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La caída de la máscara (alerta spoiler)

Por fin se cae la máscara de Joker, ese es el mayor triunfo de esta sobrecogedora película. Ese antes villano, bufoncillo sin escrúpulos versión moderna del personaje de Commedia dell´Arte es ahora, (¡sorpresa!), un ser humano. Arthur Fleck  malvive con un trabajo precario para salvar a su madre y a sí mismo en esa jungla de asfalto que es Gotham, pero que bien podría trasladarse al suelo que estoy pisando ahora o al que se calienta cuando arde mobiliario urbano a 700 km de aquí.

Bajo la capa de piel  y la armadura de la mayoría de espacios físicos e interiores de nuestra 'sociedad desarrollada' y de las personas que la habitamos, aparece, como en esta peli, la construcción de la masculinidad sobre estructuras y referentes tremendamente frágiles y dolientes. Y esto es, desde mi perspectiva, la base sobre la que se sustenta el personaje de Joker y el resto de personajes masculinos de la cinta: el peso patológico de la carga de la felicidad permanente, el encargo de salvar a la humanidad cueste lo que cueste, la consecución del 'éxito caiga quien caiga`, la sonrisa de plástico permanente para ser aceptados desde niños y así sobrevivir al caos emocional al que se nos aboca.

Me temo que no es patrimonio exclusivo del acervo cultural y emocional de Arthur la necesidad de ser visto, de ser cuidado, de ser amado. La caída de ésta máscara de la felicidad sin límites, más la precariedad, la exclusión social y la enfermedad mental del personaje nos escupe en la cara un cóctel de una crudeza y una profundidad que hacía tiempo que no encontraba en una pantalla grande. Una belleza que escuece y cura a la vez, que es cotidiana, y que agradezco encontrarme en este formato para el disfrute y la reflexión de tanta gente.

Pero 'Joker' es además de una radiografía distópica de la sociedad actual. Una puesta en valor del diferente, del excluido, al tiempo que es un retrato cruel y brillante de la realidad diversa del hombre. Es una hipérbole del efecto de los haceres humanos que se despliegan en un abanico desde el peor de los males hasta el amor, el cuidado y el desinterés más inocuo. Es una reivindicación, sin maniqueísmos, de las identidades de los márgenes; es también un grito contra el incesante repudio a los 'locos'.

Porque queramos o no, Joker, Arthur Fleck, somos todos y todas, aunque nos tiemble el alma al reconocerlo. Las conductas que se desvían de la norma, las 'patologías' pisiquiátricas,  la medicalización de la tristeza y la frustración y las dificultades para transitarlas no pueden abordarse sólo desde el paradigma de la psiquiatría clásica, que lleva siglos patologizando comportamientos fuera de la norma sin dar respuesta a la necesidad de abordar como sociedad el tránsitom de las emociones y los afectos así como la necesidad de socializar y educarnos en la empatía, el respeto y cuidado al 'diferente' para acabar priorizando la vida digna de ser vivida.

Joker y Arthur Fleck  vuelven a su hogar cuando lo descubren y lo transitan. Y ahí está la grandeza del proceso: volver al desamparo del descuidado conocido en el que el personaje creció. Dolor y revelación a partes iguales. Arthur Fleck vuelve a su niño interior después de ese tortuoso camino hasta descubrir quién es y sobre todo, quien le deja ser esta sociedad decadente del tatuaje individualista del 'sálvese quien pueda'. Porque si hay algo que todos y todas compartimos con Arthur es que la manera de configurar nuestros vínculos en la edad adulta tiene su base en los apegos de se generan en la infancia en nuestro sistema familiar. Observar esto es una obligación nuclear para querernos bien de la que no se escapa ni el más villano.

A nosotras y nosotros, por fortuna, aun nos queda el amor y vida. Siendo ésta última finita y siendo cierto el presupuesto de que la vida es antecedida por un acto de amor, ¿no os parece que, el arte de amar, el dar y recibir, es una actitud revolucionaria que pasa por dejar la máscara caer para descubrir quienes somos  y de dónde venimos? Sólo así, en esa operación de vuelta, en la que recuperamos la memoria para aprender de la historia propia y colectiva, estaremos en disposición de reconocer como individuos y después como sociedad, que necesitamos poner en el centro el afecto, el cuidado y el amor para vivir, no para sobrevivir.

Por fin se cae la máscara de Joker, ese es el mayor triunfo de esta sobrecogedora película. Ese antes villano, bufoncillo sin escrúpulos versión moderna del personaje de Commedia dell´Arte es ahora, (¡sorpresa!), un ser humano. Arthur Fleck  malvive con un trabajo precario para salvar a su madre y a sí mismo en esa jungla de asfalto que es Gotham, pero que bien podría trasladarse al suelo que estoy pisando ahora o al que se calienta cuando arde mobiliario urbano a 700 km de aquí.

Bajo la capa de piel  y la armadura de la mayoría de espacios físicos e interiores de nuestra 'sociedad desarrollada' y de las personas que la habitamos, aparece, como en esta peli, la construcción de la masculinidad sobre estructuras y referentes tremendamente frágiles y dolientes. Y esto es, desde mi perspectiva, la base sobre la que se sustenta el personaje de Joker y el resto de personajes masculinos de la cinta: el peso patológico de la carga de la felicidad permanente, el encargo de salvar a la humanidad cueste lo que cueste, la consecución del 'éxito caiga quien caiga`, la sonrisa de plástico permanente para ser aceptados desde niños y así sobrevivir al caos emocional al que se nos aboca.