Siempre resulta paradójico comprobar la visión que tiene uno sobre su figura y la forma en la que los otros nos ven, uno se va mirando al espejo cada mañana y va lentamente contemplando como el implacable tiempo va dejando las huellas y los surcos en el largo viaje de la vida; como también nos resulta extraño comprobar que, a veces, la figura que observamos en espejo no se corresponde con la que vemos en nuestras propias fotos.
No se preocupen nos les voy a dar una charleta metafísica, pero vaya por delante que, en lo referente a la esencia o apariencia, yo siempre me he visto mismamente bien, al tiempo que obviamente he tenido la curiosidad de conocer cómo me veían.
Y he aquí que aparezco citado en un libro, que solo un amigo y yo, podemos garantizar que es así. En la página 171 del libro: “Notas para unas memorias que nunca escribiré”, de Juan Marsé, el escritor catalán cuenta una estancia en Murcia, en 2004, un tanto turbulenta en su charla y en la cena, que no le gustó. Y escribe: “Menos mal que luego tomé un whisky con Pepe y Ángel y un barbudo amigo de Pepe que parecía un personaje de una novela de Arturo”.
Pues que quieren que les diga, que me encanta que Juan Marsé me viera como un barbudo personaje de una novela de Arturo (No confundir con un personaje de Arturo, el de de la Mesa Redonda, sino de Arturo Pérez-Reverte). Claro, que me hubiera gustado conocer a qué tipo de personaje revertiano.
Para mí Juan Marsé fue gran maestro, ante su prosa estaba el vasto mundo. Con su novela: “Ultimas tardes con Teresa”, me embelesé cientos de tardes y me engolfé algunas noches. Aquel “Pijoaparte”, aquel personaje me representaba. Lo entendía al dedillo. A mis catorce años solía visitar, con largas estancias, a mis primos charnegos, que vivían en Can Sant Joan, también conocido como Montcada Bifurcación, un núcleo de la población del municipio de Montcada i Reixac, en Barcelona, situado entre el término de Barcelona, el río Besòs. Y viví todas aquellas aventuras de los murcianos y andaluces que bajaban, por el sábado, sabadete, al barrio chino; aquellas verbenas y actuaciones de Los Salvajes, Los Sirex o Lone Star, aquel cosmopolitismo de aquella Barcelona.
Desde muy joven comencé a leer a Marsé y cada novela que aparecía me resultaba un acontecimiento, algunas notas escribí sobre ellas en los periódicos, a principios de los 90.
Así que volviendo a la noche en la que Marsé me vio como un barbudo que se parecía a un personaje de Arturo, sé que no se acordaba de mi nombre. Aquella noche apenas intercambiamos alguna palabra. No me suele pasar, pero para mí Marsé sí que era un gran personaje.
Por lo contrario, sí que hablé bastante con Joaquina, su mujer, que me pareció un ser maravilloso. Aquella noche, estuvimos en el Café El Sur, y era José Belmonte, profesor de la UMU. Crítico literario del diario La Verdad y de Zenda, el que había invitado al escritor. Y efectivamente bebimos. Me hubiera gustado hablar con Marsé y contarle mis ratos de goce con la lectura de sus libros, pero era tal la admiración que le tenía que, por lo que fuera, apenas dije nada. Me recordó a otra noche en ese mismo bar, unos años antes. Estaba el poeta Javier Marín Ceballos con el periodista Eduardo Haro Tecglen. Yo admiraba su personalidad y aquellas páginas que escribía Haro Tecglen cada semana en la revista “Triunfo”. Estaban sentados, en torno a una mesa, y Javier me presentó: Eduardo se levantó con su imponente estatura y me invitó a sentarme y hablamos y bebimos, y seguimos hablando como si nos conociéramos de toda la vida.
No podré preguntarle a Marsé que tipo de personaje representaría en la literatura de Pérez-Reverte. Quizá Arturo, si coincide con Marsé en ese parecer, lo podría saber.
Siempre resulta paradójico comprobar la visión que tiene uno sobre su figura y la forma en la que los otros nos ven, uno se va mirando al espejo cada mañana y va lentamente contemplando como el implacable tiempo va dejando las huellas y los surcos en el largo viaje de la vida; como también nos resulta extraño comprobar que, a veces, la figura que observamos en espejo no se corresponde con la que vemos en nuestras propias fotos.
No se preocupen nos les voy a dar una charleta metafísica, pero vaya por delante que, en lo referente a la esencia o apariencia, yo siempre me he visto mismamente bien, al tiempo que obviamente he tenido la curiosidad de conocer cómo me veían.