Lo bueno que tiene esto es lo mal que se está poniendo. Así decía uno de los mantras repetidos una y otra vez por los cubanos de a pie que contemplaban cómo se agravaba día a día, en octubre de 1962, aquella Crisis de los Misiles que a punto estuvo de llevarse 'palante' casi dos mil años de civilización judeocristiana. El sarcasmo oculto en el dicho, aunque evidente para cualquier optimista, era que la situación fue tan pésima, si se puede decir, que solo podía empezar a mejorar.
La ilusión que alimentaba el dicho resultó cierta, al cabo. Me lo repetía una y otra vez un apreciable colega con el que compartí muchos días y mucho trabajo del año y medio que viví en Argel años más tarde. Otro tanto podría pensarse ahora mismo, cuando los expertos nos arrojan cifras de muertes e infectados cada día sobre la mesa del comedor a la hora de desayunar, comer y cenar. En algunas cadenas, también cuando toca almorzar, tomar el aperitivo, merendar y la copichuela previa al sueño nocturno.
Sesión continua de estadísticas, detalles, problemas, desgracias y posibles soluciones, pero también de esfuerzo, de solidaridad, de ánimo, de sacrificio y al final…, también de esperanza de que lo peor puede estar cerca de empezar a pertenecer al pasado.
En lo más cercano, en el millón y medio de ciudadanos de esta provincia y región, hay algún resquicio de alivio aunque sea un triste consuelo al que agarrarnos en tiempos tenebrosos: seguimos en la cola de las 17 autonomías afectadas por el maldito bicho, con menos muertos que ninguna otra, salvo Ceuta y Melilla. Al menos, con los datos del domingo 29. Por una vez, estemos contentos. Relativamente y sin alharacas, claro: una muerte siempre es demasiado, y una enfermedad también.
Así que crucemos los dedos, toquemos madera, ejecutemos cualquier otro sortilegio conocido o por conocer para que efectivamente la famosa 'curva' empiece a cambiar de tendencia. Y pensemos en el futuro. Pero cuando llegue ese tiempo, sea cuando sea, habrá que empezar a recapitular por el verdadero principio.
Habrá, pues, que averiguar en primer lugar por qué motivo el sistema que protege nuestra salud estaba en una situación de estrés permanente que forzó a sus operadores, es decir, a los sanitarios a un sacrificio colosal y a las propias estructuras curativas a una tensión próxima a la ruptura, el colapso, el caos.
Alguien tendrá que explicar algunas cosas, volviendo al pasado y examinando las cosas desde su verdadero inicio, pues de aquello viene lo que tenemos ahora. Otro apreciable amigo, este más reciente, me recuerda que las transferencias sanitarias, origen y génesis del llamado Servicio Murciano de Salud, fueron en 2002 y ya entonces hubo dudas.
Las especificó años después ––2010, exactamente–– para que fueran puestas negro sobre blanco un cartagenero íntegro que vivió aquello en vivo y en directo. Se pueden leer aquí y no tienen desperdicio porque sirven para que a más de uno le quede muy claro que la pandilla que manejó el asunto merece la pena ser reunida de nuevo en su conjunto. No para ser contemplada con la admiración que el insensato siente ante el poderoso prepotente, ni para hacer una bonita foto de familia. Más bien para retratarlos a todos y cada uno y una de ellos de frente y de perfil, con un numerito de serie en la parte inferior de la fotografía. Vale.
Lo bueno que tiene esto es lo mal que se está poniendo. Así decía uno de los mantras repetidos una y otra vez por los cubanos de a pie que contemplaban cómo se agravaba día a día, en octubre de 1962, aquella Crisis de los Misiles que a punto estuvo de llevarse 'palante' casi dos mil años de civilización judeocristiana. El sarcasmo oculto en el dicho, aunque evidente para cualquier optimista, era que la situación fue tan pésima, si se puede decir, que solo podía empezar a mejorar.
La ilusión que alimentaba el dicho resultó cierta, al cabo. Me lo repetía una y otra vez un apreciable colega con el que compartí muchos días y mucho trabajo del año y medio que viví en Argel años más tarde. Otro tanto podría pensarse ahora mismo, cuando los expertos nos arrojan cifras de muertes e infectados cada día sobre la mesa del comedor a la hora de desayunar, comer y cenar. En algunas cadenas, también cuando toca almorzar, tomar el aperitivo, merendar y la copichuela previa al sueño nocturno.