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Burocracia

Cuando en la calle aún había vida y juegos de niños, en la casa ya había anochecido cuando se sentó a la mesa el funcionario. Su mujer como cada noche, sirvió el hervido. Cómo te ha ido el día preguntó. Mal, como siempre, ellos se obstinan en declararse enfermos y me obligan así a esforzarme en declararles sanos. A veces pensó la señora, el Estado penetra hasta las entrañas de algunos. ¿Será el hervido? .

No sé con certeza cuándo empezó a verse con malos ojos el caer enfermo. Cuando comenzó la burocracia a inyectar en nosotros esa noción del enfermo antisocial, cuando comenzamos a sentir vergüenza por no producir lo suficiente, de no entregarnos suficientemente al trabajo, de no hacer el esfuerzo necesario, de resquebrajar el sistema con nuestra obstinación y hacer peligrar la caja con tanta incapacidad. Sin embargo, el peligro nunca ha estado en los trabajadores enfermos, sino en la burocracia sin alma. En esas gobernadoras del asilo de los pobres de la ciudad de Haarlem, enjutas, amargadas, rigurosas, tristes, que tan magistralmente pintó Frans Hals en su famoso cuadro. Hals, un anciano de más de ochenta años, fue despedido. Hals, el primer retratista que pintó los nuevos caracteres y expresiones creados por el capitalismo y que nos deleitó con la pura alegría de la vida, vivió sus últimos años de la caridad pública.

Con la crisis, una vez asumida y difundida la idea de los enfermos no tan enfermos y de los trabajadores no tan trabajadores era necesaria la colaboración de toda una burocracia en comités de evaluación y mutuas laborales que hicieran efectiva la nueva filosofía. Así se les hizo saber a los enfermos, que en realidad no están tan enfermos y que deberían colaborar con mayor y más entusiasta alegría a recortar gastos y a mantener viable el actual estado de las cosas. Mientras otros, más cercanos al origen real de los problemas, insaciables en sus beneficios insistían en sus correrías.

Qué pronto hemos olvidado lo que significa un sistema decente de protección social, con qué facilidad han ido arrebatando derechos. Qué pronto se olvida el sufrimiento pasado. Pero la literatura, como sabemos, es imperecedera, siempre podremos abrir por cualquier página “Cuerpos y Almas” de Van der Meersch, leer y comprender, “…A poco se acabó el dinero con que pagar la pensión del muchacho. Entonces Chabry enfermo de tuberculosis abandonó el sanatorio y volvió al trabajo. Como se debilitaba rápidamente, Zélie su mujer, dejó el sanatorio para cuidarlo. Los dos murieron pronto. Jamás se supo que fue del hijo…”. Este pequeño fragmento, quizás demasiado dramático para algunos, refleja sin embargo bien, lo que significó la tuberculosis en los años 30 del siglo pasado y nos recuerda la necesidad de seguridad social, de cobertura por incapacidad y de un sistema sanitario público fuertemente desarrollado.

Todos sabemos de lo desgraciada que es la enfermedad y de la necesidad y dificultad para juzgar y gestionar los medios disponibles. Pero, también vamos conociendo como toda una burocracia va imponiendo de forma implacable su fortaleza y desplazando en pos de la eficiencia los aspectos más clínicos, más humanos, no solo en las mutuas, magistraturas y comités de evaluación sino también en los órganos de gestión de centros de Salud y hospitales. El riesgo comienza a ser mayor cuando como dice Zizek,

“…No sólo es loco un mendigo que piensa que es rey, lo es también aquel rey que verdaderamente cree que él es un rey. Puesto que efectivamente, este último sólo tiene el ”mandato simbólico“ de un rey”.

Pero es que además, ¿Qué vamos a pensar de aquellos que en su representación del Estado se muestran soberbios en exceso, ignoran pruebas físicas, no exploran lo suficiente, no indagan lo necesario, no quieren saber o se someten a directrices de dudosa legitimidad?. Lo peor es que todo esto sucede teniendo enfrente a personas enfermas, frágiles, indefensas, con frecuencia incapaces de enfrentarse a situaciones que les superan.

El enfermo es sospechoso y cierta ideología del sano, del fuerte, del emprendedor, del joven se ha ido abriendo paso con el avance neoliberal. Las acciones caritativas cobran de nuevo impulso, mientras que la vieja solidaridad se observa como ingenua y alejada de la realidad.

No, no creo que la hegemonía del poder burocrático sea buena para la gente. Una sociedad más humana es posible, más solidaria en sus principios y que no olvide que nada de lo que lo que le ocurra a nadie es ajeno. Queremos estar con Hölderlin, en su canto por conseguir el valor y la resistencia necesarios.

“…Si muero en la ignominia, si mi alma no se venga de la insolencia, si me veo hundido en una tumba de cobardía por los enemigos del genio, entonces olvídame tu también y no recuerdes ya ni hasta mi nombre, ¡Oh corazón bondadoso!”.

¿Pero, qué sería del hervido?. Pues con todo lo que después ocurrió, el hervido quedó frío. Pero esa, como diría Moustache, es otra historia.

Cuando en la calle aún había vida y juegos de niños, en la casa ya había anochecido cuando se sentó a la mesa el funcionario. Su mujer como cada noche, sirvió el hervido. Cómo te ha ido el día preguntó. Mal, como siempre, ellos se obstinan en declararse enfermos y me obligan así a esforzarme en declararles sanos. A veces pensó la señora, el Estado penetra hasta las entrañas de algunos. ¿Será el hervido? .

No sé con certeza cuándo empezó a verse con malos ojos el caer enfermo. Cuando comenzó la burocracia a inyectar en nosotros esa noción del enfermo antisocial, cuando comenzamos a sentir vergüenza por no producir lo suficiente, de no entregarnos suficientemente al trabajo, de no hacer el esfuerzo necesario, de resquebrajar el sistema con nuestra obstinación y hacer peligrar la caja con tanta incapacidad. Sin embargo, el peligro nunca ha estado en los trabajadores enfermos, sino en la burocracia sin alma. En esas gobernadoras del asilo de los pobres de la ciudad de Haarlem, enjutas, amargadas, rigurosas, tristes, que tan magistralmente pintó Frans Hals en su famoso cuadro. Hals, un anciano de más de ochenta años, fue despedido. Hals, el primer retratista que pintó los nuevos caracteres y expresiones creados por el capitalismo y que nos deleitó con la pura alegría de la vida, vivió sus últimos años de la caridad pública.