Va terminando el verano de 2024, y mientras hemos podido comprobar cómo en muchos lugares turísticos de España se está muriendo de éxito por causa de un exceso de visitantes formando parte de un turismo exagerado y abrumador, en determinados lugares de la costa de Cartagena el tiempo se paralizó décadas atrás y, alejándose unos kilómetros del núcleo urbano tanto al este como al oeste de la ciudad, es posible todavía disfrutar de playas y calas salvajes pertenecientes a un paisaje marino incontaminado y virginal como lo había hace 50, hace 100 o hace 1000 años sin que ninguna marea humana de hordas de turistas en chanclas y arrastrando maletas lo haya liquidado.
Pero el medio británico 'The Telegraph' ha hecho uno de esos rankings que tan de moda están últimamente y ha designado las 50 mejores playas del mundo. Y resulta que la segunda mejor playa del mundo entero la tenemos en Cartagena: nuestra querida Calblanque. La segunda de todo el mundo nada menos, solo por debajo de una de Indonesia y por encima de playas famosas del Caribe, Oceanía, el resto del Mediterráneo o el Océano Índico. Podemos ponernos muy contentos, claro, pero yo dudo mucho de que esto sea del todo una buena noticia. Nosotros ya sabíamos que teníamos un paraíso aquí del que hemos disfrutado tantas veces y que por fortuna está protegido, pero ahora da un poco de miedo que ese espacio natural empiece a recibir una presión humana añadida y se nos llene esto de tiktokers, instagramers, domingueros y gilipollas varios viralizando selfies hechos en los límpidos arenales de la Cala Parreño, de la cala del Magre o de la Cala Arturo porque eso esté de moda y entonces aquello se masifique y pierda el encanto. Ojalá no nos suceda y las autoridades autonómicas sepan seguir protegiendo los accesos al enclave y en consecuencia el Parque Regional de Calblanque, Monte de Cenizas y Peña del Águila siga siendo lo que es: una joya botánica, faunística, geológica y paisajística única que estamos obligados a preservar. Ojalá se tomen medidas que puedan contener los futuros riesgos a los que las modas de las redes sociales, la imbecilidad y la avaricia humanas los pueda someter.
Espero también que futuros rankings de otros medios no descubran las otras calas vírgenes del otro lado del puerto, las del oeste cartagenero del Parque Regional de Cabo Tiñoso, La Muela y el Roldán, quizá no tan buenas como Calblanque pero que tienen un encanto añadido: su difícil accesibilidad. Amigos míos me recomiendan no hablar de ellas y así mantener ocultas sus ubicaciones. Pero no me imagino yo al o a la influencer de moda circulando durante 80 kilómetros si viene desde Murcia o 30 si viene desde Cartagena por una sinuosa carretera muy llena de curvas pegada a la costa, la de las Cuestas del Cedacero, llegar al recóndito Campillo de Adentro, bajarse del coche y luego patearse el monte durante una hora no con chanclas y bermudas, sino en una sedienta excursión con botas de montaña subiendo y bajando montes desérticos (el cabo Tiñoso de Cartagena junto con el Cabo de Gata de Almería son los dos lugares más secos de Europa) para llegar a hacerse una foto en la Cala de Boletes, o asumiendo las dos horas caminando que se tarda en llegar a la Cala Aguilar, o acometer la cuesta abajo vertiginosa que hay para llegar a Cala Cerrada, o saber llegar a la más arrinconada de todas, la Cala Salitrona, o saber encontrar la senda que se descuelga de un acantilado para darse un glorioso baño en la breve Cala del Pozo de la Avispa. Lugares perdidos y que, para lo bueno y para lo malo, son ignorados por un abandono institucional que es atávico en nuestra comarca de Cartagena, pues son playas salvajes que no limpia nunca nadie y están dejadas de la mano de Dios. Por fortuna quizás: tampoco nadie ha monetizado aquello, no ha sido nunca pasto de especulación comercial o inmobiliaria, es un lugar que ha escapado a los zarpazos del capitalismo más despiadado. Vivir en el culo del mundo tiene estas cosas buenas también.
Ojalá me equivoque y esos lugares sigan siendo visitados únicamente por gente digna de ellos: gente que de verdad ame esos lugares y esos paisajes fabulosos de costa virgen, deshumanizada y antigua y se esfuercen por llegar a ellos, conocerlos, disfrutarlos y protegerlos como merecen. Ojalá no aparezcan nunca en el ranking de ninguna revista inglesa, aunque por dentro y en el fondo eso nos llene de un indisimulado orgullo local.
Va terminando el verano de 2024, y mientras hemos podido comprobar cómo en muchos lugares turísticos de España se está muriendo de éxito por causa de un exceso de visitantes formando parte de un turismo exagerado y abrumador, en determinados lugares de la costa de Cartagena el tiempo se paralizó décadas atrás y, alejándose unos kilómetros del núcleo urbano tanto al este como al oeste de la ciudad, es posible todavía disfrutar de playas y calas salvajes pertenecientes a un paisaje marino incontaminado y virginal como lo había hace 50, hace 100 o hace 1000 años sin que ninguna marea humana de hordas de turistas en chanclas y arrastrando maletas lo haya liquidado.
Pero el medio británico 'The Telegraph' ha hecho uno de esos rankings que tan de moda están últimamente y ha designado las 50 mejores playas del mundo. Y resulta que la segunda mejor playa del mundo entero la tenemos en Cartagena: nuestra querida Calblanque. La segunda de todo el mundo nada menos, solo por debajo de una de Indonesia y por encima de playas famosas del Caribe, Oceanía, el resto del Mediterráneo o el Océano Índico. Podemos ponernos muy contentos, claro, pero yo dudo mucho de que esto sea del todo una buena noticia. Nosotros ya sabíamos que teníamos un paraíso aquí del que hemos disfrutado tantas veces y que por fortuna está protegido, pero ahora da un poco de miedo que ese espacio natural empiece a recibir una presión humana añadida y se nos llene esto de tiktokers, instagramers, domingueros y gilipollas varios viralizando selfies hechos en los límpidos arenales de la Cala Parreño, de la cala del Magre o de la Cala Arturo porque eso esté de moda y entonces aquello se masifique y pierda el encanto. Ojalá no nos suceda y las autoridades autonómicas sepan seguir protegiendo los accesos al enclave y en consecuencia el Parque Regional de Calblanque, Monte de Cenizas y Peña del Águila siga siendo lo que es: una joya botánica, faunística, geológica y paisajística única que estamos obligados a preservar. Ojalá se tomen medidas que puedan contener los futuros riesgos a los que las modas de las redes sociales, la imbecilidad y la avaricia humanas los pueda someter.