fitzgerald o Art Blakey. Un libro con sabor a jazz de principio a fin. 

El auge y caída del bar coincide con el auge y caída de la ciudad en esa época. Los últimos tragos del Arlequín fueron muy amargos: la Cartagena de los noventa y, sobre todo las calles del casco antiguo estaban degradadas como las de todas las ciudades industriales y portuarias en declive, pasto ya de yonquis y delincuentes varios que asaltaron el bar en varias ocasiones.

Finalmente, después de muchos robos y destrozos, el dueño se vio obligado a cerrar el negocio que con tanta ilusión y coraje había inaugurado y defendido durante trece hermosos años. Fue en 1993, tan solo un año después de que ardiera la Asamblea Regional en aquella revuelta obrera de entonces. Dos símbolos de la debacle de una ciudad que se moría. Y todo eso se cuenta en 'Arlequín Around MIdnight', una dura y hermosa historia, a veces divertida y a veces amarga, que Antonio Baeza ha tenido el gusto de escribir y nosotros, de leer.

Entre 1980 y 1993 estuvo abierto en la Calle Balcones Azules de Cartagena un bar de leyenda: El Arlequín. Un lugar por el que se dejó caer toda la gente alternativa de la ciudad, todos los raros, todos los cultos, todas las tribus urbanas de aquellos tiempos.

Un auténtico oasis en el desierto que destacaba en la mediocridad reinante y en el que bebían, leían, escuchaban música, reían y pasaban las noches mágicas de los años ochenta todos los cartageneros que tenían inquietudes musicales, artísticas o sociales y que buscaban algo distinto a lo de siempre.