“Y tú, ¿a quién vas a votar?”, le preguntó un chaval a una cocinera de una casa de comidas del barrio de El Carmen el día antes de las elecciones. Ella respondió: “A Vox, no me gustan los inmigrantes”. El chico le dijo entonces que volvería a echarle la bronca si el partido de extrema derecha ganaba en la Región. Ya no supe si retornó al local para reñir a quien parecía su amiga. Lo que puedo decir de esta escena, que es verdadera, es que la mujer era relativamente joven y habló a voz en grito de que iba a votar al partido de extrema derecha. Tampoco se mostró avergonzada o cohibida por expresar una opinión xenófoba en un lugar público. Era mediodía en una de las muchas casas de comida del barrio murciano.
Por otro lado, en Murcia el conflicto de Catalunya no se entiende. Más bien se siente como una afrenta casi personal; la Región es una de las comunidades autónomas donde hay más sentimiento de españolidad. Recuerdo ahora también que una amiga catalana me contó como una chica que vivía en Barcelona de padres murcianos era favorable a la independencia, entre otras cosas, porque cuando volvía a Murcia a visitar a su familia se sentía rechazada y mucha gente la llamaba de forma despectiva ‘la polaca’.
No sé si en el imaginario colectivo de la Región se encuentra de fondo la inmigración masiva de murcianos a Cataluña, que es un tema que no se recuerda especialmente en la actualidad. En los años 30 del siglo pasado, uno de cada tres barceloneses era inmigrante no catalán; el 13,2% eran particularmente del Levante: Valencia y Murcia.
Los murcianos llegaban a Catalunya en unos autocares que llamaban ‘El Transmiseriano’: por 200 pesetas de la época los emigrantes se hacinaban en estos vehículos sin licencia que salían de Lorca y Murcia. Entonces, disgustados ante la avalancha, algunos sectores del catalanismo dijeron que los murcianos les ‘quitaban el trabajo’.
Vilá Valentí, catedrático de la Universidad de Murcia recoge en ‘La aportación murciana al crecimiento poblacional de Barcelona’ cómo la llegada de los murcianos a la Ciudad Condal fue súbita y cuantiosa (llegaron unos 90.000 en el pasado siglo, sobre todo en los años 20 y 30). Los murcianos, además, eran muy diferentes a los aragoneses y valencianos, los otros dos focos principales de emigración por entonces: no hablaban catalán.
“Por ello no puede extrañar que, en un momento dado, el término murciano llegase a designar en Barcelona a cualquier inmigrante no catalán, fuese cual fuese su origen. En realidad, la cuantiosa irrupción murciana, tan bien dibujada en sus características humanas y económicas, sirvió para dar al barcelonés medio, por primera vez, conciencia de los numerosos problemas planteados por una masiva inmigración rural hacia su ciudad”, señala el catedrático.
De alguna manera, parece resonar un eco de la migración rural murciana a Barcelona como la que recibimos actualmente en la Región, principalmente de Marruecos, para trabajar en el campo. Hay 80.000 marroquíes en la Región, la segunda comunidad autónoma en el país que más acoge a ciudadanos del país vecino. Muchos de ellos proceden de las ciudades marroquíes de Beni Mellal y Oujda. Aquí y ahora los ‘murcianos’ son los ‘moros’. La Historia se repite muchas veces.
El estudio sobre emigración marroquí a España que el experto Abdelwahed Akmir presentó en marzo de 2018 en Rabat destacaba que ésta se había multiplicado por diez desde mediados de los años ochenta. Akmir también recogió en dicho estudio la pobre integración de los marroquíes en la sociedad española (muy pocos matrimonios mixtos o grupos mezclados de amigos), su baja presencia en las profesiones cualificadas y su prácticamente nula representatividad política en gobiernos, parlamentos o partidos.
En los años treinta tuvo lugar la guerra civil en España y muchos murcianos participaron en las guerrillas de Catalunya resistiendo al franquismo. El pasado 10 de noviembre un 28% de los electores murcianos votaron a Vox.
“Y tú, ¿a quién vas a votar?”, le preguntó un chaval a una cocinera de una casa de comidas del barrio de El Carmen el día antes de las elecciones. Ella respondió: “A Vox, no me gustan los inmigrantes”. El chico le dijo entonces que volvería a echarle la bronca si el partido de extrema derecha ganaba en la Región. Ya no supe si retornó al local para reñir a quien parecía su amiga. Lo que puedo decir de esta escena, que es verdadera, es que la mujer era relativamente joven y habló a voz en grito de que iba a votar al partido de extrema derecha. Tampoco se mostró avergonzada o cohibida por expresar una opinión xenófoba en un lugar público. Era mediodía en una de las muchas casas de comida del barrio murciano.
Por otro lado, en Murcia el conflicto de Catalunya no se entiende. Más bien se siente como una afrenta casi personal; la Región es una de las comunidades autónomas donde hay más sentimiento de españolidad. Recuerdo ahora también que una amiga catalana me contó como una chica que vivía en Barcelona de padres murcianos era favorable a la independencia, entre otras cosas, porque cuando volvía a Murcia a visitar a su familia se sentía rechazada y mucha gente la llamaba de forma despectiva ‘la polaca’.