Aunque parezca imposible, hay buenas noticias y son muchas más que las malas. Cuando dices esto, sobre todo en un año como éste, te acusarán de woke, aunque la mayoría de quienes utilizan este término, por supuesto despectivo, no sepa muy bien que significa la palabra. Florecen buenas noticias, como digo, en plenas facultades, sin empuñar el móvil con el brazo como en un concierto rock. Ocurren cosas buenas, aunque no venda. En la gran y blanca América del Norte, tierra de oportunidades y de experimentos, se crearon en el pasado siglo varios tabloides donde se publicaban exclusivamente noticias positivas. Quebraron todos y empezó a subir el cortisol.
En el puerto de Cartagena se reunieron este domingo pasado más de trescientas personas bajo el lema 'Aquí solo queremos ser humanos', en recuerdo de los casi cuatro mil migrantes que murieron el pasado año en el mar. La noche antes, Richard Gere los recordó en su discurso, cuando recogió el Goya Internacional. Habló de tiempos oscuros, del matón de pelo naranja, del luminoso trabajo de los voluntarios de ‘Open Arms’. De palabras como justicia o compasión, y no se quiso hacer una foto con el presidente del Gobierno, aunque también sea guapo.
Este homenaje a quienes no pudieron llegar se celebra por el Día Europeo de las Víctimas de las Fronteras, ya que fue un seis de febrero cuando murieron catorce personas en la playa del Tarajal, y las imágenes de las fuerzas de seguridad lanzando material antidisturbios mientras se ahogaban, indefensos, dieron la vuelta al mundo. La fecha se convirtió en un símbolo, y desde hace once años se les recuerda leyendo en voz alta sus nombres por migrantes de su misma nacionalidad, para que, aunque sea por una vez, no sean un número más en la estadística del anonimato.
Reconforta, y mucho, ver que las utopías no son tan frágiles como las pintan, ni los relatos colectivos tan difíciles de argumentar. Dice un proverbio wolof que, si quieres ir rápido ve solo, pero si quieres llegar lejos debes ir acompañado. El neurocientífico Richard Davidson, asesor en el Foro de Davos, concluyó hace años que la bondad es la base de un cerebro sano, y que se puede entrenar. Una de las cosas más interesantes que ha visto en los circuitos neuronales es que la zona motora del cerebro se activa: la compasión te capacita para moverte, para aliviar el sufrimiento. La cooperación es la herramienta para la evolución de los pueblos. Nunca el caos, ni la maldad. En el puerto había muchos colores de piel ese domingo de sol y de empatía, de credos y lenguas diferentes. Flores en el mar sobre esa estela que el sol deja sobre las aguas mansas. Pero además (esa es la buena noticia) estaba el espíritu de una comunidad. Diversos, humanos, hermanos legítimos o benditos bastardos, todos con el mismo derecho a la dignidad.
A unos cientos de metros de allí, en la plaza de España, una asociación ultra y meganazi que no nombro porque se paguen ellos la publi, había convocado una concentración informativa al estilo Ku Kux Klan. Y la verdad es que, si no fuera porque son lo que son, daban hasta penita.
Apenas unas decenas de jóvenes embozados repartiendo panfletos en plan nenazas, sin dar la cara, dos o tres forzudos de gimnasio, un par de señoras mayores con cardado antiguo, una chica rubia grandota con un rottweiler. Que no se me olviden los dos varones veinteañeros recién engominados, cada uno con una sillita de bebé, mirando de reojo para no ser vistos. Un casi adolescente que parecía un mutante entre Ansar y Hitler, con su mix de bigote y estética paramilitar, una chica de pelo rosa que no parecía estar en su hábitat. Algún secreta con aspecto de secreta. Y lo mejor: el orador que, bajo el ficus, se esforzaba sin mucho éxito en que el micrófono del chinorri funcionara. De largo era el mayor de todos. El discurso, la cristiandad amenazada, migrantes, patria, machetes y tal. Pero no son sus bobadas lo que venía a contar. Hay mucha más gente con alma que cenutrios por el mundo. Son buenas noticias. Y con decir esto, basta.
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